Miércoles – V semana de Cuaresma
- Dn 3, 14-20.91-92.95. Envió un ángel a salvar a sus siervos.
- Salmo: Dn 3, 52-56. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos!
- Jn 8, 31-42. Si el Hijo os hace libres, sois realmente libres.
Los sufrimientos de los justos en medio de su fidelidad al Señor en el Antiguo Testamento son para nosotros un anuncio de los sufrimientos del Justo por excelencia, nuestro Señor Jesús. En esta ocasión las acusaciones que los caldeos habían lanzado contra los tres jóvenes por no rendir culto idolátrico a la estatua erigida por el emperador de turno, prefiguran las insidias con las que los ancianos y doctores de la ley acecharían Jesucristo.
En medio de las tribulaciones estos jóvenes no desfallecen y su perseverancia es recompensada, las palabras que dirigen son preciosas porque nos transmiten la firmeza de su fe, más aún no enseñan la pureza y rectitud de su intención. El Rey buscará derrumbar su confianza en Dios queriendo parecer fuerte que Él y lo pondrá en tela de juicio.
Sin embargo ellos, no caen el juego, sabían bien que Dios podría librarles del fuego por ello lo más importante para ellos era permanecer fieles aún y si no los libraba de las llamas. La belleza de su actitud resuena en sus palabras: “No es necesario responder a tu pregunta, pues el Dios a quien servimos puede librarnos del horno encendido y nos librará de tus manos; y aunque no lo hiciera, sábete que de ningún modo serviremos a tus dioses, ni adoraremos la estatua de oro que has mandado levantar” (Dn 3, 16-18).
Profundo mensaje que nos dejan para ellos lo más importante no es evitar el sufrimiento sino perseverar aún en medio de él. ¿No es esto acaso lo que vivió Jesús en su pasión? Sabía que su Padre podría librarlo de los sufrimientos que padecería por la humanidad, pero no fue esto lo que primo en su Corazón santísimo, ante bien, lo que movía todo el obrar, pensar y sentir de Jesús era hacer la voluntad del Padre. «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú» (Mt 26, 39) dice en la oración del huerto. Y así fue que la perseverancia en medio del sufrimiento, la perseverancia en la hora de la Cruz nos abrió las puertas de la Gloria.
En medio de una cultura que busca siempre la mayor comodidad, que teme toda adversidad, que busca muchas veces solo un bienestar superficial, que teme cualquier esfuerzo, que vive tantas de veces de apariencias y respetos humanos ¿no es para nosotros este un llamado de atención? ¿soy capaz de seguir a Cristo en medio del dolor? ¿estoy dispuesto a ser fiel aunque ello implique la incomprensión? ¿soy capaz de unirme a la obediencia de Cristo buscando hacer la voluntad del Padre? ¿mi corazón esta dócil para hacerse semejante al Corazón de Cristo?
“Nosotros no servimos a nuestro Señor por un salario, antes bien, impulsados por afecto y por amor, preferimos servir a Dios antes que cualquier otra cosa. Es por esta razón que tampoco pedimos que se nos libre del mal a cualquier precio, sino que acatamos el plan y la providencia del Señor. Ignorantes, pues, de lo que será más conveniente cedemos el timón al piloto para que conduzca como el quiera. Porque Él tiene el poder para librarnos de los males que nos amenazan, eso lo sabemos claramente. No sabemos si quiere hacerlo, pero le dejamos guiar a él, que es sabio timonel, y aceptamos el veredicto en la creencia de que éste es el que nos conviene. Por lo tanto, lo mismo si nos saca del peligro como si no lo hace, rehuimos adorar tu estatua y la de tus dioses”
Teodoreto de Ciro, Comentario sobre Daniel, 3, 18
La perseverancia de aquellos jóvenes llevó a que un rey pagano reconociera la grandeza del Dios de Israel, Nabuconodosor dijo “Bendito sea el Dios de Sedrak, Mesak y Abednegó…que confiando en Él, desobedecieron la orden del Rey y expusieron su vida, antes que servir y adorar a un dios extraño”(Dn 3, 95), la obediencia de Cristo lo llevó a subir al madero de la Cruz y en la hora de su gloria nos convocó y atrajo hacia sí, sino que ahí lo reconocieron como el “Yo soy” (cf. Jn 8, 28), ¿o acaso no confesó el centurión romano «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39)?
Abandonándose en las manos del Padre no sólo perdonó nuestro pecados, sino que con su Resurrección nos ha llamado a la nueva vida de hijos de Dios y por ello la multitud de los redimidos también podemos decir con el salmista “Bendito seas, señor para siempre” (Dn 3, 52)
Siendo fieles a la voluntad del Padre, nos asemejamos a Cristo y permanecemos en la Verdad que nos libera de las ataduras del pecado, y es que en su palabra y en su obra se nos revela la grandeza de la vocación a la que hemos sido llamados. En Jesús se nos revela el plan de Dios para la humanidad entera, en Él reconocemos el amor misericordioso de un Dios que nos ama y nos quiere libres de todo aquello que nos aleja de la vida eterna para la cual nos ha pensado Él.
La perseverancia del cristiano en la vivencia de su fe no obstante las condiciones adversas o incomprensibles que se le presentan son el mejor testimonio de la obra de la redención. Es ahí donde de verdad santifica el Nombre de Dios, es ahí donde hace resplandecer su Gloria, es ahí donde vive plenamente la libertad que Cristo le ha adquirido.
«Para ser libres nos libertó Cristo» (Ga 5, 1). La liberación traída por Cristo es una liberación del pecado, raíz de todas las esclavitudes humanas. Dice san Pablo: «Vosotros, que erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis entregados, y liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia» (Rm 6, 17). La libertad es, pues, un don y, al mismo tiempo, un deber fundamental de todo cristiano: «Pues vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos…» (Rm8, 15), exhorta el Apóstol.
Es importante y necesaria la libertad exterior, garantizada por leyes civiles justas, y por esto con razón nos alegramos de que hoy aumente el número de los países donde se respetan los derechos fundamentales de la persona humana, aunque a veces el precio de esta libertad haya sido muy alto, a costa de grandes sacrificios e incluso de sangre. Pero la libertad exterior -aun siendo tan preciosa- por sí sola no basta. En sus raíces debe estar siempre la libertad interior, propia de los hijos de Dios que viven según el Espíritu (cf. Ga 5, 16), guiados por una recta conciencia moral, capaces de escoger el bien verdadero. «Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Co 3, 17). Es este, queridos jóvenes, el único camino para construir una humanidad madura y digna de este nombre.
Ved, pues, cuán grande y comprometedora es la herencia de los hijos de Dios, a la cual sois llamados. Acogedla con gratitud y responsabilidad. ¡No la malgastéis! Tened el coraje de vivirla cada día de modo coherente y anunciadla a los demás. Así el mundo llegará a ser, cada vez más, la gran familia de los hijos de Dios.”
San Juan Pablo II, 15 de agosto de 1990
Jesús en este diálogo acerca de libertad está dirigiéndose a aquellos de entre sus interlocutores que habían comenzado a creer en Él. Les lleva como buen pedagogo a profundizar en las palabras que ha dicho.
Vuelve Jesús a manifestarles su origen divino, vuelve una vez más a revelarles al Padre, en su llamado a ser fieles discípulos suyos les enseña a ellos, y a nosotros también, que hemos de creer su palabra, permanecer en ella, e imitar sus obras, imitar su modo de vivir, libres de las ataduras del pecado y en unión íntima con el Padre.
En el diálogo, los ánimos se caldean y algunos rechazan a Cristo diciendo que no tienen más padre que a Abraham, Jesús les enseña que si fuera cierto eso, adoptarían su modo de obrar, es decir creerían en la palabra que Dios les estaba manifestando. El Divino Maestro de alguna manera quiere llevarlos a injertarse en el linaje de Abraham no sólo en razón de la sangre sino sobretodo en razón de su fe, pues de ese modo su corazón se abriría para acoger la Buena Nueva de la salvación.
Los diálogos son tensos muchos se cierran en sus esquemas y terminan por rechazar a Jesús y llegarán hasta el punto de planificar su muerte, sin embargo Jesús no por eso cambia su mensaje o deja de predicar, Jesús continúa ejecutando su misión llamando a los hombres a la conversión, Jesús continúa su misión anunciando la Verdad y denunciando el pecado, Jesús continúa a hacer el bien, Jesús continúa a hacer la voluntad del Padre lo cual tendrá su desenlace en el Calvario cuando consume la ofrenda total de sí para nuestra salvación.
Amado Señor, al descubrir tu gran bondad, que mi corazón se conmueva, que sepa reconocer tu voz, que sepa reconocer tu paso por mi historia, por la historia de mi familia, la historia de mi comunidad, la historia de la sociedad la que vivo. Liberame de las ataduras del pecado que muchas veces me oprimen, reconozco que ahí no hay vida, sino sólo servidumbre y miseria.
Jesús concédeme la gracia de creer cada día más firmemente en ti, que no me deje engañar por las artimañas del enemigo ni me deje llevar por los atractivos del mundo ni las deducciones de la carne, concédeme la gracia de perseverar hasta el final, incluso si he de sufrir persecución, y como a aquellos tres jóvenes que fueron arrojados al horno, concédeme la gracia de ser fiel, aunque no me llamases al martirio, dame la gracia de tener la voluntad de un verdadero testigo de la fe.
Que mi amor sea purificado por el Amor de tu Corazón Santísimo, que mi amor se purificado por el Amor de tu Misericordia, que cada día crea más en ti, que cada día te imite más, que cada día me una más a ti. Te entrego el control de la barca de mi vida, tu eres el timonel y capitán de este navío, y yo confío en que sabrás llevarla a puerto seguro.
IMG: Icono ruso de los «Tres jóvenes en el horno», Escuela de Novgorod