Viernes santo
- Is 52, 13-53, 12. Él fue traspasado por nuestras rebeliones
- Sal 30. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
- Hb 4, 14-16; 5, 7-9. Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación.
- Jn 18, 1-19, 42. Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
En este día santo contemplamos el acto supremo de Amor de Jesucristo por cada uno de nosotros, el Hijo de Dios se encarnó precisamente para esta hora, para ofrendar su vida para el rescate de muchos, muriendo en la Cruz aquel día en el Calvario nos ha librado de la condena que pesaba sobre nosotros, en el crucificado vemos cual era el destino del hombre, pero también vemos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Jesús sufre a lo largo de toda su vida la Cruz pero será éste el momento culmen. Asume sobre sí nuestros pecados, son estos la verdadera causa de sus sufrimientos y de su condena a muerte, ha tanto llega su amor por nosotros que con razón dirá san Pablo en una de sus cartas “Me amó y se entregó a la muerte por mí”
De esta manera el Mesías del Señor, entra en la obediencia perfecta al Padre, la oración del huerto de los olivos nos presenta a Jesús que acepta libremente su sacrificio, desde aquel entonces, en el Corazón de Jesús, Dios reconcilió consigo la voluntad del hombre, porque en aquel día en el pecho de nuestro Redentor, el amor del hombre latió al unísono como el amor de Dios. En Cristo, el hombre se abandona confiadamente a la voluntad divina. Aquello que la oración del huerto preparó de manera inmediata, llegó a su culmen en la Crucifixión del Señor.
«Jesús, «aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia» (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29):
«Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo» (Orígenes, or. 26).
«Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice ‘Que tu voluntad se haga’ en mí o en vosotros ‘sino en toda la tierra’: para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo» (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).»
Catecismo de la Iglesia Católica n.2825
Al contemplar hoy al Hijo de Dios, subir al trono de la gloria, dejemos que nuestros corazones se conmuevan, tomemos un crucifijo y contemplemos la suprema prueba de amor. Cuando en tu vida sientas que no puedes más, a causa de las dificultades ordinarias del día a día, la pesadez en el trato con algunas personas, los malos entendidos en casa con aquellos a los que amas, las dolencias que vienen junto con alguna enfermedad, las limitaciones que impone la vejez o los problemas con algún compañero de trabajo, mira a Cristo crucificado y recuerda que desde aquel día todo sufrimiento tiene un valor redentor, une tus sufrimientos a los de Cristo en la Cruz para la salvación del mundo, y verás como el amor hace más llevaderas aquellas realidades.
Y esto que decimos de los sufrimientos en lo ordinario de la vida, cuanto más hemos decirlo de aquellos extraordinarios, como una enfermedad crónica, la muerte de un ser querido o la miseria en la que podemos estar viviendo a causa de las dificultades económicas, todo puede y deber ser iluminado a la luz de la Cruz de Cristo. Esto no significa que no buscaremos solucionar los problemas que se presentan, sino que hará que mientras se presenten estos tengan un valor redentor.
Querido hermano, contempla en el Crucificado al amigo que no falla, al amigo que ha hecho lo que nadie más por ti, contempla a Aquel que dio su vida por ti. Abre los ojos, mira al que te ha amado sin condiciones, al que dejo que abrieran las heridas de su carne, para Él abrirte las puertas del Paraíso.
Détente un momento y contémplalo con la mirada del discípulo amado, porque querido hermano, sino te has dado cuenta en Él tu estabas representado, tú también eres el amado de Cristo, por ti subió ahí. Si quieres dar otro paso, mira la Reina del Cielo, dolorosa de pie junto a la Cruz, únete de corazón a la Reina de los mártires, y junto con ella persevera en el momento de mayor sufrimiento, no desesperes, ella que acompañó a su Hijo en aquella hora, también te acompañará a ti cuanto tengas que unirte a Cristo en el Calvario.
«El «amor hasta el extremo»(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). «El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron» (2Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.»
Catecismo de la Iglesia Católica n.616
En este día santo y solemne, día de ayuno, de recogimiento, de silencio y oración, recuerda querido hermano, Jesús está ahí por ti, por mí, por todos, para librarnos de la esclavitud del pecado y sus consecuencias, para librarnos del dominio del Enemigo, para justificarnos (hacernos justos), restaurando aquello que el pecado de Adán había roto, nuestra amistad con Dios.
Por ello, no temas ni te acobardes en el buen combate de la fe, Él dio su vida por ti, para que tú vivas para Él, contempla sus brazos extendidos ahora en la Cruz y lánzate hacia ellos, escóndete en la herida de su costado, y ahí en la intimidad de su Corazón Sagrado, sumérgete y bebe del manantial de la vida eterna que restaura tus heridas, para luego ir por el mundo y anunciar las maravillas de lo que Dios hizo por ti.
IMG: «Cristo Crucificado» de Lujan Pérez