Miércoles – V semana Tiempo Ordinario – Año par
Lecturas: 1 Re 10, 1-10; Sal 36; Mc 7, 14-23
La Reina de Saba viene a Salomón para comprobar lo que tanto había oído en su tierra, que este hombre era sabio de modo excepcional y que su reino gozaba de una gran prosperidad.
En efecto la Reina comprueba estos hechos sin embargo, lo más notorio en el relato no es Salomón, sino que está mujer de una nación no hebrea da gloria al Dios de Salomón al contemplar el esplendor de todo aquello.
Sabemos nosotros que la sabiduría de Salomón cobró una gran fama no sólo en aquella región sino a lo largo de toda la historia, basta considerar que distancia de tantos siglos nosotros aún lo recordamos. Su riqueza es un simple manifestación material de la verdadera razón de la grandeza de Salomón, el contar con el beneplácito de Dios. Todo le viene de Él siempre que se ha dejado conducir en fidelidad a Él.
Leída a la luz del Nuevo Testamento, contemplando a Cristo Jesús, quien es uno más grande que Salomón, descubrimos que no es la riqueza material lo que hace grande al hombre sino el vivir según la voluntad de Dios, como diría en el Sermón de la Montaña «Buscad el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás les será dado por añadidura»
Las obras que Dios realiza en nosotros y con nosotros también deben mover a nuestros hermanos a maravillarse y dar gloria a Dios, es obras son las que dan testimonio de Él, así como la sabiduría de Salomón hablaba de la grandeza del Señor, ya lo dice Jesús en otro pasaje
«Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín , sino sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre, que está en los cielos.» (Mt 5,14-16)
Por ello, para ser verdaderos misioneros del Señor, hemos de estar atentos a vivir con un corazón puro, desterrando todo aquello que lo embote o lo turbe a causa del pecado y no dando seguimiento a las malas inclinaciones que se puedan suscitar a causa de la concupiscencia, ¿cómo purificar el corazón? Recordemos las palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan «Ustedes ya están limpios por la palabra que les he hablado» (Jn 15,3)
Es la palabra del Señor, la que nos preserva y purifica, por ello los maestros de vida espiritual siempre nos exhortan a meditar continuamente la Sagrada Escritura, a llevar una vida sacramental fervorosa y dedicar espacios importantes en nuestra jornada a la oración silenciosa.
¡Cuánto bien sacaríamos de reservar al menos 15 minutos de nuestro día para entrar en la intimidad con el Señor! ¡Cuánto bien de darle al menos ese tiempo que es poco más del 1% del día! Entrar en el silencio, contemplar una escena del Evangelio, imaginarme en Él, reflexionar que me diría el Señor si estuviese ahí, suscitar un afecto, hacer un propósito, y culminar con una breve acción de gracias. Si hiciéramos esto a diario nuestros corazones se irían purificando de todas esas desviaciones a las cuales vemos que tienden.
Y esto será mucho más rico, si lo hago como preparación o acción de gracias a la santa Misa los domingos y si tengo la posibilidad también entre semana
Su palabra es el amor que nos purifica, de modo especial cuando es pronunciada sobre nosotros para la absolución de nuestros pecados en el sacramento de la reconciliación.
Las obras buenas que brotan de un corazón purificado por el amor de Dios son el mejor modo de conducir a otros a reconocer la presencia del Dios vivo en es nuestro mundo.
Que el Señor nos conceda en este día la gracia de poder dar este buen testimonio.
Img: La Reina de Saba visita a Salomón, pintura de Giovanni Demin