Un culto espiritual

Martes – V semana del Tiempo Ordinario – Ciclo “C”

  • 1R 8, 22-23.27-30. Declaraste: «Allí estará mi Nombre». Escucha la súplica de tu pueblo Israel.
  • Sal 83. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo!
  • Mc 7, 1-13. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aterraros a la tradición de los hombres.

Uno de los grandes signos que hablan del reinado de Salomón fue el Templo de Jerusalén, la Sagrada Escritura nos muestra de muchas maneras la admiración y fascinación que los israelitas experimentaban al entrar en aquel monumental santuario, su belleza y su significado estaban arraigados profundamente en el corazón de muchos hombres y mujeres de la época, tanto así que, aunque destruido en el año 70d.c. aún se continúa a hablar de su esplendor.

Salomón eleva una oración al Señor, comienza por alabarlo, pues reconociendo la grandeza del Creador le exalta confesando una gran verdad, por inmenso y majestuoso que fuese aquella edificación el Señor Dios todopoderoso es siempre más grande, como diría san Agustín Deus Semper maior, las dimensiones del Templo simplemente quieren anunciar y dar testimonio de Aquel cuya presencia representa. Luego Salomón elevará una petición, y esta es que todos aquellos que invoquen el nombre del Señor en aquel lugar sean escuchados, es decir que al entrar en el lugar santo los hombres y mujeres y de Israel puedan comunicarse con Dios, el Templo es el lugar del encuentro entre Dios y los israelitas.

La oración de Salomón nos recuerda mucho nuestro culto litúrgico ¿dónde hemos visto que un hombre se pone frente al altar del Señor y extiende sus manos en oración al Todopoderoso? ¿dónde sino en la Santa Misa? Dicen algunos expertos en Sagrada Liturgia que para profundizar en nuestras celebraciones muchas veces debemos de meditar acerca de los gestos y ritos de las acciones cultuales del Antiguo Testamento

Estas cosas que hemos dicho de la oración de Salomón y el Templo de Jerusalén, de alguna manera continúan a perpetuarse hoy en nuestro templos cristianos, su belleza arquitectónica simplemente quiere ser un recordatorio para nosotros de Aquel al que representan, quieren ser un lugar donde todo nos eleve en la contemplación del Señor.

Todo esto es cierto, pero recordemos también que Cristo se ha declarado así mismo como el nuevo Templo, y es que Aquel que como dijo Salomón “no puede ser contenido en los cielos” ha querido venir a habitar en medio de nosotros no en rocas, sino en nuestra misma naturaleza humana. Cristo Jesús es no sólo el nuevo Templo del Señor sino el verdadero lugar donde Dios y el Hombre se encuentran. En su corazón sacratísimo laten al unísono el amor de Dios y el amor del hombre.

Jesús también es la verdadera víctima y el verdadero altar en el cual se ofrece el sacrificio de expiación por nuestros pecados. El es el verdadero sacerdote que eleva una oración que alaba al Padre como es debido y que ruega por el perdón de nuestros pecados. Basta meditar en aquellas palabras que decía en el momento en que ofreció el acto de amor más grande, el sacrificio de sí mismo en la cruz, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Ahí está Aquel que es más que Salomón, el antiguo rey de Israel construyó un Templo, levantó un altar, mandó ofrecer por medio de los sacerdotes sacrificios y dirigió una oración, Cristo el Rey de reyes y Señor de señores, se presentó a sí mismo como el Templo del Señor, se convirtió en la víctima, en el sacerdote y en altar en el que la oración más pura sería elevada, como sacrificio de fragante aroma para gloria del Padre.

Los cristianos, hijos adoptivos del Padre por la fe y el bautismo, estamos también llamados a imitar a Cristo en este sentido, ofreciendo ciertamente el culto litúrgico al Señor con corazón limpio y rectitud de intención, pero también uniendo a éste un sacrificio espiritual para alabanza de Dios Padre, a través del ofrecimiento de nuestras acciones de cada día, en medio de las tareas cotidianas todos podemos hacer la oblación, la entrega de nosotros mismos al Señor, basta con que todo lo que realicemos lo hagamos por amor a Él.

¿Quieres vivir en la paz de Cristo y gozar la antesala de la felicidad eterna? procura el bien en cada situación que se te presente. Incluso una corrección o un llamado de atención se pueden hacer con caridad. Si meditamos continuamente que todo lo que hagamos, digamos y pensemos debe ser hecho, dicho y pensado por amor a Dios ciertamente no sólo nos apartaremos del mal, sino que nos iremos orientando cada vez más hacia el bien.

A diferencia de los escribas y fariseos que acusaban a los discípulos de Jesús, y que en el fondo lo acusaban a Él de no cumplir una práctica ritual instaurada por los hombres, nosotros hemos de buscar vivir nuestra fe con actitudes y comportamientos concretos que se presenten como una alabanza para gloria del Padre, ése es nuestro sacrificio espiritual, es así como el cristiano se va configurando con Cristo.

Hoy que celebramos la jornada mundial del enfermo en la memoria de nuestra Señora de Lourdes, aprovechemos la ocasión para visitar, atender o rezar por ellos, y si somos nosotros los que nos encontramos padeciendo alguna enfermedad, unamos a Cristo sufriente en la Cruz y ofrezcamos esos dolores para la salvación del mundo, y roguemos a nuestra Buena Madre que ella, salud de los enfermos, nos consuele y fortalezca en medio de esas dificultades. Así como permaneció al lado de su Hijo mientras este sufría por nuestra redención en el madero de la cruz, así ella nos acompaña también en esos momentos de dolor.

Viviendo nuestra fe así podremos celebrarla de un modo especial en la Sagrada Liturgia, puesto que toda nuestra oración será como incienso de agradable aroma ante el Señor. No puede haber separación entre la fe que hemos creído, entre la fe que vivimos en la cotidianidad y la fe que celebramos para la gloria de Nuestro Señor.

IMG: Rey Salomón en un vitral de la Abadía de Bath en Inglaterra