¡Cristo ha resucitado!

Domingo de Pascua

  • Hch 10, 34a. 37-43. Hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
  • Sal 117. Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
  • Col 3, 1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo. o bien: 1Co 5, 6b-8. Barred la levadura vieja para ser una masa nueva.
    Secuencia: Ofrezcan los cristianos…
  • Jn 20, 1-9. Él había de resucitar de entre los muertos.

Este es un día júbilo, es un día dichoso, es un día de alegría, Cristo el Hijo de Dios se levanta victorioso sobre las fuerzas del mal; Cristo nuestro Señor y Redentor, nos ha reconciliado con el Padre derramando en nosotros la fuente de la gracia; Cristo el Verbo encarnado se convierte en el primogénito del futuro glorioso que aguarda a la humanidad y revela al hombre la grandeza y hermosura de la vocación a la bienaventuranza eterna.

La Resurrección del Señor ha sido tenida desde las primeras comunidades cristianas como una verdad central, fundamental, esencial al punto que san Pablo llegaría a decir, “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe” (1 Co 15, 14). Por tanto al momento de considerar este misterio hemos de tener presente en primer lugar que estamos hablando de un acontecimiento histórico, no se trata de símbolos, no se trata de que “Jesús vive porque aún nos recordamos de Él” como si solamente viviese en el recuerdo, no, la resurrección de Cristo es un hecho real que tuvo lugar en el tiempo y que ha transcendido el tiempo, la resurrección de Cristo es un hecho real que ocurrió en un lugar concreto y a trascendido las fronteras, con razón los cristianos de oriente durante el tiempo de Pascua se suelen saludar diciendo “Christos anesti” a lo que el otro contesta “Alithos anesti” que significa “Cristo ha resucitado” y “Verdadramente ha resucitado”.

Esta verdad de fe creída y transmitida por la Iglesia desde los primeros siglos como nos lo afirma san Pablo ya hacia el año 56 en la carta a los corintios “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce” (1Co 15, 3 – 4).

Nuestra primera y principal fuente sobre estos hechos es la Sagrada Escritura y de modo especial los santos Evangelios, todo otro esfuerzo arqueológico, historiográfico, sociológico etc. de explicar este acontecimiento puede iluminar sí, pero no es el testimonio definitivo. Los evangelistas nos transmiten la fe de los apóstoles y los acontecimientos que estos vivieron. En primer lugar nos hablan del sepulcro vacío, con que dicha el cristiano debería considerar este primer hecho, la tumba, el lugar de la corrupción y la muerte se encuentra vacío.

Ciertamente esta no es una prueba directa, pero ha sido considerado un signo esencial, el discípulo amado al encontrarse con este realidad “vio y creyó” (Jn 20, 8). “Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 5 – 7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44).” (Catecismo de la Iglesia Católica n.640)

Asimismo la misma mañana de la resurrección comenzaron a tener lugar una serie de acontecimientos que se repetirían por 40 días, Cristo resucitado se aparece a sus discípulos, primero a las santas mujeres fuera del sepulcro, luego a otros discípulos que iban camino de Emaús, luego a Pedro y a los doce, y más tarde a muchos otros más. Nadie estuvo presente en el momento en que Cristo levantó de entre los muertos, pero estos hombres y mujeres se encontraron con el Señor, con el Resucitado, con el Viviente, por eso se les ha llamado los “Testigos de la Resurrección”.

Hay quien querido criticar a los primeros cristianos de “crédulos” o de faltos de sentido “crítico”, pero sabemos que la realidad de la pasión y muerte del Señor había sido una dura prueba para los discípulos, habían quedado conmocionados, de hecho dudaron y tardaron en creer, situación que veremos que Jesús les recriminará (Cf. Mc 16, 14). Sin embargo, el Señor los condujo a la fe, sólo la acción de la gracia puede explicar el cambio en su actitudes y comportamientos, finalmente creyeron en Cristo vivo y presente en medio de ellos, y esa fe nos ha sido transmitida hasta el día de hoy.

Aún considerando el sepulcro vacío y las apariciones a los primeros discípulos hemos de recordar que este hecho pertenece a los misterios de nuestra fe, estamos ante una realidad que nos trasciende, sobrepasa la historia, y que, aunque la conocemos, no la podemos abarcar. Jesús, de hecho, no se aparecerá ante todo el mundo sino sólo a sus discípulos.

Hemos también de recordar que la resurrección del Señor es diferente a la de otros milagros que vemos en el Evangelio, como el de la hija de Jairo, el hijo de la viuda o Lázaro, estos volvieron a la vida para volver a morir, mientras que Cristo no muere ya, el cuerpo glorioso con el que ha resucitado aunque mantiene su identidad marca la pauta de un realidad diferente y trascendente.

“La resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es «el hombre celestial» (cf. 1Co 15, 35 – 50).”

Catecismo de la Iglesia Católica n.646

La resurrección de Cristo trae diferentes consecuencias:

Confirma su mesianismo, haber sido enviado por Dios como su Ungido para la salvación del género humano, su palabra se ha cumplido. El se definió a sí mismo como la Verdad, su palabra es la Verdad. Esto tiene consecuencias prácticas para nuestra vida, si Jesús cumplió su palabra sobre la resurrección ¿acaso no cumplirá las demás palabras que nos anunciado en el Evangelio? Él no nos engaña, en Él no hay mentira ni doblez, su palabra es cierta. La resurrección del Señor alienta nuestra fe, hasta las cosas más menudas de esta vida, sus promesas ya se comenzaron a cumplir ¿porque nosotros habremos dudar?

Nos lo revela como Hijo de Dios, Cristo no sólo es el enviado del Padre, es Dios mismo que viene a nuestro encuentro, es Dios mismo que asumió nuestra naturaleza mortal, que gran dicha el Creador de cielos y tierra, asume nuestra humanidad para infundirle su divinidad. Cristo nos hace participar por su gracia lo que el es por naturaleza, por eso decimos que hemos sido hechos hijos en el Hijo, somos por adopción lo que Él es por naturaleza. Precioso considerar querido hermano que por tu incorporación a Jesús por el Bautismo te unes de tal manera a Él que participas de su misma divina ¡No eres cualquier cosa! ¡Formas parte de la gran familia de Dios!

La resurrección de Cristo también alienta nuestra esperanza, porque nos anuncia el futuro de la humanidad, en su Cuerpo resucitado vemos como serán los nuestros en aquel último día cuando nos llame nuevamente a la vida. Podríamos decir lo siguiente, nosotros no sabemos como será nuestra resurrección, pero sabremos que hemos de resucitar. Gran misterio, la fe en Cristo vivo alienta nuestra esperanza, nuestra confianza en que Dios, nuestra suprema felicidad, no nos dejará defraudados. Por eso nosotros nos esmeramos por buscar los bienes del cielo, lo de arriba, y juzgamos las cosas de esta tierra en vistas a aquellas realidades que anhelamos.

Por último, considera hermano, que la victoria de Cristo resucitado nos dice algo mucho más grande todavía, y muy atinente sobre todo en momentos de crisis, la muerte ya no manda, Jesús vivo y presente entre nosotros ha vencido al pecado y sus consecuencias, a derrotado al antiguo enemigo, al diablo, al homicida por excelencia. Cristo vive te dice el mal no tiene la última palabra, recuerda ¡el Bien siempre vence, porque Él ha vencido ya!

¡Que gozo queridos hermanos! ¡que alegría! ¡Oh feliz culpa la de Adán que mereció tan grande redentor! Cristo Resucitado nos anima a no darnos por vencidos, nos recuerda que la vida divina fluye en nuestras almas y las transforma haciéndolas capaces del cielo, Él nos recuerda que no hemos de vivir embargados por tristes y angustias cuando las cosas se ponen difíciles, nos invita a verle a Él, y al contemplar vivo y glorioso en el cielo, recordemos que el mal no tiene la última palabra.

Él ha triunfado ya, y en el buen combate de la fe nosotros también día con día vamos triunfando con Él, aún si a veces tropezamos, nos ofrece su misericordia infinita para volver al camino recto. Así un buen día, al final de nuestros días, cuando vayamos a entrar en el sueño de la muerte en espera de la bienaventuranza eterna del cielo, vayamos con toda confianza sabiendo que un día resucitaremos con Él para la gloria eterna, para aquel “Domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en su descanso” (Prefacio X de los domingos del tiempo ordinario)

¡Cristo ha resucitado y verdaderamente ha resucitado!

 

IMG: «Cristo resucitado» de Rafaello

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