Fieles a su amistad

Viernes – V semana de Pascua

Hch 15, 22-31; Sal 56; +Jn 15, 12-17

La carta enviada a los hermanos provenientes de la gentilidad nos da un resumen de la situación que se estaba viviendo y la resolución del problema, ante las disposiciones de algunos que sin ninguna autoridad habían ido a propugnar doctrinas ajenas a la predicada por los apóstoles, en este caso doctrinas judaizantes, los verdaderos testigo de Cristo resucitado, los cuáles llamó desde el comienzo de su misión y que tienen a Pedro por cabeza se pronuncian confiados en que sus palabras no son de mera inspiración humana sino que contienen una disposición divina.

Llama la atención la fórmula utilizada para presentar la sentencia “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido” pareciera decirnos que quien sigue a los apóstoles sigue la voz del Espíritu, quien se afinca en las columnas de la Iglesia camina seguro, el Señor es fiel a su Palabra, el Espíritu Santo asiste a los que Cristo ha enviado.

“Con este escrito muestran sin ninguna duda que, si la carta venía de los apóstoles, que eran hombres, el mandato universal venía del Espíritu Santo; haciéndose cargo de esta disposición el grupo de Bernabé y Pablo, la asentaron en toda la tierra habitada”

San Cirilo de Jerusalén.

La doctrina de los apóstoles no es simplemente una teoría sino que proviene de la relación viva y profunda que ha tenido con Jesús, no son ni empleados, ni mercaderes, ni meros servidores, son los amigos de Cristo. Aquellos a los que amó hasta el extremo, aquellos que presenciaron su modo de hablar y obrar, aquellos que han permanecido en Él.

A esta relación profunda de amor con Cristo, que se traduce en la más pura de las amistades, estamos todos invitados. Es una relación de amor desigual, nunca podremos amar a Cristo como Él se lo merece, pero sí que podemos corresponderle por la acción de su gracia. En esta relación de amistad Él nos ama con misericordia y nosotros le correspondemos desde nuestra pequeñez, desde nuestra miseria, como diría santa Teresita del Niño Jesús “Nuestra miseria atrae su misericordia”.

Habitualmente las personas se quejan porque no sienten que su amor sea correspondido como creen merecerlo, se escudan bajo el lema “si no soy yo a hacerlo nadie lo hace”, si yo no llamo primero, el otro nunca me llama; si yo no le busco, él no me busca, etc. Y finalmente se hartan y tarde o temprano acaba resentida. En el fondo de todo esto no hay una verdadera relación de amor, sino un deseo de posesión, que pide la vida, “te doy cariño con la condición que tú me ames como yo quiero”.

La amistad con Jesús es de otro nivel, no es un amor de posesión, es un amor de donación, es un amor oblativo, que no se cansa de donarse, porque no pierde nada sino que lo da todo, es un amor que se entrega, hasta el punto de dar la vida, y por eso florece y es fecundo.

Cuando nosotros buscamos amar como Cristo nos ha amado, según su divino precepto, no tememos la humillación, no tememos que alguien se vaya aprovechar de nosotros, no tememos que no nos amen como merecemos, porque no buscamos poseer sino dar, ser puentes de comunión para que otros puedan hacer experiencia del mismo amor con el Jesús nos ha amado, es un amor misericordioso.

“La amistad es una comunión en el pensamiento y el deseo. El Señor nos dice lo mismo con gran insistencia: «Conozco a los míos y los míos me conocen» (cf. Jn 10,14). El Pastor llama a los suyos por su nombre (cf. Jn 10,3). Él me conoce por mi nombre. No soy un ser anónimo cualquiera en la inmensidad del universo. Me conoce de manera totalmente personal. Y yo, ¿le conozco a Él? La amistad que Él me ofrece sólo puede significar que también yo trate siempre de conocerle mejor; que yo, en la Escritura, en los Sacramentos, en el encuentro de la oración, en la comunión de los Santos, en las personas que se acercan a mí y que Él me envía, me esfuerce siempre en conocerle cada vez más.

La amistad no es solamente conocimiento, es sobre todo comunión del deseo. Significa que mi voluntad crece hacia el «sí» de la adhesión a la suya. En efecto, su voluntad no es para mí una voluntad externa y extraña, a la que me doblego más o menos de buena gana. No, en la amistad mi voluntad se une a la suya a medida que va creciendo; su voluntad se convierte en la mía, y justo así llego a ser yo mismo. Además de la comunión de pensamiento y voluntad, el Señor menciona un tercer elemento nuevo: Él da su vida por nosotros (cf. Jn 15,13; 10,15). Señor, ayúdame siempre a conocerte mejor. Ayúdame a estar cada vez más unido a tu voluntad. Ayúdame a vivir mi vida, no para mí mismo, sino junto a Ti para los otros. Ayúdame a ser cada vez más tu amigo.”

San Juan Pablo II

Que el Señor nos concede la gracia de que fieles a la enseñanza de los apóstoles, podamos ser contados en el grupo de su amigos, de aquellos que buscan entrar en ese relación de amor profundo e íntimo con Él y en Él podamos llegar a amar con verdaderas entrañas de misericordia a nuestros hermanos. Así sea.

Img: en la fotografía del interior de la Basílica de san Juan de Letrán se aprecian en sus columnas los apóstoles, los amigos de Cristo.