La Iglesia en su sabiduría de madre nos invita a meditar y recordar a los grandes testigos de la fe, para aprender de ellos y para acogernos a su intercesión. Hoy nos invita a considerar a un Doctor de la Iglesia, un maestro de vida espiritual, un pastor que nos dejó un gran legado, san Francisco de Sales.
Hemos escuchado ya algunos datos biográficos al inicio de la santa Misa en la monición a esto agreguemos que su vida podría caracterizarse como conducida sobre dos rieles, así como las vías del tren: la búsqueda de Dios y la pasión por las almas. Vivió en tiempos nada fáciles, Francia estaba atravesando la expansión del protestantismo de corte calvinista, sin embargo el siempre procuró ser firme y comprensivo frente a los retos que le presentaba esta realidad.
Antes que entrar en conflicto su estrategia fue la formación de buenos católicos, como la levadura en la masa, de ello se deriva su esfuerzo por aplicarse a la dirección espiritual, en ella busca penetrar en manera profunda y aguda los datos que tienen que ver con la persona, para él se trata de llegar a la perfección de la caridad.
Ha pasado a la historia por ser autor de dos grandes clásicos de la espiritualidad cristiana: “Introducción a la vida devota” (Filotea) y el “Tratado del amor de Dios” (Teótimo). Su primera obra fue dirigida para ser meditada por los laicos, y, si bien es cierto ya en otras ocasiones habían habido intentos de proponer libros de espiritualidad dirigidos a aquellos que viven esta vocación en la Iglesia (per es. Vita e dottrina de santa Catalina de Génova o la Vida interior de Cotón, los intentos de la devotio moderna etc.) será la Filotea la que tendrá el mérito de proponer el itinerario de santidad cristiana en un modo más perfecto, de hecho, se trata de un proyecto de santificación al interior del mundo, hacer de cada condición de vida humana (estado de vida diríamos hoy) un medio de perfección que el llamará verdadera devoción. El define la devoción como la prontitud de ánimo para hacer la voluntad de Dios.
«La devoción viva y verdadera presupone el amor de Dios. Mejor dicho, no es otra cosa que el verdadero amor de Dios, y no un amor cualquiera; pues cuando el amor divino embellece nuestras almas se llama gracia, y aunque nos hace gratos a su divina majestad; cuando nos comunica la fuerza necesaria para bien obrar, se llama caridad; pero cuando llega a tal grado de perfección que no solamente nos hace obrar bien, sino que nos impulsa a realizar todas nuestras acciones cuidadosa, frecuente y prontamente se llama devoción»
Introducción a la vida devota
Presenta una argumentación optimista con la cual busca combatir las tentaciones y la mala tristeza que en ocasiones turba el alma. Destaca él por proponer un método sencillo para la oración mental o meditación que podríamos sintetizar en tres puntos:
- Preparación: ejercicio de la presencia de Dios (considerando la omnipresencia de Dios particularmente en el corazón y haciendo uso de la imaginación de la humanidad del Señor), invocación de Dios o los santos, enunciación del misterio (haciendo uso de la imaginación-composición de lugar).
- Centro: Suscitar afectos sobre lo que se considera para hacer resoluciones
- Final: Acción de gracias, súplica y un “ramillete” que mantendrá viva la intención.
Su segunda obra “El Tratado del Amor de Dios” salió a la luz el 31 de julio de 1616. En el cita mucho a san Agustín más de 70 veces. Hace una gran descripción de la psicología del hombre y muestra cómo en la fe el cristiano va uniéndose cada vez más perfectamente a Dios por el amor.
La oración comienza a ser considerada en su perspectiva mística, de hecho el enumera 7 grados de oración, todos con un carácter dialógico, es un encuentro Tú a tú, y relacional, porque se crea un vínculo entre Dios y el alma, la define como cierta conversación mediante la cual el alma trata con Dios tiernamente sobre su amabilísima bondad para unirse y gozar de ella”. La oración es mística porque la conversación es toda secreta y nada se dice en ella entre Dios y el alma que no sea de corazón a corazón. Asimismo considera como el amor perfeccionar todo el ser y el hacer del cristiano.
«Meditamos para recoger el amor de Dios, pero cuando lo hemos recogido, contemplamos a Dios y nos apegamos a su bondad por la suavidad que el amor nos hace encontrar en ella. El deseo de obtener el amor divino nos hace meditar, pero el amor ya obtenido nos hace contemplar, ya que el amor nos hace descubrir una suavidad tan placentera en el objeto amada que el espíritu jamás podría quedar saciado de verlo y considerarlo»
Él nos invita a considerar como el amor por Dios nace de la consideración de las perfecciones divinas consideradas en sí mismas y de los beneficios divinos, máxime la creación, la conservación y la redención; de los impulsos de la gracia sobre el hombre libre; de la fe, la esperanza, la contrición y los atractivos de Jesucristo. Lleva a meditar sobre como se ha de crecer en el amor por las obras buenas y por la gracia (nunca ausente de quien ama). La gracia y la acción hermanadas van conduciendo al alma hacia la perfecta unión que se consuma en el cielo. Es importante la vigilancia sobre sí mismo ya que el hombre puede abandonar a Dios, yendo tras las criaturas: por la inconstancia de su voluntad, por la flaqueza humana ante las tentaciones, por su propia miseria, incapaz de amar realmente si la gracia no le ayuda. El propone considerar cinco modos en que se puede vivir el amor a Dios:
- Amor de complacencia: por el gozo de ver amado y honrado a Dios,
- Amor de condolencia, por la compasión a Jesús doliente y la pena por los pecados
- Amor de benevolencia: Desea que Dios sea conocido amado y servido en la tierra, suspira por amarle y verle amado en el cielo; se une con ardor a las alabanza que Dios se tributa a sí mismo.
- Amor de conformidad, por el que unimos nuestra voluntad a la voluntad de Dios, de tres maneras por la obediencia a sus mandamientos, por la docilidad a sus consejos y por la atención a sus inspiraciones.
- Amor de sumisión, unimos nuestra voluntad al beneplácito de Dios. Así nos unimos por el abandono al divino beneplácito, por la santa indiferencia, un afecto o apego al querer divino que lleva al alma a pasar por encima de los propios afectos y repugnancias naturales, para unirse sólo a la voluntad de Dios. Se trata de amarlo en las consolaciones, en sus mandatos e inspiraciones y en las tribulaciones.
Al final de su obra concluye con unos últimos avisos prácticos
- El amor a Dios no depende de la complexión orgánica
- No es estorbado por las habituales ocupaciones
- Se mantiene en el trabajo santificado
- Se avalora inmolando a Dios la libertad
- Tiene su mejor escuela en el calvario
Que el Señor nos conceda la gracia en este día de que al contemplar la doctrina de tan insigne doctor de la Iglesia, también nosotros nos sintamos estimulados a vivir a plenitud nuestra vocación en el amor para su mayor gloria.