Contemplando su Misericordia

Martes – V semana de Cuaresma

  • Nm 21, 4-9. Los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirar a la serpiente de bronce.
  • Sal 101. Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti.
  • Jn 8, 21-30. Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que «Yo soy».

Conforme nos vamos acercando a la semana santa la Iglesia nos va preparando para los acontecimientos que estamos por celebrar, la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor. Cristo se va revelando a los hombres y por el camino algunos creen en Él y entran en la conversión, otros se cierran a su mensaje y planean acabar con la vida del Maestro, una parte del pueblo cree otra murmura, adentrémonos en el mensaje de la Palabra para este día.

En todo viaje, particularmente en de los peregrinos a menudo surgen dificultades que purifican la fe. El pueblo de Israel peregrino por el desierto no era la excepción. Atravesando el desierto experimenta el hambre y la sed de aquellos que caminan por un lugar inhóspito, sin embargo el Señor que los había sacado de la esclavitud de Egipto no los había abandonado, les proveyó el maná, codornices e incluso hizo brotar agua de la roca para saciar su sed.

El viaje, de alguna manera, también fue una purificación para el pueblo, para abrazar la verdadera libertad que viene del encuentro con Dios, ellos a través de sus murmuraciones y quejas, a través de sus infidelidades y rebeliones simplemente mostraban como se habían acostumbrado a vivir en la esclavitud un aparente estado de bienestar, en ocasiones incluso llegarán a añorar los ajos y cebollas que comían en Egipto, se trata a fin de cuentas de una falsa seguridad.

Y, sin embargo, frente a las continuas murmuraciones de Israel, el Señor siempre suscita elementos para hacerles ver su error y volver la mirada hacia Él antes que a las dificultades por las cuales a travesaban, en ese contexto encontramos el relato de la serpiente alzada en el desierto.

La gran tradición de la Iglesia a visto siempre en la figura de la serpiente elevada en medio del desierto una figura de Cristo crucificado el cual fue alzado en el madero de la Cruz en el Calvario para la salvación de la humanidad entera. El antiguo enemigo del hombre muchas representado en el relato del Génesis por una serpiente inoculó por la fuerza del pecado un veneno mortal en toda la humanidad.

Cristo asumiendo nuestra condición humana, nos ha salvado de ese veneno, nos ha librado de la muerte, con su Pasión, Muerte y Resurrección. Él nos ha abierto las puertas a la vida nueva de hijos de Dios.

El libro de la Sabiduría haciendo una comparación entre la mordedura de las langostas que sufrió Egipto y la mordedura de la serpientes que sufrieron los israelitas, nos enseña la gran misericordia de Dios frente a su Pueblo, dice el texto:

“…sólo fueron turbados por poco tiempo para que escarmentasen, teniendo un signo de salvación que les recordaba el precepto de tu Ley. Quien se volvía hacia él no se salvaba en virtud de lo que miraba, sino gracias a Ti, salvador de todos. De este modo convenciste a nuestros enemigos de que Tú eres el que libra de todo mal. A aquéllos los mataban las mordeduras de langostas y moscas, sin encontrar remedio para sus vidas, porque merecían ser castigados por tales animales. A tus hijos no los vencieron ni los dientes venenosos de dragones, pues llegaba tu misericordia y los curaba. Recibían picaduras para que se acordasen de tus palabras, pero enseguida se sanaban, para que no cayesen en profundo olvido y quedaran fuera de tu benignidad. Porque ni hierba ni emplasto los curaba, sino tu palabra, Señor, que todo lo sana”. (Sb 16, 6-12)

La serpiente en el desierto recordaba a los israelitas la bendición que habían recibido en la Palabra de Dios que les había sido comunicada por la Ley, a diferencia de Egipto, pueblo sin Ley y por tanto sin esperanza. Visto a la Luz del Evangelio nosotros hemos de maravillarnos al contemplar a Cristo crucificado, quien no es sólo símbolo de la Palabra sino la mismísima Palabra de Dios hecha hombre, Jesús con su predicación y con su ejemplo de vida, ha inscrito su palabra en nuestros corazones con el punzón del amor, y con ella nos ha abierto a la fe y la esperanza de la vida nueva.

Aunque el sufrimiento de una picadura era similar, las langostas en el desierto tenían por fin reprender a los enemigos de los israelitas, para recordarles que oponerse a sus elegidos era oponerse al Señor, mientras que las serpientes en el desierto buscaban mover al pueblo de Dios a la conversión, tenían un fin medicinal, le mostraban que sólo de Él viene la salvación.

Vista a la luz del Evangelio encontramos nuevamente en el Crucificado el cuerpo abierto y la preciosísima sangre de Aquel que nos ha librado de las esclavitudes de los enemigos de nuestra alma: el mundo, el demonio y la carne, los cuales nos seducen al pecado. Cristo nos ha sanado por la fuerza del amor hasta el extremo, Él es la misericordia de Dios que se hace hombre para darse a los hombres y sanar sus corazones.

Preciosas palabras del Señor en el santo Evangelio son hermosísimas, revela su origen divino, pues les dice “yo soy de allá arriba…yo no soy de este mundo” así como también les dice que va de camino hacia el Padre, que Él revela su mensaje, y que siempre hace su voluntad.

En medio de todo esto les hace el gran anuncio “Cuando hayan levantado al hijo del hombre, entonces conocerán que Yo soy”. Cristo elevado en lo alto, nos atrae hacia sí, para que reconociéndole a Él, reconozcamos al Padre, para que viendo sus obras creamos su Palabra, y sabiendo qué es lo que agrada al Padre, también nosotros vivamos buscando hacer su voluntad, de ese modo Aquel que fue elevado en la Cruz, nos elevará también a las moradas eternas.

¿Cómo sintetizar entonces el texto del libro de los Números y el de san Juan en una palabra que nos ayude en nuestro itinerario de conversión durante esta cuaresma?

 “Si tú, pues, deseas ver a Jesús en su gloria, procura verlo primero en su anonadamiento. Comienza fijando tu mirada en la serpiente levantada en el desierto (cf. Jn 3,14) si de verdad deseas ver al Rey sentado en su trono. Que la primera visión te llene de humildad para que la segunda te levante de tu humillación. Que aquélla reprima y cure tu orgullo antes que ésa llene y colme tu deseo. ¿Ves al Señor «reducido a nada» (Flp 2,7)? Que esta visión no te deje ansioso pues de lo contrario no podrás seguidamente, contemplarlo, sin ansiedad, en la gloria de su exaltación.

Ciertamente, «serás semejante a Él» cuando le verás «tal cual es» (1Jn 3, 2). Procura ser ya ahora semejante a Él viendo lo que ha llegado a ser por ti. Si no rechazas asemejarte a Él en su anonadamiento, te dará a cambio, la semejanza de su gloria. Nunca podrá soportar que el que ha participado de su pasión sea excluido de su gloria. Por ello puede admitir y estar con él en el Reino, al ladrón que ha participado de su Pasión, y que por haberle confesado en la cruz, se encontrara con él el mismo día en el paraíso (Lc 23,42)… Si «sufrimos con Él, reinaremos con Él» (Rm 8,17).”

San Juan Crisóstomo, in Ioannem, hom. 52/59, Catena Aurea

Que precioso contemplar a Cristo alzado en la cruz por nosotros, santo Tomás de Aquino el príncipe de la teología y uno de los más grandes estudiosos de la revelación divina, solía decir que el mejor libro de teología es el crucifijo.

Uds. Y yo a menudo contemplamos a Cristo alzado en la cruz en muchos lugares, pero hay uno en particular del cual quiero hacer memoria, se trata de un lugar muy peculiar, pues está la zona más privada de la casa, en tu habitación ahí, donde comienzas y terminas la jornada, en ella, en la cabecera de la cama, a menudo los cristianos solemos colocar un crucifijo de tal manera que está ahí como velando nuestro reposo.

¿Sabes para qué está ahí? Para que lo primero que veas al levantarte por la mañana y lo último que veas antes de dormir sea el gesto más grande de amor que Dios ha tenido por ti; para que al contemplar a Jesús alzado en la Cruz recuerdes que hay alguien que te ama, y que te ama tanto al punto de derramar hasta la última gota de su sangre para que tú puedas gozar eternamente de su gloria; para que al iniciar tu día y al terminarlo recuerdes que no has de andar mendigando afectos mundanos, pasajeros, limitados y que destruyen tu vida, sino que recuerdes que hay uno que te ama y que te espera con los brazos abiertos para darte vida y tan abiertos están esos brazos que incluso permitió que los clavaran para que sepas que siempre estará dispuesto a recibirte.

Bendito Jesús, amor de nuestras vidas, en los tesoros más profundos de tu Corazón santísimo nos muestras el camino de la misericordia en el madero de la Cruz, la hora de tu Gloria ha sido para nosotros la hora de nuestra Salvación. Alzado en lo alto nos indicas nuestro destino, muriendo a nosotros mismos también nosotros seremos elevados pero no ya al madero sino hacia el Cielo. Ahí donde estás Tú también iremos si perseveramos con fidelidad.

Si en el camino de la vida tropiezo o caigo, te compasión de mí Jesús, como tuviste compasión de los israelitas en el desierto, ayúdame a ver mi pecado, a llorar mi falta contra ti, para que haciendo penitencia y entrando en la conversión me vuelva a ti. Que ya no murmure de los planes que tienes para mi vida, alivia mi ceguera Jesús y hazme reconocer en ellos el amor del Padre que no busca sino sólo mi bien.

Tú que eras la misericordia del Padre haz que mi corazón sea dócil a las mociones de su Santo Espíritu, para que transformado por el fuego del Amor mi corazón se haga cada día más semejante al Tuyo. Jesús al contemplarte en la Cruz, contemplo el acto de amor más grande alguien ha tenido por mí, no dejes que me aparte de ti. Amén.

IMG: «El Calvario» de Rogier van der Weyden

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