Jueves Santo – En la Cena del Señor
• Ex 12, 1-8.11-14. Prescripciones sobre la cena pascual.
• Sal 115. El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo.
• 1Co 11, 23-26. Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
• Jn 13, 1-15. Los amó hasta el extremo.
Hemos comenzado las celebraciones del acontecimiento más grande la historia de la humanidad, es más podríamos decir, hemos comenzado a celebrar el acontecimiento más grande de NUESTRA historia personal, sí, de TU historia y de MI historia, ese acontecimiento que ha marcado nuestras existencias y en el cual realmente deciframos la vida, se trata del misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo.
El jueves santo, nuestra madre la Iglesia, nos invita a entrar en una actitud de recogimiento, atención y escucha ante la grandeza de tres grandes regalos que nuestro amado Jesús nos dejó la víspera de su pasión: la Santísima Eucaristía, el sacerdocio y la ley del amor; se trata de tres grandes regalos que se hacen presentes de modo especial en cada santa Misa.
Nuestro mejor amigo, sabiendo que estaba por llevar a culmen lo que tanto había preparado el Padre durante siglos al formarse un Pueblo, lo que tanto había anunciado el Espíritu Santo por boca de los profetas, y lo que Él tanto había deseado y anhelado compartir con sus amigos más íntimos, los apóstoles, instituye la Eucaristía para dejarles una prenda de su amor, para no alejarse nunca de ellos y para hacerles partícipes de la pascua (cf. Catecismo de la Iglesia Católica n.1337). En la Eucaristía Jesús nos sigue diciendo que nos ama, en la Eucaristía Jesús continúa a estar con todos y cada uno de nosotros, en la Eucaristía nos continúa a dar vida, esa vida que procede de Dios.
La celebración de cada santa Misa para nosotros es una nueva celebración de la Pascua, pascua que es paso de Dios para hacer sentir su presencia en medio de su Pueblo para rescatarlo y frente a sus enemigos para derrotarlos, pascua que es el paso de los israelitas de la esclavitud a la libertad, pascua que es paso de Cristo al Padre, pascua que llegará a su plenitud con el paso de la Iglesia peregrina a la gloria de Reino (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1340).
Los cristianos vamos de celebración en celebración por la cruz hacia el banquete pascual que habremos de gozar en las moradas eternas. Cada domingo nos reunimos para dar gracias por la semana que hemos culminado y para tomar las fuerzas necesarias para vivir en santidad la semana que se está inaugurando. Vivimos de alguna manera, entre Misas, dando gracias por la oportunidad de haber podido contemplar al Señor en una y al mismo tiempo preparándonos para la siguiente. Así en verdad decimos vamos de celebración en celebración.
Y porque cada celebración es memorial del sacrificio de Cristo, decimos que vamos peregrinando por la cruz, pues en ella elevamos el sacrificio de alabanza en acción de gracias para gloria de Dios por la creación, la redención y la santificación.(cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1360) ¡¿Cómo no hemos de alabar a Dios al contemplar todo cuanto ha creado y en lo cual descubrimos su poder, su sabiduría y su bondad?! ¡¿Cómo no alabarlo al haber hecho experiencia del perdón de nuestros pecados no obstante lo grave o arraigados que hubiesen estado en nosotros?! ¡¿Cómo no alabarlo por la vida nueva de la gracia por la cual hacemos experiencia de un gozo que es fruto de un amor tan grande que incluso murió por ti y por mí?!
Por ello en el santo Sacrificio de la Misa, adoramos a Dios por quién es Él, le damos gracias por todos los beneficios que nos da de su bondad, pedimos su divino auxilio en medio de las dificultades del día a día y rogamos perdone los pecados en los que caemos u otros caen por la fragilidad de nuestra condición humana.
El Concilio de Trento en su XXII sesión nos enseña que al instituir la Eucaristía Jesús nos ha dejado un sacrificio visible, como reclama nuestra naturaleza humana, pues el hombre conoce a través de los sentidos, donde sería representado, es decir se haría presente de nuevo, el sacrificio sangriento que iba a realizar una única vez en la Cruz, cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos, para lo cual instituyó a la vez el sacerdocio y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados que cometemos cada día, es decir se continuaría a aplicar su fruto
En cada Eucaristía aquel día en el Calvario se vuelve hacer presente frente a nosotros, no ya con el derramiento de sangre, pero sí en las ofrendas del pan y vino, y a través de ésta celebración, los frutos del sacrificio en la Cruz de nuestro Amado Jesús, se continúan a derramar por toda la tierra y a lo largo de los siglos.
En la santa Misa, el sacerdote ofrece en nombre de todos los fieles reunidos y junto con ellos el sacrificio de Cristo al eterno de Padre. La Iglesia, cuerpo místico, junto a su cabeza que es Cristo, se ofrecen en un sacrificio agradable al Padre, un sacrificio por el cual se derrama sobre la humanidad toda suerte de gracias y bendiciones. Grandeza del misterio que el Señor nos dejó en el sacerdocio ministerial de los obispos y sus colaboradores los presbíteros, el santo sacrificio es celebrado y actualizado a través de sus manos consagradas. Por ello al nacer la Eucaristía nace el Sacerdocio del Nuevo Testamento pues éste está función de ella.
«Su verdadera función sagrada la ejercen sobre todo en el culto o en la comunión eucarística. En ella, actuando en la persona de Cristo y proclamando su Misterio, unen la ofrenda de los fieles al sacrificio de su Cabeza; actualizan y aplican en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio de la Nueva Alianza: el de Cristo, que se ofrece al Padre de una vez para siempre como hostia inmaculada» (Lumen Gentium 28)
Pero los ministros sagrados no ejercen sólo una función sagrada durante la santa Misa, ellos nos anuncian en todo momento la palabra de Dios, nos enseñan y comunican la fe de la Iglesia, no reconcilian con Dios si hemos caído a través del sacramento de la reconciliación, nos apacientan como pastores puestos al servicio del rebaño del Buen Pastor.
En el Jueves Santo recordamos el don que Dios nos ha dado en aquellos hombres a quienes ha llamado a recibir el sacramento del Orden, ellos han recibido una participación en la misión apóstolica, ejerciéndola según sus diversos grados.
Comencemos por los Obispos, ellos reciben en plenitud el sacramento del Orden, la cumbre del ministerio sagrado, participan de un modo especialísimo de la misión de Cristo Buen Pastor y Sumo y Eterno Sacerdote, ellos son los sucesores de los apóstoles.
«La consagración episcopal confiere, junto con la función de santificar, también las funciones de enseñar y gobernar… En efecto… por la imposición de las manos y por las palabras de la consagración se confiere la gracia del Espíritu Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre (in eius persona agant)» (Lumen Gentium 21.). «El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores» (CD 2). (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1158)
En el siguiente grado del sacramento del orden encontramos a los presbíteros que son los colaboradores de los obispos, usualmente son los sacerdotes con los que tenemos contacto en las parroquias y en las congregaciones religiosas. Ellos, unidos a los obispos, nos anuncian el Evangelio, nos dirigen y celebran el culto divino de alabanza al Señor.
«Los presbíteros, como colaboradores diligentes de los obispos y ayuda e instrumento suyos, llamados para servir al Pueblo de Dios, forman con su obispo un único presbiterio, dedicado a diversas tareas. En cada una de las comunidades locales de fieles hacen presente de alguna manera a su obispo, al que están unidos con confianza y magnanimidad; participan en sus funciones y preocupaciones y las llevan a la práctica cada día» (LG 28). Los presbíteros sólo pueden ejercer su ministerio en dependencia del obispo y en comunión con él. La promesa de obediencia que hacen al obispo en el momento de la ordenación y el beso de paz del obispo al fin de la liturgia de la ordenación significa que el obispo los considera como sus colaboradores, sus hijos, sus hermanos y sus amigos y que a su vez ellos le deben amor y obediencia. (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1567)
«Los presbíteros, instituidos por la ordenación en el orden del presbiterado, están unidos todos entre sí por la íntima fraternidad del sacramento. Forman un único presbiterio especialmente en la diócesis a cuyo servicio se dedican bajo la dirección de su obispo» (PO 8). La unidad del presbiterio encuentra una expresión litúrgica en la costumbre de que los presbíteros impongan a su vez las manos, después del obispo, durante el rito de la ordenación.» (Catecismo de la Iglesia Católica 568)
El oteo grado del sacramento del Orden es el diaconado, ellos aunque no son sacerdotes, están vinculados a ellos de un modo especial puesto colaboran con ellos en el cuidado del Pueblo de Dios y en el servicio del Altar.
«Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad» (Catecismo de la Iglesia Católica n.1570)
¡Cuantos dones nos ha dado el Señor en aquella santa noche en que instituyó la Eucaristía! y si sólo eso nos hubiera dado, ya nos habría bastado, pero como dijimos al inicio, en la Eucaristía Él se quizo quedar con nosotros, y los cristianos afirmamos con toda la firmeza de nuestra fe, que en el pan y vino consagrados, esta realmente Jesús presente en medio de nosotros, su cuerpo y su sangre, su alma y su divinidad.
Jesús no abandona su Iglesia, no te abandona querido hermano, no te deja sólo, se ha querido quedar aquí por ti y para ti. Por ello cada santa comunión que recibimos produce abundantes frutos de vida eterna: acrecienta nuestra unión con Él; conserva, acrecienta y renueva la vida de la gracia; nos separa del pecado al preservanos de ellos y purificándonos de los pecados veniales; nos fortalece en la caridad que en la cotidianidad tiende a debilitarse, es decir que nos hace arraigarnos cada vez más en el amor de Dios y rectificar el desorden que puede haber dejado en nosotros un apego mal sano a las criaturas; la eucaristía hace la Iglesia, por ella ustedesy yo nos unimos cada vez más los unos con los otros, y nos comprometemos más en la salvaguarda del bien común, particularmente aquel de los más pobres y necesitados. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1391-1396)
Cristo presente por amor en la Eucaristía nos espera siempre, para transformar nuestra historia y así también transformar la historia de nuestras sociedades y de la humanidad entera, no por la fuerza de la violencia física, sino por la fuerza de la humildad y el amor, por la fuerza de la santidad, por la fuerza de su gracia, que se traduce en un mandamiento nuevo que nos dejó: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
Si la santa Misa es el memorial de Aquel gran momento en que Cristo ofrendo su vida amándonos hasta el extremo, nosotros sabiéndonos amados por Él en tal manera no podemos hacer otra cosa sino imitarle y honrar lo que el ha hecho, Él se entregó por todos los hombres, en cada hermano que veo a mi lado descubro a un hombre por el que Cristo derramó su sangre, por ello no puedo ser indiferente ante los demás.
En esta noche con toda razón escuchamos el Evangelio del Lavatorio de los pies, esto es lo que Cristo nos vino a enseñar, por la fuerza del amor entrar en el servicio a los demás, dando la vida por ellos. Procurar toda suerte de bienes a nuestros hermanos, amarles, hacerles más fácil la vida sobre todo en los momentos difíciles, incluso si ellos nos procuran el mal, recordemos que Cristo lavó incluso los pies de Judas. Por la fuerza del amor, difundir la Buena Nueva de un Dios que ama y no es indiferente a nuestras realidades cotidianas.
La santa Misa por tanto nos debe llevar también a entrar en la caridad, comenzando por aquellos más necesitados, compartir un mismo pan y un mismo cáliz en la celebración solemne de la Sagrada Liturgia de la Eucaristía nos debe llevar también a la práctica de las obras de misericordia, corporales y espirituales, con los demás. Aquel que ha conocido al Amor busca que otros también lo amen y sean amados por Él.
Misterio súblime que realizamos al acercarnos al altar como comunidad de hermanos, como Iglesia, la Asamblea de Dios reunida, es la comunión de los hombres y mujeres que se reunen para «la fracción del pan» como dirían los primeros cristianos, nombre sugestivo que recibe la santa Misa para darnos a entender cómo los muchos nos convertimos en uno en aquel sublime sacramento.
Participemos con fervor, atención y alegría en estas celebraciones para que ellas enciendan nuevamente nuestro amor profundo por Cristo, nuestra participación activa llega realmente su plenitud cuando interiorizamos aquello que celebramos, cuando somos capaces de abrirnos a la acción de la gracia de Dios que transforma nuestra vida, es sólo ahí que tiene sentido que alguien participe como lector, como monaguillo, como miembro del coro, etc. Ahí se revela que somos realmente miembros del Cuerpo místico de Cristo se unen para darle gloria y alabanza en el santo Sacrificio del Altar.
«Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía. El es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo o el presbítero (actuando «in persona Christi capitis») preside la asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera: los lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo «Amén» manifiesta su participación.» (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1348)
Es ahí que el amor que celebramos nos mueve a la misión, a dar la vida en testimonio de lo que Jesús ha hecho por nosotros, es un amor que nos mueva a dejar la mediocridad, la tibieza o cualquier pecado que nos tenga cómo esclavos, y nos haceponernos en camino de hombres que viven en la plena libertad de hijos amados del Padre. Por eso no podemos salir indiferentes de la Santa Misa, la gracia se ha derramado en nuestro corazones, el Dios vivo y verdadero ha salido a nuestro encuentro, hemos hecho experiencia de un acontecimiento de salvación.
¡Bendito seas,Señor, por el don que nos has dejado en la Santísima Eucaristía! ¡Bendito seas, Señor, por el don que nos has dejado en el sacerdocio! ¡Bendito seas, Señor, por haber escrito en nuestro corazones tu mandamiento del amor! ¡Bendito seas, Señor, por todos tus beneficios! ¡Alabado y ensalzado sea tu Nombre! ¡A ti sea el honor y la gloria, por los siglos de los siglos! ¡Amén!
IMG: «La disputa del Sacramento» obra de Rafaello Sanzio