Sábado – V semana de cuaresma
- Ez 37, 21-28. Los haré una sola nación.
- Salmo: Jr 31, 10-13. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
- Jn 11, 45-57. Para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Estamos a las puertas de la semana Santa, la Sagrada Liturgia nos dispone hoy a los acontecimientos que estamos por contemplar.
San Juan nos presenta a los enemigos de Jesús mientras se confabulan y planean su asesinato, el mal planea hacer de las suyas. El homicida por excelencia, el enemigo de la humanidad, el demonio, que siembra división ha hecho de las suyas para sembrar su cizaña entre aquellos hombres, se reconoce la cola de la serpiente que se asoma entre aquellas palabras que pronuncia el Sumo Sacerdote, bajo la apariencia de bien se planifica eliminar al Cordero de Dios, inocente y sin mancha.
Y no obstante todo esto la Liturgia de la Palabra nos presente al profeta Ezequiel que nos anuncia un mensaje esperanzador, Cristo el hijo de Dios, el condenado a muerte, reunirá en sí a todos los que andaban extraviados. El Señor en su omnipotencia bendita y lleno de bondad, se sirve de los planes de los malvados y los hace ocasión de bendición para la humanidad. Grande nuestro Dios que es capaz por de sacar un bien donde el hombre en su egoísmo ha sembrado el mal, es más en su infinita sabiduría y misericordia siempre buscará transformar la realidad para procurar los mejores bienes en cada momento.
Los enemigos de Jesús pensaban de quitarle la vida, mas no se daban cuenta que eso lo podían hacer porque Él la entregaba. En la cruz el mal es vencido a fuerza de bien, a fuerza del amor. Y este amor tiende por sí mismo a difundirse por todo el globo a través del anuncio del Evangelio a todos los pueblos, lo cuales serán reunidos en el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, la nueva Jerusalén que un día llegará a su perfección en el amor cuando haya cumplido su misión y se una plenamente con su Esposo amado.
En Jesucristo, la humanidad entera es congregada, porque en ella encuentra su realización, Él nos ha abierto el acceso a la casa del Padre al asumir nuestra naturaleza humana. Él hace de nosotros una sola familia de hijo de Dios. Él nos une en el corazón del Padre por la fuerza del amor. La paz y la unidad que se nos anuncian son una característica de los tiempos mesiánicos, son característica de la presencia de Dios en medio de su Pueblo, congregados en Cristo los hombres viven en la justicia, buscando el bien en el Reino de Dios.
“Si la dispersión fue el fruto del pecado ―es la lección que nos brinda el episodio de la torre de Babel―, la reunificación de los hijos de Dios dispersos es obra de la Redención. Con su sacrificio, Jesús creó «un solo hombre nuevo» y reconcilió a los hombres entre sí, destruyendo la enemistad que los dividía (cf. Ef 2, 14-16).”
San Juan Pablo II, 28 de junio de 1995
Por ello cuando nosotros descubrimos en el mundo, hostilidad, violencia, divisiones, conflictos, hemos de cuestionarnos ¿de dónde vienen esos movimientos? Si descubrimos que nacen de intenciones egoístas, intereses mezquinos, afán de dominio, podemos darnos cuenta que aquello no viene de Dios.
Es más, descubriremos que muchas veces esas situaciones se manifiestan en contra de aquellos que buscan vivir según la voluntad del Señor, el cristiano es signo de contradicción no porque sea un busca pleito, sino porque su vida es la misma vida de Cristo, que arroja luz sobre las tinieblas que ocultan el mal obrar del espíritu enemigo.
El Espíritu de Dios se manifiesta en la humildad, la sencillez, la paz, la mansedumbre, en la bondad y generosidad, combate el mal a fuerza de bien, busca crear comunión en donde otros generan división; promueve la vida donde otros sólo apuntan hacia la muerte; se regocija en el servicio a los demás no en el dominio despótico, su interés es llevar a los hombres a la vida plena en la gran familia de Dios.
«La paz de Cristo procede de Dios . Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios y, restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo, mató en su propio cuerpo el odio y, exaltado por la resurrección, derramó el Espíritu de Caridad en los corazones de los hombres» Gaudium et Spes n. 78
Roguemos a nuestro Padre celestial nos conceda la gracia de vivir una semana santa al ritmo de los latidos del Corazón de Cristo, movidos por su Santo Espíritu, para que muriendo al hombre viejo podamos con Jesús resucitar a una vida plena y llena de gracia.
IMG: «Cordero Místico» de Jan van Eyck