Ascensión del Señor
- Hch 1, 1-11. A la vista de ellos, fue elevado al cielo.
- Sal 46. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
- Ef 1, 17-23. Lo sentó a su derecha en el cielo.
- Mt 28, 16-20. Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Al contemplar en este día el misterio de la ascensión del Señor a los cielos recordamos a Cristo Jesús que, exaltado por sobre todo, sube a la diestra del Padre para interceder por nosotros, con la esperanza de saber que ahí a donde está el pastor, también le habremos de acompañar sus ovejas.
Consideremos tres puntos, queridos hermanos, para meditar en este Misterio:
En primer lugar el Hijo de Dios es exaltado, el término mismo nos transmite la idea de una elevación o subida, sabemos que en este misterio contemplamos al Señor yendo al cielo, pero ese ser elevado también nos recuerda que esa exaltación es continuación de la exaltación en Cruz, “cuando sea exaltado atraeré a todos hacia mí” dijo en alguna ocasión. Cristo que ha triunfado por su Pasión, Muerte y Resurrección sobre las fuerzas del pecado y de la muerte, habiendo derrotado al antiguo enemigo de la humanidad, sube a los cielos para sentarse a la diestra del Padre ahí está “por encima de todos los ángeles, principados, potestades, virtudes y dominaciones, y por enicma de cualquier persona, no sólo del mundo actual sino también del futuro” dirá san Pablo en la carta a los efesios.
En el conjunto de la Sagrada Escritura, el concepto de “exaltación” no implica simplemente el acto físico de subir, sino sobre todo de reinar triunfante, basta ver el salmo que hemos proclamado hoy “Aplaudan, pueblos todos, aclamen al Señor, de gozo llenos; que el Señor, el Altísimo, es terrible y de toda la tierra, rey supremo. Entre voces de júbilo y trompetas, Dios, el Señor, asciende hasta su trono. Cantemos en honor de nuestro Dios, al rey honremos y cantemos todos. Porque Dios es el rey del universo, cantemos el mejor de nuestros cantos. Reina Dios sobre todas las naciones desde su trono santo”. Por tanto al proclamar a Cristo exaltado a la diestra del Padre, estamos contemplando el gobierno de Cristo rey y soberano de todo cuanto a existe.
De alguna manera este acontecimiento purifica la visión de los apóstoles que aún en aquel momento esperaban el establecimiento de un triunfo terreno en términos políticos, de hecho le preguntaron “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” (Hch 1, 6). Jesús va más allá, Él se coloca por encima de estas realidades pues su soberanía se extiende una dimensión superior y más profunda que un mero gobierno político, el reinado de Cristo es un reinado sobre todo lo creado, incluido de modo especial el corazón del hombre, a quien rescató para la vida eterna a precio de sangre.
Por tanto el hecho de que esté sentado a la derecha del Padre, no significa que se desentienda de las situaciones problemáticas de este mundo, Él no se hizo hombre como nosotros para luego ignorarnos, Él nos ajeno a nuestros sufrimientos antes bien, Él da una perspectiva más amplia a nuestra mirada porque nos hace poner bajo el horizonte de nuestro destino final todo lo que vivimos, nos hace contemplar las cosas a la luz del Reino de los cielos.
Un segundo punto a considerar es que Jesús hace entrar nuestra humanidad al cielo, sí, Cristo que asumió nuestra condición humana, no la desdeña sino que la eleva, Él había prometido preparar una morada para sus discípulos, pues ahora, al entrar Él en esta nueva realidad, nos introduce ahí y nos abre las puertas de las moradas eternas dice el Catecismo de la Iglesia:
“Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que «salió del Padre» puede «volver al Padre»: Cristo. «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre». Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la «Casa del Padre», a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, «ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino» Catecismo de la Iglesia Católica n.661
Y esto tiene una seria implicación para todos nosotros, porque ilumina nuestro llamado a la santidad, al introducir en el cielo a la humanidad Cristo le revela cual su vocación altísima, su fin último, esto es habitar en la gloria, en la presencia de Dios, por eso vemos que san Pablo en la segunda lectura pide a Dios por los cristianos para que “les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza que les da su llamamiento, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los que confiamos en él, por la eficacia de su fuerza poderosa.”
Tercer punto, Cristo sube a la diestra del Padre y desde ahí intercede por nosotros. Jesús al ascender al cielo no nos abandona, al contrario continúa a estar presente bajo su oficio sacerdotal como verdadero mediador entre Dios y los hombres, al entrar en el cielo, no sólo entra en las moradas eternas, sino en el verdadero santuario por eso la carta a los hebreos dice que: “Cristo entró no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.” (Hb 9, 24). Jesús, nuestro Sumo y Eterno sacerdote en el cielo nos adquiere los bienes futuros que nos ha prometido ofreciendo la Liturgia de alabanza al Padre en el cielo. Cristo sigue obteniendo gracia sobre gracia para aquellos por quienes dio su vida.
A la luz de estos tres puntos podemos recordar que:
El misterio de la ascensión del Señor de alguna manera nos invita a contemplar las cosas que de verdad valen, nos hace recordar nuestro fin, el término de nuestro peregrinaje, porque ahí donde nos ha precedido la cabeza hemos de ir también nosotros que somos su cuerpo.
Nos invita a ponernos por encima de las realidades terrenas, en medio de crisis que se atraviesan en los diferentes momentos de la historia, al contemplar el cielo el cristiano sabe que su horizonte es más amplio. Y recordemos, esto no nos hace desentendernos de las realidades de este mundo, al contrario nos compromete aún más porque juzgamos las cosas con una luz mucho más iluminadora. Sólo ahí cobra su sentido toda la actividad del cristiano.
No somos ajenos a lo que pasa en el mundo entero y del cual nuestro país es un reflejo, por ej. estamos atentos al debate político-económico y social sobre todo porque las situaciones de crisis manifiestan lo que llevan en el interior las personas, cuáles son sus intereses últimos, qué medios justos o injustos usan para llegar a ellos, cómo reaccionan etc. pero nuestra mirada va más lejos, no nos dejamos llevar por el odio, los egoísmos, ni el afán de dominio, ni por el ídolo del dinero, sino que nos preguntamos si en realidad se está procurando el bien mayor en estas cosas, ¿Dios será glorificado con estas medidas? y te preguntarás que tiene que ver esto con la gloria de Dios, pues que como decía ya san Irineo de Lyon “la gloria de Dios es que el hombre viva”.
Al contemplar a Cristo que ascendió al cielo también nos recuerda la dimensión misionera de la Iglesia como lo manda en el Evangelio de hoy, y es que al ir por el mundo anunciando la Buena Nueva, lo que estamos haciendo es ser testigos de Cristo, parafraseando a Benedicto XVI, no suplimos a un Jesús “ausente de la historia”, sino que “hacemos a Cristo presente en la historia”. La fuerza del Espíritu Santo nos impulsa a ello.
En esto momentos que la humanidad atraviesa problemas de crisis en el campo de la salud, en el campo de la economía, en el campo de la política, incluso en el campo del propio equilibro emocional, poner la mirada en el Señor que asciende a los cielos ha de recordarnos que hay realidades más importantes que los afanes usuales en los que hemos muchas veces desgastado inútilmente nuestras fuerzas, hemos venido de muchas maneras a ver lo que de verdad importa, el cielo lo pregustamos en este mundo por medio de la comunión en el amor, por un lado la comunión con Dios ¿cuánta falta nos hace congregarnos como hermanos para celebrar la Sagrada Liturgia? ¿cuántas Misas viví sin prestar atención? ¿cuántas veces dí por sentado que podría confesarme o recibir la santa comunión? ¿cuantas veces pase de largo por una capilla donde estaba expuesto el Santísimo? También pregustamos el cielo en la comunión con nuestros hermanos, la comunión con nuestras familias, ¿cuántas veces discutimos sin sentido? ¿cuántas veces teniendo la oportunidad de visitarles decidí pasar de largo simplemente porque sabía que podía ir en otro momento? ¿cuántas veces dí por sentado un abrazo?
“Hic et nunc” (aquí y ahora) no puedo vivir todo aquello, pero eso no significa que debo vivir miserable y presa del miedo, paralizado ante una situación que no puedo controlar, no, la Ascensión de Cristo nos recuerda que nuestro destino último es el cielo, porque hemos de estar ahí donde esta Él, y Él esta ahí intercediendo por nosotros para colmarnos de los dones que necesitamos en estos momento, el Señor no ha cerrado el afluente de donde brota como un torrente la vida de la gracia, el costado del Redentor sigue abierto después de su Resurrección como lo comprobó el apóstol santo Tomás.
Parafraseando a un escritor inglés, los cristianos hemos atravesado diferentes crisis a lo largo de la historia, a veces parece que todo está por acabarse, como si todo fuese a morir, pero la verdad es que el cristianismo a muerto y se ha levantado varias veces en la historia, y es que nuestro Dios conoce el camino que conduce fuera del sepulcro.
Dios nos ofrece hoy otros medios de modo extraordinarios para volvernos a Él, no es tiempo perdido, hagamos oración personal y en familia, pidamos perdón al Señor por nuestros pecados llenos de un profundo arrepentimiento con un acto de contrición perfecta en espera de que un día podré confesarme nuevamente, hagamos frecuentes comuniones espirituales, si escuchamos las campanas de la Iglesia sonar, recordemos la Santísima Eucaristía sigue presente en los Sagrarios de nuestros Templos, Dios está ahí presente sacramentalmente. Escuchemos su voz en su Palabra meditando la Escritura. Dice el salmo 50 “un corazón contrito y humillado” el Señor no lo desprecia.
La práctica del bien a los demás no se ejerce sólo cuando está fuera de casa, ya dentro de ella puedo hacer mucho, una vida buena, una vida virtuosa, puede conseguirse con el simple hecho de hacerle la vida más fácil al otro, ponerme a su servicio, con oraciones sí, pero también con gestos concretos, como siendo ordenados poniendo cada cosa en su lugar, haciendo limpieza no porque nos obliguen a ello sino para tener un ambiente sano y agradable para convivir, no contestar mal cuando alguien quizás por el mismo hecho del encierro se ha puesto malhumorado, sino buscar comprender o al menos tolerar pacientemente el defecto del prójimo, ser acomedidos los unos con los otros, ya son gestos de amor.
Nuestra confianza esta puesta en que Jesús no subió al cielo para abandonarnos, Él sigue presente en su Iglesia nuestra Madre, ella nos enseña que en la vida de la gracia uno crece por tres vías, los sacramentos, la oración y la vida virtuosa, donde hemos conocido algun límite en estos momentos es en la primera vía, pero limitación no es supresión, los sacerdotes seguimos ofreciendo el santo sacrificio de la Misa por todos ustedes queridos hermanos, pidiendo al Señor todo tiempo de gracias para ustedes, las otras dos siguen abiertas, la oración y la realización de las buenas obras son posibles aún para todos.
“Precisamente a sus discípulos, llenos de intrepidez por la fuerza del Espíritu Santo, corresponderá hacer perceptible su presencia con el testimonio, el anuncio y el compromiso misionero. También a nosotros la solemnidad de la Ascensión del Señor debería colmarnos de serenidad y entusiasmo, como sucedió a los Apóstoles, que del Monte de los Olivos se marcharon «con gran gozo». Al igual que ellos, también nosotros, aceptando la invitación de los «dos hombres vestidos de blanco», no debemos quedarnos mirando al cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos ir por doquier y proclamar el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. Nos acompañan y consuelan sus mismas palabras, con las que concluye el Evangelio según san Mateo: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).” Benedicto XVI, 24 de mayo de 2009
Hoy también recordamos la fiesta de nuestra Buena Auxilio de los Cristianos, y aunque no la celebramos litúrgicamente, no olvidemos acudir a ella, roguémosle en este día interceda por nosotros para que contemplando el misterio del Señor que asciende a los cielos, nos obtenga de Él, el verdadero consuelo y alegría que nos ayuden a vivir este tiempo como un tiempo de gracia, invoquemos su maternal auxilio con aquella antigua oración que hacemos los cristianos “Bajo tu amparo nos acogemos santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos, antes bien líbranos de todo peligro ¡oh Virgen gloriosa y Bendita!
IMG: «Ascensión del Señor» del Giotto