Bebiendo del cáliz del Señor

Miércoles – II semana de cuaresma

  • Jr 18, 18-20. Venga, vamos a hablar mal de él.
  • Sal 30. Sálvame, Señor, por tu misericordia.
  • Mt 20, 17-28. Lo condenarán a muerte.

En nuestro peregrinar por este desierto cuaresmal vamos poco a poco uniéndonos cada vez más a Jesús en ofrenda de amor por la humanidad, la Liturgia de la palabra nos recuerda por un lado como los sufrimientos vividos por los profetas anuncian la pasión del Cordero de Dios que habrá de ser inmolado en la Cruz, por otro lado nos recuerda como aquellos que quieren compartir su gloria habrán de beber también de su mismo cáliz.

El profeta Jeremías tuvo la dura misión de llamar al Pueblo de Israel a la conversión, advirtió numerosas veces del peligro de ir tras seguridades meramente humanas, su predicación es profética no sólo por ser una denuncia de los crímenes de su época sino por ser sobre todo una palabra de Dios que busca mover a los hombres a la conversión del corazón. Jeremías se vuelve incómodo ante las autoridades religiosas y políticas de la época porque no se deja llevar por los respetos humanos como otros pseudo profetas que aparecieron por aquellos días, los cuales repetían a sus oyentes simplemente lo que querían oír. No, Jeremías es fiel al Señor y busca ante todo que Él sea quien relumbre en su predicación. Por su fidelidad será cuestionado e incluso torturado, pero la fuerza del amor de Dios le hará perseverar en medio de las peores adversidades. Aunque asediado por todas partes siempre sabrá recurrir a Dios para hacer frente a aquellos que traman toda suerte de males contra Él.

Este texto de la Sagrada Escritura ha sido siempre leído en la fe de la Iglesia como un anuncio de la pasión de Cristo y de las maquinaciones que tramaron contra el Salvador del Mundo sus perseguidores. Dirá san Jerónimo que «Hay consenso entre todas las Iglesias de que lo que se dice sobre la persona de Jeremías ha de entenderse de Cristo» Commentarii in Ieremiam 2,11.

Ahora bien si los sufrimientos de Jeremías fueron un anuncio de lo que el Salvador del mundo habría de padecer un día, el cáliz del que habla Jesús en el Evangelio es el símbolo de sus sufrimientos, los cuales habrán de ser compartidos por los discípulos del Señor tal y como se los dice a Santiago y Juan, de este modo los profetas de la nueva alianza continúan la misión del Hijo de Dios participando del misterio de la redención. Y en efecto Santiago morirá bajo la espada Herodes como cuenta el libro de los Hechos de los apóstoles y Juan, aunque la tradición nos cuenta que murió naturalmente desterrado en una isla en su ancianidad, antes de esto habría padecido una gran prueba a causa del Evangelio, san Jerónimo nos narra que fue colocado en una hoya de aceite hirviendo pero que milagrosamente no le pasó nada, sino que como los tres jóvenes que fueron arrojados al horno encendido según cuenta el profeta Daniel, emergió triunfante como confesor de la fe.

Jesús subiendo a Jerusalén anuncia nuevamente los sufrimientos que habrá de padecer, se trata del tercer anuncio de la Pasión el cual san Mateo narra con gran detalle. Es la obediencia perfecta que llega al punto de dar su vida, es el amor que se entrega y cuya mirada ve más allá de la vanidad de prestigios y puestos de mando, Jesús el siervo sufriente cambia las categoría de interpretación de la realidad, para mostrar que la vía del amor se manifiesta en el servicio al otro.

“Nuestro divino Maestro les dijo: ¿Podéis beber conmigo el cáliz que me está preparado?… y respondieron: podemos. Y Él añadió: ¿sabéis lo que es beber mi cáliz? No creáis que es tener dignidades, honores, favores o consuelos, ¡no! Beber mi cáliz es participar en mi pasión, soportar las penas y los sufrimientos, los clavos, las espinas, beber la hiel y el vinagre.

Los mártires bebían de un trago ese cáliz… y ¿no es un gran martirio el no hacer nunca su propia voluntad, someter el juicio, desgarrar el corazón, vaciarlo de todos sus afectos impuros y de todo lo que no es Dios; no vivir según nuestras inclinaciones y humores sino según la voluntad divina y la razón? Es un martirio muy largo y enojoso y que debe durar toda nuestra vida, pero que nos obtendrá al final una gran corona como recompensa si somos fieles a todo esto.”

San Francisco de Sales, Sermón IX

Que el Señor nos conceda la gracia en este día de saber entregar nuestra vida por amor, para que bebiendo del caliz de su pasión en esta vida, podamos dichosos alzar el caliz de la salvación al entrar la gloria de los santos.

ANEXO

De una homilía de san Juan Crisóstomo acerca del Evangelio de hoy:

Los hijos de Zebedeo apremian a Cristo, diciéndole: Ordena que se siente uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. ¿Qué les responde el Señor? Para hacerles ver que lo que piden no tiene nada de espiritual y que, si hubieran sabido lo que pedían, nunca se hubieran atrevido a hacerlo, les dice: No sabéis lo que pedís, es decir: «No sabéis cuán grande, cuán admirable, cuán superior a los mismos coros celestiales es esto que pedís.» Luego añade: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Es como si les dijera: «Vosotros me habláis de honores y de coronas, pero yo os hablo de luchas y fatigas. Éste no es tiempo de premios, ni es ahora cuando se ha de manifestar mi gloria; la vida presente es tiempo de muertes, de guerra y de peligros.»

Pero fijémonos cómo la manera de interrogar del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: «¿Podéis soportar la muerte? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?», sino que sus palabras son: ¿Sois capaces de beber el cáliz? Y, para animarlos a ello, añade: Que yo he de beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su pasión le da el nombre de «bautismo», para significar, con ello, que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo. Ellos responden: Lo somos. El fervor de su espíritu les hace dar esta respuesta espontánea, sin saber bien lo que prometen, pero con la esperanza de que de este modo alcanzarán lo que desean.

¿Qué les dice entonces el Señor? El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizarán con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Grandes son los bienes que les anuncia, esto es: «Seréis dignos del martirio y sufriréis lo mismo que yo, vuestra vida acabará con una muerte violenta, y así seréis partícipes de mi pasión. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.» Después que ha levantado sus ánimos y ha provocado su magnanimidad, después que los ha hecho capaces de superar el sufrimiento, entonces es cuando corrige su petición.

Los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Ya veis cuán imperfectos eran todos, tanto aquellos que pretendían una precedencia sobre los otros diez, como también los otros diez que envidiaban a sus dos colegas. Pero —como ya dije en otro lugar— si nos fijamos en su conducta posterior, observamos que están ya libres de esta clase de aspiraciones. El mismo Juan, uno de los protagonistas de este episodio, cede siempre el primer lugar a Pedro, tanto en la predicación como en la realización de los milagros, como leemos en los Hechos de los Apóstoles. En cuanto a Santiago, no vivió por mucho tiempo; ya desde el principio se dejó llevar de su gran vehemencia y, dejando a un lado toda aspiración humana, obtuvo bien pronto la gloria inefable del martirio.