Martes – V semana de Pascua
Sufrir por anunciar a Cristo parece ser la regla que ha marcado la vida de las comunidades cristianas desde sus inicios, la persecución en medio de las situaciones más variadas y complejas no ha faltado a lo largo de más de dos milenios de cristianismo, imitar a Cristo sufriente por dar a conocer el amor de Dios a los hombres ha sido la huella que marcado a tantos en el seguimiento del Señor.
Pero no es sólo sufrir por sufrir, sino el cómo se asume esa situación contraria a la que muchas veces nos enfrentamos, más que el sufrimiento, el verdadero signo del cristianismo es cómo se vive esa situación, no en la complicidad, lo cual sería caer en una conducta irracional o incluso en la injusticia, sino con mansedumbre y humildad, buscando vencer el mal a fuerza de bien, sembrando amor ahí donde éste falta a través de nuestras actitudes y comportamientos, pensamientos y sentimientos.
San Juan Crisóstomo se preguntaba en estas ocasiones difíciles “¿qué podemos hacer?” y buscando una respuesta en la Sagrada Escritura se respondería:
“Lo que el Apóstol hizo entonces, no se llenó de odio hacia los que lanzaban piedras, sino que, después de haber sido sacado fuera, volvió a la ciudad, deseando hacer el bien a los que le habían tratado injustamente. Si tú también llevas con paciencia que alguien te ofenda o te hiera, que alguien actúe injustamente contra ti, bien puedes decir que tu también recibes piedras.
Pero, no digas: “¡Ningún mal hice!”. ¿Qué mal hizo Pablo para ser apedreado? Anunciaba el reino, sacaba del error y llevaba hacia Dios; eran cosas dignas de una corona triunfal, merecedoras de una predicación, causa de miles de bienes, no de piedras. Sin embargo, tuvo que sufrir lo contrario. Y esto mismo fue una victoria espléndida”
Al enfrentarnos a esta situación recordamos en primer lugar, que la paz no nos fue prometida en una manera mundana, en la cual los conflictos son ausentes porque se terminan relativizando todos los propios valores en aras de ser políticamente correctos, sin importar si con ello se traiciona la fe que nos ha sido transmitida por la Iglesia, o si por ello entramos en la muerte del alma por haber caído en el pecado.
La paz que experimenta el Cristiano es de otro tipo, es un fruto del Espíritu Santo, es la consecuencia dulce y feliz de aquel que es consciente de estar realizando el plan de Dios en su vida. ¿De donde viene nuestra paz? De una vida en el amor de Cristo, y sabemos que quien le ama cumple sus mandamientos.
Y aunque suframos lo embates del enemigo cruel y traicionero, sabemos que con la perseverancia en la prueba daremos gloria al Padre, haremos su voluntad, nuestro corazón latirá al unísono con el de Jesús, y nos sabremos triunfadores, porque contra Cristo no tiene poder. Resuenan en nuestro interior esas palabras que escuchábamos en el Evangelio “No se turbe su corazón ni se acobarde”.
San Juan Pablo II nos invita a reconocer la acción del Espíritu Santo en el corazón de las almas santas por la paz íntima que llevan en su interior, él nos decía que:
“La vida de los santos es un testimonio y una prueba de este origen divino de la paz. Se muestran íntimamente serenos en medio de las pruebas más dolorosas y de las tormentas que parecen abatirlos. Algo ―o mejor, Alguien― está presente y obra en ellos para protegerlos del oleaje de las vicisitudes externas y de su misma debilidad y miedo. Es el Espíritu Santo el autor de esa paz que es fruto del amor, que Él infunde en los corazones”
Este mismo Espíritu guía y dirige las vidas de aquellos que caminan en fidelidad al Evangelio y por tanto hacen experiencia viva de aquella tranquilidad en el orden que es la paz, puesto que viven en relaciones justas con Dios, con el prójimo y consigo mismos, imitando la vida misma de Jesucristo, y reciben el gozo de ser llamados hijos de Dios como nos lo dice una de las bienaventuranzas.
Que el Señor nos conceda en este día esa paz que viene de una vida animada por su santo Espíritu, para que en medio de las contrariedades que encontremos en nuestro peregrinar hacia la patria celeste sepamos, podamos y queramos dar una respuesta en fe como testigos de Cristo resucitado.
Img: Pintura de Fabritius Barent que muestra a san Pablo y san Bernabé siendo lapidados (S XVII)