Jueves – II semana de Pascua
- Hch 5, 27-33. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.
- Sal 33. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.
- Jn 3, 31-36. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano.
En la primera lectura, continuamos a acompañar a los primeros cristianos en su camino de fe, los apóstoles ahora vuelve a comparecer, se les pide dar razón de su actuar y de modo sencillo y tajante confiesan que no puede obedecer una orden que contradice los mandatos de Dios, ellos han sido enviados a anunciar la verdad sobre Jesucristo, ellos son los testigos de lo que Él ha obrado y también de lo que obraron con él sus perseguidores, contemplando la gran maravilla de la victoria de Dios sobre las fuerzas del pecado no obstante la persecución.
Sus palabras encienden los ánimos de sus acusadores, ya no son hombres que buscan conocer la verdad, no, son hombres que buscaran venganza, la Escritura nos atestigua que no todos tendrán esa actitud pero será una cuestión predominante. La verdad no puede ser detenida, termina por salir siempre a la luz.
“Los apóstoles tampoco les responden con audacia, pues se trata de doctores de la ley; aunque ¿quien no hubiera conquistado toda la ciudad, al disfrutar con tanta capacidad al hablar, si hubiera dicho algo extraordinario? Pero ellos no procedieron así, porque no los movía la ira, sino que se compadecían y los deploraban, intentado cómo sacarlos del error y de su ira. Incluso, además les dicen: “juzgad vosotros”, sino que les dicen “A este lo exaltó Dios”; declarando con ello que esto había sucedido por determinación de Dios. No afirmaron: ¿Acaso no os dijimos antes “que nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”? porque no eran ambiciosos; al contrario, afirman la misma doctrina sobre la cruz y la resurrección. No refieren el por qué fue crucificado, ya que fue crucificado para bien nuestro; pero lo insinúan, aunque no lo digan claramente, hasta que abandonen sus propósitos. Dime, Así predicaban el evangelio de la vida, sin preparación alguna.”
San Juan Crisóstomo, Homilías a los Hechos de los apóstoles, 13, 2
Al meditar la Sagrada Escritura y su mensaje durante la Santa Misa o en nuestro tiempo de oración personal, podemos caer a veces en la tentación de que tenemos que realizar argumentos muy elaborados o encontrar significados complejos y ocultos, cayendo al final en enredos de los que no podemos salir y que nos provocan gran sequedad espiritual, a veces quizás resulta mejor tomar un enfoque más sencillo a las cosas.
La sencillez es frecuentemente la manera más fácil y el enfoque más fructífero para nuestra meditación, especialmente cuando queremos orar con pasajes del Evangelio como el que nos presenta hoy la Liturgia de la Palabra, podríamos buscar significados profundamente teológicos, exégeticos o filosóficos, que podrían ser muy precisos, pero hoy quiero proponer un enfoque desde la sencillez.
Básicamente Jesús nos dice que ha venido del cielo, que conoce al Padre y que ha venido para que nosotros le conozcamos también, se trata de un Padre amoros, y que en Él (Jesús) podemos conocer cuánto nos ama, porque el Padre ha puesto todo en sus manos.
Jesucristo es el Amor encarnado de nuestro Padre celestial, nos revela su Divina Misericordia. ¿Qué más necesitamos saber? Él nos ama.
Es amor que infundió el Espíritu Santo en los apóstoles es lo que los movió a anunciar valientemente la Resurrección de Jesús, si con los signos que hizo cuando estaba en medio de ellos mostró la verdad de su Palabra, su Resurrección es el testimonio más grande de la misma.
Que el Espíritu Santo abra nuestros corazones para acoger la Verdad de Jesús y que en Él podamos encontrar a nuestro Padre amoroso que espera nuestro regreso a casa, nuestro regreso a Él
Nota: “Adoración de la Santísima Trinidad” de Albert Dürer.