V Domingo de Cuaresma – Ciclo A
- Ez 37, 12-14. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis.
- Sal 129. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
- Rm 8, 8-11. El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros.
- Jn 11, 1-45. Yo soy la resurrección y la vida.
Al contemplar la narración que hace san Juan de la resurrección de Lázaro nos damos cuenta del amor profundo de Jesús al ver los sufrimientos de aquellos a los que ama, sí, el evangelio nos cuenta que Marta, María y Lázaro eran amados por Jesús, en ellos también nos encontramos nosotros queridos hermanos, Jesús te ama y te ama entrañablemente, no es indiferente a tus problemas, a tus preocupaciones, a tus sufrimientos y angustias, Jesús también se compadece de ti y de mí.
El impacto es tan grande al ver el dolor de sus amigos y de aquellos que le acompañan que Jesús ha derramado lágrimas, Él, el Hijo de Dios hecho hombre, Aquel por medio de quien todo fue creador, Aquel ante quien se dobla toda rodilla en cielo y tierra, el todopoderoso se conmueve profundamente.
Sus lágrimas son preciosas, los hombres de aquel entonces descubrieron en ellas el signo del Amor de Cristo, de hecho comentaron “De veras ¡cuánto le amaba!”.
Lázaro ciertamente volvió a la vida, el Señor obró un milagro de resurrección sin embargo hemos de recordar que ésta no era aún la resurrección definitiva la cual espera hasta el final de los tiempos con la segunda venida del Señor.
El milagro es uno de los signos mesiánicos que anuncian la llegada del Salvador de la humanidad, es una antesala de victoria de Cristo sobre la muerte en el día de la Pascua. Hoy contemplamos a Jesús glorioso que triunfa sobre las fuerzas que oprimen al hombre.
Queridos hermanos, ¡cuántas veces nos sentimos como uno que lleva varios días en el sepulcro! usando la imagen del salmo estamos tensos como el centinela en la noche que teme ser atacado por el enemigo y ansía profundamente la aurora (cf. Sal 129).
Así nosotros muchas veces tememos ante el peso de las crisis económicas que podemos estar pasando, quizás al vernos sumidos en medio de una problemática familiar a la que no hallamos salida y que nos causa gran tristeza, ¡hoy en día cuántos están viviendo en la angustia y el temor de una pandemia que parece que no tiene freno!
Sin embargo sabemos que esas realidades aunque son importantes no son las más importantes, recordemos las palabras de Jesús “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.” (Mt 10, 28)
¡Cuántos envueltos en las redes del pecado terminan minando su relación con el Señor! ¡cuántos prefieren dejarse llevar por las seducciones del mundo, idolatrando el placer y el dinero, la fama y el poder! ¡Cuántos se dejan corromper por el pecado mortal sobre todo cuando es recurrente! ¡Cuántos viven en la suma tristeza que provoca la desesperanza por haberse olvidado que fuimos creados para la eternidad!
De estas y muchas maneras pareciera que entramos en una situación en la que no hay solución preferimos decir: mejor me alejo, ya no tengo reparo, para que intentarlo si sé que soy un fracasado en esto, la santidad no es para mí, para que esforzarme por ser bueno, mejor ser un corrupto miren como esos no pasan crisis económicas, mejor olvidarme de mi familia y vivir solo, para qué cargar con eso si ellos siempre son de X o Y manera, etc. ¿acaso detrás de esas palabras no se esconde un “Ya huele mal” como el que dijo Marta a Jesús? ¿para qué intentarlo?
Queridos hermanos, Jesús no es indiferente nuestras realidades, ¡cuántas lágrimas habrá derramado por nosotros al vernos en esas situaciones! sí, como Marta, como María, como Lázaro, también nosotros somos amigos de Jesús, también de nosotros se puede decir “De veras ¡cuánto le amaba!” ya lo dice un salmo “Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.” Sal 115, 15
En medio de las situaciones más incomprensibles recordemos que por las aguas del Bautismo también Cristo nos ha dado una nueva vida, hemos comenzado a gozar de la vida eterna, vida que llegará a su plena manifestación en la resurrección al final de los tiempos, pero que ya ha comenzado.
El día de nuestro Bautismo día hemos recibido el Espíritu vivificador, el cual se ha derramado con una efusión especial el día de nuestra Confirmación. Por todo nuestro ser fluye ya la vida de la gracia, la vida sobrenatural, la vida eterna, la vida que no acaba.
Querido hermano, si sientes que tu corazón se encuentra como atado por el pecado como las vendas que envuelven un cadáver, si crees que ya todo el mundo se dio por vencido contigo, si sientes que la angustia y el temor por lo incierto te envuelven como las tinieblas de la noche o la oscuridad de un sepulcro, abre tus oídos y escucha a Cristo que viene a decirte nuevamente como a Lázaro “Sal de allí”.
Es la voz de tu Señor que dice “¡sal de allí!”, que resuene en tu oídos la voz de tu Creador que te dice “¡Sal de allí!”, que se estremezca todo tu ser porque el que dio su vida por amor a ti en el Calvario te dice “¡Sal de allí!”, que tu corazón se conmueva porque tu mejor amigo, el Amor que tanto anhelaste y que nadie fue capaz de darte, tu Amado viene y te dice “¡sal de ahí!”, recobra el ánimo, recobra la vida porque el Resucitado te dice “¡Sal de ahí!”.
Que al contemplar la resurrección de Lázaro y el amor profundo de Jesús por sus amigos, se encienda en nuestros corazones nuevamente la esperanza y digamos con el salmista “Confío en el Señor, mi alma espera y confía en su palabra, mi aguarda al Señor, mucho más que el centinela a la aurora”
IMG: «Resurrección de Lázaro» de Sebastiano del Piombo