2. María, mediadora de todas las gracias

«Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a  tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.»
Jn 19, 26

La Intercesión de la B.V. María en el cielo es una comunicación de bienes que tiene su fundamento en la comunión de los santos.

«Por lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella misma ofrece a Dios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación (cf. 1Co 12, 12  – 27). Porque ellos llegaron ya a la patria y gozan “de la presencia del Señor” (cf. 2Co 5, 8); por Él, con Él y en Él no cesan de interceder por nosotros ante el Padre, presentando por medio del único Mediador de Dios y de los hombres, Cristo Jesús (1Tm 2, 5), los méritos que en la tierra alcanzaron; sirviendo al Señor en todas las cosas y completando en su propia carne, en favor del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia lo que falta a las tribulaciones de Cristo (cf. Col 1, 24). Su fraterna solicitud ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad» [1]

La solicitud de María santísima por las necesidades de los hombres es más apremiante porque ha sido constituida como Madre de ellos por su mismo Hijo (cf. Jn 19, 26) y por la inmensa caridad que le caracteriza. “[Ella] conoce todas sus necesidades espirituales y todo lo relacionado con la salvación; en razón de su inmensa caridad, ruega por ellos; y como es omnipotente ante su Hijo por el amor mutuo que los une, obtiene todas las gracias que recibimos nosotros, y todas las que reciben los que no se obstinan en el mal.”[2]

La Bienaventurada Virgen María conoce directa o indirectamente aquello que se relaciona con nuestra vida sobrenatural puesto que ella es Madre espiritual de todos los hombres en virtud de su Maternidad divina, su conocimiento es en este sentido universal, concreto y cierto. Ella suplica a Cristo en el cielo por la salvación de sus hijos, es de hecho llamada la omnipotencia suplicante. Según el principio que dice que la intercesión de un santo se basa en su grado de gloria, y ella gozaría eminentemente de ésta estando sólo por debajo de su Hijo, así puede alcanzar a los hombres todos los medios necesarios para su salvación, siempre y cuando se dispongan a pedirla y no impongan obstáculos a la gracia.[3]

Es hermoso contemplar como la Iglesia a través de la Sagrada Liturgia a querido reconocer en su oración oficial el rol que la santísima Virgen María tiene en nuestras vidas como medianera de las gracias que Dios da a sus hijos. De hecho existe un formulario de Misa específico: La Virgen María, Madre y medianera de la gracia

 En él se vincula esta prerrogativa a su función de madre, la cual le fue conferida en el calvario. En el momento del sacrificio puro y sublime de Cristo en la Cruz, en el momento en Cristo mediador entre Dios y los hombres nos reconcilia con el Padre, en ese mismo momento Él hace de su madre la nuestra cuando en la persona del discípulo amado nos confió a su protección, con razón le llamamos nuestra Buena Madre.

Su maternidad la ejerce a través de la intercesión, la gracia, la súplica, el perdón, la reconciliación y la paz. avocándose a su protección en este valle de lágrimas como decimos en la salve, los fieles cristianos en medio de las angustias y peligros la invocan como madre de la misericordia.

Estos grandes beneficios se recogen de modo especial en el prefacio de la Misa:

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

A quien, verdadero Dios y verdadero hombre,
constituiste único mediador,
viviente siempre para interceder por nosotros.

En tu inefable bondad
has hecho también a la Virgen María
Madre y colaboradora del Redentor,
para ejercer una función maternal en la Iglesia:
de intercesión y de gracia,
de súplica y de perdón,
de reconciliación y de paz.
Su generosa entre de amor de madre
Depende de la única mediación de Cristo,
y en ella reside toda su fuerza.

En la Virgen María se refugian los fieles
que están rodeados de angustias y peligros,
invocándola como madre de misericordia
y dispensadora de la gracia.

Por eso con los ángeles y los arcángeles
Y con todos los coros celestiales,
Cantamos sin cesar
el himno de tu gloria…

San Juan Pablo II en una catequesis nos aclara que la única mediación de Cristo Jesús excluye toda otra mediación paralela o autónoma pero no una subordinada que es justamente la que los cristianos en la comunión de los santos ejercen a través de sus oraciones los unos por los otros, es más es aconsejada por los mismo apóstoles:

“De Cristo deriva el valor de la mediación de María y, por consiguiente, el influjo saludable de la santísima Virgen «favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo»

La intrínseca orientación hacia Cristo de la acción de la «Mediadora» impulsa al Concilio a recomendar a los fieles que acudan a María «para que, apoyados en su protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador»…Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1 Tm 2, 5-6), el texto de la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra mediación paralela, pero no una mediación subordinada.

En efecto, antes de subrayar la única y exclusiva mediación de Cristo, el autor recomienda «que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres» (1 Tm 2, 1). ¿No son, acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, según san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a promover otras mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamando la unicidad de la de Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualquier mediación autónoma o en competencia, pero no otras formas compatibles con el valor infinito de la obra del Salvador.”[4]

Un gran teólogo dominico de inicios del siglo XX al contemplar la maravilla que Dios ha hecho en María y su rol de ser viva intercesora nuestra y medianera de todas las gracias, concluiría que:

«Es de fe, en primer lugar, que María Santísima ruega por nosotros y hasta por cada uno de nosotros, en su calidad de Madre de Dios y de todos los hombres, y que su intercesión nos es muy útil, conforme al dogma general de la intercesión de los santos (Dz 984)

En segundo lugar, es cierto, según la Tradición, que este poder de intercesión de María puede obtener para todos los que la invocan debidamente  todas las gracias de la salvación y que nadie se salva sin ella.

Y finalmente, es una doctrina común y segura, enseñada por los Papas, por la predicación universal y por la liturgia, que ninguna gracia nos es dada sin la intervención de María»[5]

IMG: «Piedad» de Miguel Ángel

[1] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 49.

[2] Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p. 200.

[3] Cf. Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p. 206.

[4] San Juan Pablo II, Audiencia General, 1 de octubre de 1997

[5]  Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p. 204–205.