VII – Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A
- Lv 19, 1-2. 17-18. Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
- Sal 102. El Señor es compasivo y misericordioso.
- 1Co 3, 16-23. Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.
- Mt 5, 38-48. Amad a vuestros enemigos.
“Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad (LG 40). Todos son llamados a la santidad: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48)” Catecismo de la Iglesia 2013
Toda la Liturgia de la Palabra en este día parece tender a esto, tanto el llamado a la santidad que hace el Levítico, el ser constituidos Templo del Espíritu según nos enseña san Pablo y el llamado a la perfección cristiana que nos hace Jesús en el Evangelio.
La santidad de la que habla el libro del levítico a primera vista pareciese no estar relacionada con la santidad tal y como la concebimos hoy en día, puesto que en su contexto vemos que los antiguos israelitas hablaban de una santidad en cuanto pureza ritual para participar de los actos del culto en el Templo, particularmente el ofrecimiento de los sacrificios. Sin embargo, si profundizamos en este aspecto, descubriremos la participación en el culto al Señor, el ofrecer los sacrificios, es una cuestión trascendental para el israelita, pues es la manera en que se une a Dios. Así la santidad se concibe como la condición necesaria para poder entrar en la alianza con Él, pero la alianza no se plantea sólo de un modo individual sino que sabemos que Dios pacta con su Pueblo, y por tanto no es extraño que el Señor recuerde la importancia de la vida en comunión con el hermano.
Estas palabras del Antiguo Testamento cobrarán un sentido más profundo con el Sermón de la Montaña, particularmente con el llamado de Jesús a la perfección, pero ¿qué es esta perfección? Habitualmente la asociamos con no cometer errores por nuestra debilidad humana, sin embargo este aspecto propiamente hablando es un elemento muchas veces nuestra limitación en cuanto creaturas, si nos fijamos bien en el contexto que Jesús habla de la perfección nos daremos cuenta que esta hablando sobre el perdón, la atención al necesitado y las relaciones con aquellos que nos procuran al mal, todo esto lo podríamos resumir en una palabra: amor, Jesús nos está hablando de imitar la perfección de Dios en el amor. Por ello san Lucas en el texto paralelo a éste dirá “sean misericordiosos como su Padre celestial es misericordioso” (Lc 6, 36). Por eso la Iglesia cuando nos recuerda nuestro llamado a la santidad, que es participar de la santidad de Dios, nos enseña que nuestra búsqueda ha de ser de alcanzar la perfección de la caridad, la perfección en el amor.
La santidad es la meta, y a ella caminamos conforme nos vamos asemejando a Jesucristo, el itinerario de santidad es un continuo configurarnos con Él, parecernos a Él. “Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos” (LG 40).
Alcanzar el ideal de perfección cristiana en el amor es una tarea que nos llevará toda la vida, hasta que lleguemos a unirnos totalmente a Jesús en el amor, y ello implicará en ocasiones el sufrimiento
“El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).” (Catecismo de la Iglesia 2015)
La santidad de vida es nuestra meta en cuanto que es el modo en que se realiza el plan de Dios en nuestra vida, todo nuestro deseo en este mundo es que Dios sea glorificado, y Dios glorificamos a Dios cuanto más santamente vivimos. Pero todo esfuerzo que hacemos por configurarnos con Jesús, todo esfuerzo por parecernos a Él, es una iniciativa del Espíritu Santo de hecho, en el Credo, decimos que es el “Señor y dador de vida”, es Él que dándonos la vida nueva inaugurada por Cristo nos va santificando. Él nos concede las gracias que necesitamos para avanzar en este buen combate.
¿Cómo entonces se compagina mi acción personal con la acción del Espíritu Santo? Pues hemos de recordar que de Dios todo se recibe y nada se merece, el Espíritu Santo nos atrae con lazos de amor hacia nuestro Padre celestial, nos lleva a hacer experiencia de su amor en el Hijo, que se hizo hombre por nosotros. El Espíritu Santo nos va formando de modo que nos asemejemos cada vez más a Jesucristo. Este es el camino de perfección. Con nuestras acciones buenas, con las mortificaciones, con los esfuerzos voluntarios que realizamos, con nuestra vida de oración, con nuestras obras de misericordia, lo que vamos haciendo es colaborando con la gracia que el Espíritu Santo va derramando en nosotros y a la vez nos vamos disponiendo a que obre nuevos portentos en nuestra vida hasta que un día lleguemos a la felicidad plena en el cielo.
De ahí que no podemos ser indiferentes al escuchar la voz de San Pablo que nos recuerda que en nuestro interior habita el Espíritu Santo, nos enseña que somos como su Templo, es decir que todo nuestro ser, incluso nuestro cuerpo, es un santuario de Dios, es un lugar donde habita el Santo de los cielos, por ello todo nuestro obrar debe reflejar la presencia del Dios del amor en nuestras vidas. Por ello evitamos el pecado y buscamos vivir una virtuosa, una vida donde sea el bien que se manifieste, una vida que se parezca cada vez más a la de Jesús, que siempre pasó haciendo el bien, porque a fin de cuenta nosotros somos de Cristo.
Que hermoso es caminar hacia el cielo, que hermoso es querer ser santo, que hermoso es vivir para que Dios sea glorificado, que hermoso es el ideal de santidad a la que nos llama Jesús, que hermoso es vivir para el amor.
Que el Señor nos conceda la gracia de vivir su palabra en este día. Así sea.
IMG: «Vida de Jesús» de Gaudencio Ferrari