3.1 Las virtudes en María

«Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Pero él dijo: “Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”».
Lc 11, 27-28

Hemos hablado de algún modo que Nuestra Buena Madre crecía en santidad por la práctica de las buenas obras, ahora meditemos en ella desde el prisma de las virtudes.[1]

De la B.V. María se dice que es “espejo de justicia” en cuanto que en ella fiel a la palabra de Dios, obró siempre según su voluntad, el sí de la anunciación se prolongó a lo largo de su vida.

«La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar «los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos». (123) Virtudes sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios (cf. Lc 1, 26-38; 1, 45; 11, 27-28; Jn 2, 5); la obediencia generosa (cf. Lc 1, 38); la humildad sencilla (cf. Lc 1, 48); la caridad solícita (cf. Lc 1, 39-56); la sabiduría reflexiva (cf. Lc 1, 29.34; 2, 19. 33. 51); la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos (cf. Lc 2, 21.22-40.41), agradecida por los bienes recibidos (Lc 1, 46-49), que ofrecen en el templo (Lc 2, 22-24), que ora en la comunidad apostólica (cf. Act 1, 12-14); la fortaleza en el destierro (cf. Mt 2, 13-23), en el dolor (cf. Lc 2, 34-35.49; Jn 19, 25); la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor (cf. Lc 1, 48; 2, 24); el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz (cf. Lc 2, 1-7; Jn 19, 25-27); la delicadeza provisoria (cf. Jn 2, 1-11); la pureza virginal (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38); el fuerte y casto amor esponsal. De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos, que con tenaz propósito contemplan sus ejemplos para reproducirlos en la propia vida. Y tal progreso en la virtud aparecerá como consecuencia y fruto maduro de aquella fuerza pastoral que brota del culto tributado a la Virgen»[2]

Aunque son muchas las virtudes que podrían ser comentadas nos centraremos en las 3 teologales y 4 cardinales.

María modelo de fe

La fe en María santísima nos viene testimoniada en el episodio de la Visitación por santa Isabel «Bienaventurada eres tú, porque has creído— le dice— , pues en ti se cumplirá lo que el Señor te ha dicho» (Lc 1,45). Ya los Santos Padres reconocen en ésta virtud de María su grandeza y el principio de su maternidad.

«…¿Acaso no hizo la voluntad del Padre la Virgen María, que por la fe creyó, por la fe concibió, elegida para que nos naciera la Salvación en medio de los hombres…? La cumplió; santa María cumplió ciertamente la voluntad del Padre; y por ello significa más para María haber sido discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta haber sido discípula de Cristo que haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, puesto que, antes de darlo a luz, llevó en su seno al Maestro…era bienaventurada también María: porque escuchó la palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en su mente mejor que la carne en su seno. La Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: de más categoría es lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno»[3]

Ella también sufrió la prueba de la fe acompañando a su Hijo en los diversos momentos de su vida, así decimos que padeció la prueba de lo invisible, en un niño vio al Creador; la prueba de lo incomprensible, Dios se hizo hombre; y la prueba de las apariencias contrarias, dolorosa al pie de la Cruz. Su fe se sostuvo y crecía de modo sin igual ya que no estaba bloqueada por el pecado y así se encontraba bien dispuesta a acoger la verdad revelada.

«En María, Hija de Sión, se cumple la larga historia de fe del Antiguo Testamento, que incluye la historia de tantas mujeres fieles, comenzando por Sara, mujeres que, junto a los patriarcas, fueron testigos del cumplimiento de las promesas de Dios y del surgimiento de la vida nueva. En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María, y ella la acogió con todo su ser, en su corazón, para que tomase carne en ella y naciese como luz para los hombres. San Justino mártir, en su Diálogo con Trifón, tiene una hermosa expresión, en la que dice que María, al aceptar el mensaje del Ángel, concibió « fe y alegría »[49]. En la Madre de Jesús, la fe ha dado su mejor fruto, y cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de la fe. En su vida, María ha realizado la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo[50].50 Así, en María, el camino de fe del Antiguo Testamento es asumido en el seguimiento de Jesús y se deja transformar por él, entrando a formar parte de la mirada única del Hijo de Dios encarnado.»[4]

Esperanza en María

A mayor fe, mayor esperanza, puesto que no sólo se cree en Dios y lo que ha revelado sino también que será fiel a sus promesas, aquellas a las que se refiere la virtud de la esperanza son la del cielo y la de los medios para lograrlo.

En la B.V. María esto se dio de una manera sin igual, pues aquella que se abandonó en Dios con su sí para ser Madre del Salvador, luego de haberlo cuidado y acompañado durante toda su vida terrena, no podrá menos que aspirar a estar con Él en el cielo, fiándose de su palabra, como lo muestra el libro de los Hechos de los apóstoles «Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.» (Hch 1, 14) y lo mismo se ha de decir acerca de su esperanza acerca de los medios para alcanzarlo. Podemos ver en ella un abandono operante, cree y espera, pero hace lo que puede como vemos cuando busca a Jesús en el Templo (Cf. Lc 2, 48).

«Con un himno del siglo VIII/IX, por tanto de hace más de mil años, la Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como “estrella del mar”: Ave maris stella. La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su « sí » abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)?»[5]

Caridad en María

A mayor gracia, mayor caridad, y la B.V. María es la «llena de gracia» (Lc 1, 28) por tanto gozó de una gran caridad, está sólo por debajo de aquella Jesucristo. Esta virtud se funda en la semejanza y comunicación de bienes, así a la Madre de Dios se le comunicó el bien más grande todos, el Verbo de Dios encarnado del que deriva la semejanza mayor de María santísima con Dios, por la efusión de la gracia, por sus virtudes actualizadas o por la vida perfecta. En el don dado por Dios vemos cuanto la amó y en su sí ferviente en cada paso de la vida de su Hijo vemos como ella le amaba tanto como podía, pues no padecía los obstáculos que podrían derivarse del pecado, nada quiso que fuese contrario a la voluntad de Dios. De ahí también deriva su profundo amor de caridad hacia el prójimo, de quien sabía su Hijo sería el salvador por el anuncio del Ángel, deseando para los hombres la gracia y la gloria, para reparar la afrenta del pecado fue elevada a Madre de Dios, por ello mismo busca la salvación de los pecadores.

«¿En qué modo María es para la Iglesia ejemplo viviente de amor? Pensemos en su disponibilidad respecto a su pariente Isabel. Visitándola, la Virgen María no le llevó sólo una ayuda material; también esto, pero llevó a Jesús, que ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús a aquella casa quería decir llevar la alegría, la alegría plena. Isabel y Zacarías estaban felices por el embarazo que parecía imposible a su edad, pero es la joven María quien les lleva la alegría plena, la que viene de Jesús y del Espíritu Santo y se expresa en la caridad gratuita, en compartir, en ayudarse, en comprenderse.

La Virgen quiere traernos también a nosotros, a todos nosotros, el gran don que es Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría. Así la Iglesia es como María: la Iglesia no es un negocio, no es una agencia humanitaria, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia está enviada a llevar a todos a Cristo y su Evangelio; no se lleva a sí misma —sea pequeña, grande, fuerte, débil—, la Iglesia lleva a Jesús y debe ser como María cuando fue a visitar a Isabel. ¿Qué le llevaba María? Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: esto es el centro de la Iglesia, ¡llevar a Jesús!»[6]

Es maravilloso meditar el modo en que María santísima vivio las virtudes teologales, de hecho San Juan Pablo II escribiría unas hermosas palabras al respecto en el que nos hace ver como ser interrelacionan estas virtudes que Dios infunde en el alma cristiana y que han resplandecido en la santa Madre de Dios de un modo especial, convirtiéndose en modelo ejemplar de su vivencia para todos sus hijos.

“La Iglesia vive de fe, reconociendo en «la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1, 45) la expresión primera y perfecta de su fe. En este itinerario de confiado abandono en el Señor, la Virgen precede a los discípulos, aceptando la Palabra divina en un continuo «crescendo», que abarca todas las etapas de su vida y se extiende también a la misión de la Iglesia.

Su ejemplo anima al pueblo de Dios a practicar su fe, y a profundizar y desarrollar su contenido, conservando y meditando en su corazón los acontecimientos de la salvación.

María se convierte, asimismo, en modelo de esperanza para la Iglesia. Al escuchar el mensaje del ángel, la Virgen orienta primeramente su esperanza hacia el Reino sin fin, que Jesús fue enviado a establecer.

La Virgen permanece firme al pie de la cruz de su Hijo, a la espera de la realización de la promesa divina. Después de Pentecostés, la Madre de Jesús sostiene la esperanza de la Iglesia, amenazada por las persecuciones. Ella es, por consiguiente, para la comunidad de los creyentes y para cada uno de los cristianos la Madre de la esperanza, que estimula y guía a sus hijos a la espera del Reino, sosteniéndolos en las pruebas diarias y en medio de las vicisitudes, algunas trágicas, de la historia.

En María, por último, la Iglesia reconoce el modelo de su caridad. Contemplando la situación de la primera comunidad cristiana, descubrimos que la unanimidad de los corazones, que se manifestó en la espera de Pentecostés, está asociada a la presencia de la Virgen santísima (cf. Hch 1, 14). Precisamente gracias a la caridad irradiante de María es posible conservar en todo tiempo dentro de la Iglesia la concordia y el amor fraterno.”[7]

Pasemos ahora a contemplar las virtudes cardinales en Nuestra Buena Madre.

Prudencia en María

“Ella fue la Virgen prudentísima: prudentísima respecto al fin que se propuso, que fue el agradar siempre y en todo a Dios, sirviéndole y amándole con toda la capacidad de que era capaz su corazón; prudentísima en los medios por Ella empleados, que fueron escogidos con madurez, circunspección y consejo”[8]

La prudencia, dicen algunos, es hacer la cosa justa en el momento justo y en el mejor modo posible, y también se dice que ella se prueba en el silencio y en el hablar y de esto es modelo María santísima por ej. ante la profecía de Simeón calla y medita en su corazón; pero en el anuncio del Ángel, al saludo de santa Isabel o durante las bodas de Caná sabe hablar

La justicia en María

La justicia se fundamenta sobre la práctica del bien y la evasión del mal, en la B.V. María por el testimonio que nos dan los Evangelios y la Tradición de la Iglesia sabemos que no hubo huella de pecado por lo que el mal no es concebible en ella, y siempre estuvo a disposición de la voluntad divina, por ende, procurando el bien.

En las virtudes conexas a la justicia podemos ver el testimonio de María, por ejemplo en razón de la virtud de la religión escuchamos por san Lucas «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), la vemos orante en el evangelio de Juan intercediendo en las bodas de Caná, sabemos que ofreció en el Templo dos tórtolas como prescribía la Ley para su purificación así como presenta al niño Jesús a los 12 años de edad, invocaba el nombre de Dios y estaba agradecida con Él como lo transparenta el Magnificat, y su piedad filial se manifiesta en su relación con san José, cuando encuentra al niño le dice «Tu padre y yo te buscábamos» (Lc 2, 48) anteponiendo a su esposo a sí misma.

Fortaleza en María

La virtud de la fortaleza se especifica por sus actos, de los cuales el más grande es el de saber resistir, siendo el sufrir por causa de la fe en Cristo el testimonio más grande de fortaleza que tiene su culmen en el martirio.

«…el dolor de la Virgen fue el más extenso, porque abrazó toda su vida; el más profundo, porque procedía del más profundo de todos los amores: el amor hacia su Hijo, que era a la vez su Dios, y el más amargo porque no hay tormento ni amargura que se pueda comparar al martirio que sufrió María al pie de la cruz»[9].

Toda la vida de la B.V. María se vio caracterizada por este testimonio de fe, la huida a Egipto, la escucha de los que atentaban contra Jesús mientras el desarrollaba su ministerio público, hasta el contemplarlo al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25) “Mientras los discípulos huyeron ella se mantenía firme delante de la cruz, con ojos llenos de afecto contemplaba las heridas del Hijo, pues buscaba no la muerte del Hijo, sino la salvación del mundo…”[10]

Templanza en María

La virtud de la templanza fue practicada por ella no en cuanto moderación ardua de las pasiones desordenadas sino con suma facilidad y sin esfuerzo, debido a que el desorden viene derivado del pecado y ella fue concebida sin mancha de él. Lo mismo se puede decir de todas las virtudes derivadas de ésta como la abstinencia, la castidad (que en ella se considera mejor con el término de pureza) la mansedumbre, la clemencia y la humildad, bien lo canta el Magníficat hablando de las obras que el Señor ha realizado en ella «Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes» (Lc 1,52). Todo esto no implica que no tenga mérito o que no sirva como modelo para el cristiano, al contrario nos muestra el fin al que tendemos puesto que cuando una virtud más se practica con mayor intensidad resulta más connatural al hombre, de modo que aquello que al principio requería un esfuerzo grande se va haciendo más fácil conforme se va progresando en el desarrollo de la vida sobrenatural.

IMG: «Nuestra Señora de Walsingham» en Norfolk, Inglaterra

[1] Para este discurso y el relativo a los dones y frutos del Espíritu Santo seguiremos una reflexión del teólogo dominico fray Antonio Royo Marín en su obra La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas, 274-338

[2] San Pablo VI, Marialis Cultus, 56

[3] Agustín de Hipona, Sermones, 72, 7.

[4] Papa Francisco, Lumen Fidei, 58

[5] Benedicto XVI, Spes Salvi, 49

[6] Papa Francisco, Audiencia General, 23 de octubre de 2013

[7] San Juan Pablo II, Audiencia General, 3 de septiembre de 1997

[8]  Antonio Royo Marín, La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas, 285.

[9]  Antonio Royo Marín, La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas, 296–297.

[10] Ambrosio de Milán, Cartas, 14, 109.