Lunes – II semana de cuaresma
Dn 9, 4-10; Sal 80; +Lc 6, 36-38
Las lecturas de este día nos proponen en Daniel una clara reflexión sobre la conciencia del pecado en cuanto ofensa a Dios. A menudo sucede que muchos pueden llegarse a olvidar de esta dimensión, pues en el campo de la vida espiritual, conforme se camina en la lucha contra los vicios, puede llegarse a ver el pecado sólo como un error personal y olvidar de que es una ofensa a nuestro Señor, haciendo del cristianismo una mera práctica moral y olvidándose de que existe una relación real con Dios, se hace de la fe una religión del cumplimiento del deber, de logros de ciertas metas, dejando a un lado el vínculo de amor que nos une a nuestro Padre celeste.
Si vemos en esta dimensión relacional, las ofensas a Dios, no son otra cosa sino la no correspondencia a su amor, cada uno de nuestros pecados podría leerse en estos términos, sea porque se le desprecia, se le menosprecia o incluso podría darse el caso gravísimo y extremo de uno que llegue hasta el odio.
Siempre que nos acercamos al Sacramento de la Reconciliación al hacer nuestro examen de conciencia podríamos hacerlo desde esa perspectiva, desde el amor, y si lo hacemos así veremos como cuando nos acusamos de nuestros pecados frente al sacerdote, no sólo veremos el mal que hacemos sino que bajo la luz del amor también hemos de ser capaces de ver la misericordia infinita de Dios, que nos da su perdón, que viendo nuestras fragilidades se compadece de nosotros, y en este maravilloso sacramento no sólo se nos perdonan los pecados sino que también se nos dan fuerzas nuevas para luchar contra ellos y se afianza nuestro vínculo de comunión con Dios, porque quien pide perdón hace un acto de fe, esperanza y caridad que nos lleva a gozar de la intimidad de Dios en el Corazón de Cristo.
Y sabiendonos perdonados, «misericordiados» diría el Papa Francisco, no podemos sino también dar lo mismo a los otros, de ahí viene la exhortación de Jesús en el Evangelio.
El Divino Maestro no sólo nos dice el qué hemos de hacer, sino que toda su vida es un ejemplo a seguir en este amor que sobrepasa las ofensas recibidas, y el mismo nos da la gracia que necesitamos para vivir como el vivió, cuando dio derramó su sangre por amor a nosotros en su cruz.
Que este día podamos amar a Jesús de tal manera que entrando en su Corazón bendito veamos a la luz de su misericordia nuestras vidas, y si descubrimos que no hemos correspondido a ese amor infinito que se nos manifiesta día con día no dudemos en acudir al Sacramento de la Reconciliación
Nota: Fotografía de Sam Lucero, de un vitral que recuerda el Sacramento de la Reconciliación de santa María en Peshtigo.