La Presentación de Jesús en el Templo

2 de febrero

Fiesta

-Ml 3, 1-4. Llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando. o bien:

-Sal 23. El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria.

†Lc 2, 22-40. Mis ojos han visto a tu Salvador.

 

«La Presentación de Jesús en el templo (cf. Lc 2, 22  – 39) lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor (cf. Ex 13, 2. 12 – 13). Con Simeón y Ana toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, «luz de las naciones» y «gloria de Israel», pero también «signo de contradicción». La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado «ante todos los pueblos».»[1]

La presentación de nuestro Señor Jesucristo en el Templo y la purificación de María santísima son dos eventos con los cuales la Sagrada Familia de Nazaret nos muestra la santidad de vida que se respiraba en su hogar. Por un lado, como buenos israelitas a los 40 días de nacido el niño Jesús lo llevan al Templo para cumplir lo que prescribía la Ley antigua sobre el sacrificio de rescate de los primogénitos, en el caso de Jesús se ofrecieron dos tórtolas, pues eran una familia pobre, con ese gesto también se consagraba el niño como propiedad de Dios. Por otro lado, según la ley del Antiguo Testamento, la mujer luego del parto quedaba fuera de la pureza ritual, no podía participar del culto, por lo cual debía de purificarse.

Ciertamente uno se podría preguntar, ¿era necesario “rescatar” a Jesús? ¿Acaso no era el consagrado del Señor? ¿Para qué realizar este gesto si Él era el mismísimo Hijo de Dios? ¿Qué necesidad tenía la Inmaculada de ser purificada? Citando a santo Tomás de Aquino podríamos responder a la primera «…Cristo quiso nacer bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley (Ga 4, 4-5) y para que la justificación de la ley se cumpliese espiritualmente en sus miembros (cf. Rm 8, 4)»[2] a la segunda «Así como la plenitud de la gracia se deriva de Cristo a su Madre, así también convino que la Madre se conformase con la humildad del Hijo, pues Dios da su gracia a los humildes, como se lee en St 4, 6.

Y por eso, así como Cristo, a pesar de no estar sometido a la ley, quiso experimentar la circuncisión y las otras cargas de la ley, para darnos ejemplo de humildad y obediencia, para dar su aprobación a la ley, y para quitar a los judíos la ocasión de cualquier calumnia, por esas mismas razones quiso que también su Madre cumpliese las observancias de la ley, a pesar de no estar sujeta a las mismas»[3]

En el fondo estas preguntas parecen similar a aquella que le planteó san Juan Bautista a Jesús cuando intentaba disuadirlo de ser bautizado diciéndole «soy yo el que necesito que tú me bautices y ¿tu acudes a mí?» (Mt 3,14) y por tanto aplica la misma respuesta «Déjalo ahora. Conviene que así, cumplamos toda justicia» (Mt 3, 15) Jesús ante todo busca hacer la voluntad del Padre.

La riqueza del texto es superabundante, santo Tomás recuerda como san Gregorio de Nisa nos invitaría a la imitación de Cristo en este misterio diciendo que «Así como el Hijo de Dios se hizo hombre y fue circuncidado en su carne, no por su propia causa, sino para hacernos a nosotros dioses (porque en nosotros habita la misma vida divina) por medio de la gracia, y para que fuésemos espiritualmente circuncidados, así también fue presentado al Señor por nuestra causa, a fin de que aprendamos a presentarnos nosotros mismos a Dios»[4]

 Con el gesto que cumple la Sagrada Familia de Nazaret se nos enseña como ellos fueron obedientes a los mandatos que el Señor les había transmitido por medio de la Ley antigua, del mismo modo nosotros hemos de ser obedientes a los mandatos de la Ley Nueva del Amor que es plenitud de aquella antigua, así nos presentaremos al Señor como un sacrificio agradable para su gloria, así es como nosotros le mostramos nuestro amor, bien lo dice Jesús “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y yo mismo me manifestaré a él” (Jn 14, 21)

Cristo ha venido a iluminar nuestro mundo con la luz de su palabra y de su ejemplo, Él ha disipado toda tiniebla, y Él nos invita a ser también nosotros antorchas que iluminen nuestros tiempos, a ser presencia de Dios en el mundo, para ello debemos hacer nuestra su luz entrando por amor en su voluntad, descubriendo el tesoro precioso de lo que significa vivir como hijos de Dios, consagrados de Dios, santos de Dios. Que este sea nuestro anhelo en este día. Así sea.

IMG: «Presentación de Jesús en el Templo» miniatura del Misal de Sherbrook

[1] Catecismo de la Iglesia Católica n.529

[2] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica III, q. 37, a.3

[3] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica III, q. 37, a.4

[4] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica III, q. 37, a.3, sed contra 2