«Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial»
Ga 4, 4-5
Toda prerrogativa y privilegio de la B.V. María sobre los cristianos deriva de su Maternidad divina, del Madre de Jesucristo Nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero hombre; por lo que la fecundidad de la maternidad espiritual de María es dada por adopción y deriva de la paternidad espiritual de Dios, como dice el evangelista hablando de los redimidos por Cristo «son nacidos no de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, mas de Dios» (Jn 1, 12).
Así ella “en unión con Cristo Redentor, nos ha comunicado verdadera y realmente la vida de la gracia, germen de la vida eterna” [1]. El Papa Benedicto XVI nos enseña al meditar el misterio de la maternidad de María no sólo vive el don de la gracia que supone la fecundidad, vista en la Sagrada Escritura siempre como una bendición del Señor, sino la contiene y la excede con superabundancia de ahí que “La Madre de Dios es la primera bendecida y quien porta la bendición; es la mujer que ha acogido a Jesús y lo ha dado a luz para toda la familia humana. Como reza la Liturgia: «Y, sin perder la gloria de su virginidad, derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo, Señor nuestro» (Prefacio I de Santa María Virgen).”[2]
Por ello en la Salve la aclamamos como la Madre de gracia y misericordia, puesto que la gracia que Dios derrama en su maternidad se extiende ha todo el género humano, este significado se encuentra como oculto de atrás de aquella afirmación que los Santos Padres hacían en los primeros siglos del cristianismo cuando le llamaron la Nueva Eva
«…El Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez ésta su humanidad sostenida por Él, y, mediante la obediencia en el árbol de la cruz, llevó a cabo la expiación de la desobediencia cometida en otro árbol, al mismo tiempo que liquidaba las consecuencias de aquella seducción con la que había sido vilmente engañada la virgen Eva, ya destinada a un hombre, gracias a la verdad que el Ángel evangelizó a la Virgen María, prometida también a un hombre. Pues de la misma manera que Eva, seducida por las palabras del diablo, se apartó de Dios, desobedeciendo su mandato, así María fue evangelizada por las palabras del Ángel, para llevar a Dios en su seno, gracias a la obediencia a su palabra. Y si aquélla se dejó seducir para desobedecer a Dios, ésta se dejó persuadir a obedecerle, con lo que la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y como el género humano fue ligado a la muerte mediante una virgen, así también es salvado mediante una Virgen: siendo contrabalanceada la virginal desobediencia por la virginal obediencia…»[3]
El título de nueva Eva expresa también la extensión de su maternidad, de un modo con los bautizados y de otro con los no bautizados. “Es, en primer lugar, Madre de los fieles, de todos los que creen en su Hijo y reciben por Él la vida de la gracia. Pero es también Madre de todos los hombres, en cuanto ella nos dio al Salvador de todos y se unió a la oblación de su Hijo que derramó su sangre por todos”[4]
María santísima ha sido vinculada a todos los hombres de todas las épocas porque fue elegida para ser la madre del primogénito de todos, Jesucristo. El título de nueva Eva exalta su categoría de madre de los vivientes, pero un sentido nuevo y diferente, porque se trata de la nueva vida que brota del costado abierto del redentor, vida de la que todos los hombres pueden y están invitados a gozar por las aguas del bautismo, la vida divina que nos es transmitida por la gracia de Dios. Ella se convierte así madre espiritual de los que están llamados a vivir y de los que ya viven por la fe en Cristo Jesús. Es más, su mismo Hijo le encomendó esta misión al decirle “Mujer ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26) mientras ofrecía el supremo sacrificio de la cruz al darle al discípulo amado y en él a todos para que velase sobre ellos como tierna y buena madre.
“María acompaña en oración toda la vida de Jesús, hasta la muerte y la resurrección; y al final continúa, y acompaña los primeros pasos de la Iglesia naciente (cfr. Hch 1,14). María reza con los discípulos que han atravesado el escándalo de la cruz. Reza con Pedro, que ha cedido al miedo y ha llorado por el arrepentimiento. María está ahí, con los discípulos, en medio de los hombres y las mujeres que su Hijo ha llamado a formar su Comunidad… Es la Madre de Jesús que reza con ellos, en comunidad, como una de la comunidad. Reza con ellos y reza por ellos. Y, nuevamente, su oración precede el futuro que está por cumplirse: por obra del Espíritu Santo se ha convertido en Madre de Dios, y por obra del Espíritu Santo, se convierte en Madre de la Iglesia.
Rezando con la Iglesia naciente se convierte en Madre de la Iglesia, acompaña a los discípulos en los primeros pasos de la Iglesia en la oración, esperando al Espíritu Santo. En silencio, siempre en silencio. La oración de María es silenciosa. El Evangelio nos cuenta solamente una oración de María: en Caná, cuando pide a su Hijo, para esa pobre gente, que va a quedar mal en la fiesta. Pero, imaginemos: ¡hacer una fiesta de boda y terminarla con leche porque no había vino! ¡Eso es quedar mal! Y Ella, reza y pide al Hijo que resuelva ese problema. La presencia de María es por sí misma oración, y su presencia entre los discípulos en el Cenáculo, esperando el Espíritu Santo, está en oración. Así María da a luz a la Iglesia, es Madre de la Iglesia. El Catecismo explica: «En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos» (CCE, 2617).”[5]
IMG: «La anunciación» del Beato Fra Angelico
[1] Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, Ediciones Desclée de Brouwer, Buenos Aires 19543, 164.
[2] Benedicto XVI, Homilía del 1 de enero de 2012
[3] San Irineo de lyon, Adv. Haer., V,19,1
[4] Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p.166.
[5] Papa Francisco, Audiencia General, 18 de noviembre de 2020