“Dejénse reconciliar con el Señor…ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación” (2 Cor 6, 2)
Las palabras del Apóstol resuenan y hacen mella en nuestro corazón, mueven lo más profundo de nuestro ser, nos invitan y nos empujan a renovar nuestra vida, o más bien dejar que nuestra vida sea renovada por la Misericordia del Señor. Comenzamos hoy el tiempo de la cuaresma, un tiempo en el que la sabiduría de nuestra madre la Iglesia nos recuerda año con año, el llamado de todo cristiano a la conversión, a volverse al Señor, y si bien es cierto ésta ha de ser una actitud permanente en la vida de todo bautizado, en este tiempo adquiere un matiz más intenso en cuanto preparación para la pascua.
En este período de tiempo somos invitados a través de la Sagrada Liturgia, la piedad popular y las prácticas penitenciales a vivir este espíritu de unión con Cristo que nos enseñó que el camino al cielo pasa por la Cruz. El espíritu de penitencia brota del hecho de nuestra misma vocación a unirnos al misterio de Cristo, y a participar con Él de la expiación por el pecado, asimismo es una necesidad ya que si bien es cierto la Iglesia es santificada por el Señor, en sus miembros continúa ha ser defectible y necesitada de conversión y renovación, en fin nuestras prácticas penitenciales en medio de una sociedad de consumo, de bienestar y muchas veces sumida en el materialismo, son un llamado a todos los hombres al recto uso de los bienes terrenos y nuestra colaboración en la consagración del mundo, al mismo tiempo, se convierten en un anuncio de la presencia de una realidad trascendente, de que existe una patria celeste, de que somos peregrinos que van de regreso a la casa del Padre.
La conversión del corazón, ha sido llamada desde los primeros siglos del cristianismo, metanoia, que es “esa íntima y total transformación y renovación de todo el hombre-de todo su sentir, juzgar y disponer- que se lleva a cabo en él a la luz de la santidad y caridad de Dios, santidad y caridad que en el Hijo, se nos han manifestado y comunicado con plenitud” (San Pablo VI) Es decir se trata de un configurar nuestro corazón con el Corazón de nuestro santísimo Redentor. El Papa Francisco nos recuerdaque: “El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.” (Mensaje de Cuaresma 2021)
Siguiendo a nuestro Divino Maestro, hemos de renunciar a nosotros mismos, tomar nuestra cruz, y participar en los padecimientos de Cristo; recordando que si con Él morimos, viviremos con Él, quien participa de su muerte en Cruz también participa de la gloria de su Resurrección, de modo que vivimos para Aquel que nos amó y se entregó por nosotros, y al mismo tiempo vivimos para los hermanos completando en nuestra carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.
Junto a la dimensión penitencial este tiempo también nos llama a la “ascesis” al ejercicio voluntario de la mortificación de nuestro cuerpo, la cual como diría san Pablo VI: “no implica una condena de la carne, que el Hijo de Dios se dignó a asumir; al contrario, la mortificación corporal mira por la liberación del hombre, que con frecuencia se encuentra, por causa de la concupiscencia desordenada, como encadenada a la parte sensible de su ser” (Constitución Apostólica Paenitimini)
La Iglesia nos da algunas sugerencias sobre como vivir la penitencia: En primer lugar se nos enseña que la penitencia se ejercita en “la fidelidad perseverante a los deberes del propio estado, con la aceptación de la dificultades procedentes del trabajo propio y de la convivencia humana, con el paciente sufrimiento de las pruebas de la vida terrena y de la inseguridad que la invade, que es causa de ansiedad” (Paenitimini). En segundo lugar, aquellos que se encuentran afligidos por “las enfermedades, la pobreza, la desgracia, o los perseguidos por causa de la justicia, son invitados a unir sus dolores al sufrimiento de Cristo” (Paenitimini) expiando y obteniendo para los hermanos la vida de la gracia. En tercer lugar, a los sacerdotes y religiosos, dada su consagración particular, han de procurar vivir de forma más perfecta el deber de la abnegación en vistas a la perfección de la caridad.
Conviene pues, en este tiempo hacer vida aquellas palabras de san Benito a sus monjes en su regla “que las palabras de nuestra boca concuerden con nuestro corazón”. Es tiempo de examinar nuestro corazón y a la vez que nos unimos a la penitencia cuaresmal con toda la Iglesia, descubramos también qué penitencia a nivel personal he de realizar yo para conformar mi corazón al de Cristo, para el cristiano la penitencia no es tanto castigo sino medicina, ¿qué me ata hoy que me impide o retrasa mi caminar con Cristo?
«Convertíos a Mí de todo corazón, y que vuestra penitencia interior se manifieste por medio del ayuno, del llanto y de las lágrimas; así, ayunando ahora, seréis luego saciados; llorando ahora, podréis luego reír; lamentándoos ahora, seréis luego consolados. Y, ya que la costumbre tiene establecido rasgar los vestidos en los momentos tristes y adversos — como nos lo cuenta el Evangelio, al decir que el pontífice rasgó sus vestiduras para significar la magnitud del crimen del Salvador, o como nos dice el libro de los Hechos que Pablo y Bernabé rasgaron sus túnicas al oír las palabras blasfematorias—, así os digo que no rasguéis vuestras vestiduras, sino vuestros corazones repletos de pecado; pues el corazón, a la manera de los odres, no se rompe nunca espontáneamente, sino que debe ser rasgado por la voluntad. Cuando, pues, hayáis rasgado de esta manera vuestro corazón, volved al Señor, vuestro Dios, de quien os habíais apartado por vuestros antiguos pecados, y no dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestros pecados, os perdonará por la magnitud de su misericordia» (San Jerónimo)
Concluyo recordando que el fundamento de nuestra conversión más que nuestro esfuerzo o un sentimiento de culpa es la confianza en la Misericordia de Dios, que como decía un anciano confesor: “perdona siempre, perdona todo y nos perdona a todos.”