Domingo de Pentecostés
- Hch 2, 1 -11. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
- Sal 103. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
- 1Co 12, 3b-7. 12-13. Hemos sido bautizados en un mismo espíritu, para formar un solo cuerpo.
- Jn 20, 19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
“Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna y, para decirlo todo de una sola vez, el poseer la plenitud de las bendiciones divinas, así en este mundo como en el futuro; pues, al esperar por la fe los bienes prometidos, contemplamos ya, como en un espejo y como si estuvieran presentes, los bienes de que disfrutaremos. Y, si tal es el anticipo, ¿cuál no será la realidad? Y, si tan grandes son las primicias, ¿cuál no será la plena realización?”
San Basilio Masigno, Sobre el Espíritu Santo, XV, n.35-36
La Solemnidad de Pentecostés es una de las grandes celebraciones de la Iglesia, en un ambiente de oración buscamos recogernos junto a María santísima y los apóstoles para recibir al Consolador que Jesús nos había prometido.
La Tercera Persona de la Santísima Trinidad es confesada todos los domingos como el Señor y dador de Vida, aquel Amor Divino que procede del Padre y del Hijo y cuya divinidad alabamos dándole una misma adoración y gloria, mientras escuchamos su voz que resuena en nuestros días a través de la palabra profética.
Su presencia y su misión son Vitales en el sentido propio de la palabra, el salmo 103 de alguna manera nos enseña como todo lo creado está animado por Él, pero para los cristianos no se trata simplemente de gozar una vida natural como la de cualquier criatura, sino ante todo de una vida sobrenatural, la vida de la gracia, Él nos lleva a participar de la misma vida divina que inauguró Jesús con su resurrección y de la cual hemos comenzado a ser partícipes al haber renacido por el agua y el Espíritu el día de nuestro Bautismo. Y bien sabemos que esa vida eterna, mientras estamos en este mundo como peregrinos hacia el cielo está, llamada a desarrollarse, a eso es a lo que conocemos como santificación, y esta es una de las misiones que atribuimos al Amor Divino, es Él quien nos hace crecer en la vida espiritual siempre y cuando nosotros colaboremos a su acción. El Espíritu Santo nos transforma interiormente no sólo porque nos recuerda la enseñanzas de Jesús sino porque nos da la fuerza para vivir de acuerdo a ellas.
“Este mismo Espíritu transforma y traslada a una nueva condición de vida a los fieles en que habita y tiene su morada. Esto puede ponerse fácilmente de manifiesto con testimonios tanto del antiguo como del nuevo Testamento. Así el piadoso Samuel a Saúl: Te invadirá el Espíritu del Señor, y te convertirás en otro hombre. Y san Pablo: Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu.
No es difícil percibir como transforma el Espíritu la imagen de aquéllos en los que habita: del amor a las cosas terrenas, el Espíritu nos conduce a la esperanza de las cosas del cielo; y de la cobardía y la timidez, a la valentía y generosa intrepidez de espíritu. Sin duda es así como encontramos a los discípulos, animados y fortalecidos por el Espíritu, de tal modo que no se dejaron vencer en absoluto por los ataques de los perseguidores, sino que se adhirieron con todas sus fuerzas al amor de Cristo.”
San Cirilo de Alejandría, Sobre el evangelio de san Juan, X, 16, 6-7
El Espíritu Santo edifica la Iglesia, es el quien nos congrega y nos une, pues si por Él nacemos a la nueva vida, también por Él somos integrados al Cuerpo Místico de Cristo, de hecho, el gran acontecimiento que se manifestó en los apóstoles cuando hablaron en diferentes lenguas a los judíos que habían llegado a Jerusalén para las fiestas, nos anuncia que la divisiones y las distancias que habían surgido entre los hombres han sido superadas, nos une un mismo Espíritu, y no decimos esto como muchos creerían en un sentido idealista o imaginario, como quienes comparte un sentimiento o un pensamiento común, no, lo decimos en sentido real, estamos unidos por la acción del Espíritu Santo en nuestras historias, porque Él hace de todas ellas una sola historia de salvación de la humanidad.
“Cristo entero está formado por la cabeza y el cuerpo, verdad que no dudo que conocéis bien. La cabeza es nuestro mismo Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato y ahora, después que resucitó de entre los muertos, está sentado a la diestra del Padre. Y su cuerpo es la Iglesia. No esta o aquella iglesia, sino la que se halla extendida por todo el mundo. Ni es tampoco solamente la que existe entre los hombres actuales, ya que también pertenecen a ella los que vivieron antes de nosotros y los que han de existir después, hasta el fin del mundo. Pues toda la Iglesia, formada por la reunión de los fieles — porque todos los fieles son miembros de Cristo—, posee a Cristo por Cabeza, que gobierna su cuerpo desde el Cielo. Y, aunque esta Cabeza se halle fuera de la vista del cuerpo, sin embargo, está unida por el amor”
San Agustín, Enarrationes in Psalmos 56,1
El Espíritu Santo nos había prometido Jesús nos recordaría sus enseñanzas y nos llevaría a la verdad plena, por eso ha pasado a ser conocido como el “Maestro interior”. Él es el que nos conduce en la oración hasta llevarnos a conocer cuál es la voluntad del Padre para nuestras vidas, Él ha escrito en nuestros corazones la ley nueva del amor dada por Cristo, de modo que en todo momento nos sugiere el bien por hacer y nos previene del mal que hemos de evitar. De este modo podemos afirmar que Él infunde en nosotros la caridad que es “El primero y más imprescindible don…con la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Él…Pues la caridad, como vínculo de perfección y plenitud de la ley, rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo” (Lumen Gentium n.42)
En estos tiempos que vivimos, cuando nos sentimos amenazados por una crisis sanitaria, económica, política, social y hasta psicológica, recordar la llegada del Espíritu Santo nos debe llevar a recordar que no vamos solos por Él camino, es más Él mismo nos lo recuerda, porque no obstante la situación que estemos pasando Él nos asiste con su luz divina y sus divinos consuelos para que sepamos vivir el Evangelio, pero requisito necesario es que nos dispongamos a escuchar su voz, porque en medio de un mundo que grita violencia, división, muerte, dinero, placer, locura, etc. nosotros debemos permanecer vigilantes y en la oración, a ejemplo de María santísima, meditar la Palabra del Señor para saber responder a los dilemas que se nos presentarán a cada uno en nuestra realidad particular.
No obstante todos los cambios que se han dado en nuestra sociedad, no obstante los cambios que pudiesen venir, el Evangelio de Cristo permanece, y es el criterio por el que todo cristiano se rige, la historia ha siempre cambiado, los tiempos de crisis marcan de hecho los períodos de cambio, pero sabemos que la Palabra del Señor no pasa ¿cómo hemos de vivir? “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” dijo Jesús, y nos dio la más clara explicación en el Sermón de la montaña (Capítulos 5, 6 y 7 de san Mateo) y nos mostró el ejemplo más grande de esa vida en sus actitudes y comportamientos, así seguiremos dando en el mundo aquellos frutos que el Espíritu de Dios produce en nosotros “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Ga 5, 22 – 23, vulg.)
La secuencia que se canta en la santa Misa en este día nos recuerda que el Espíritu Santo viene en nuestro auxilio sea cual fuere la necesidad, en medio de la confusión, Él envía su luz; nos aqueja la tristeza, Él es el consuelo; sufrimos la pobreza, el es padre providente que no dejará que nos falte lo necesario; experimentamos la soledad, Él se nos presenta como Él dulce huésped del alma; estamos cansados por el camino al punto de sentirnos hastiados de una existencia en la que no hayamos salida a los problemas, Él viene como suave brisa y nos hace entrar en el descanso del corazón para ver con serenidad el camino; estamos padeciendo a causa de la enfermedad, Él es la salud no sólo para esta vida sino para la otra también; hemos tropezado o caído desviándonos de la vía del Señor, Él nos conducirá por el recto sendero…El Espíritu Santo no nos deja solos es el amor que ha latido en el Corazón de Cristo, el cual una vez abierto no vuelve a cerrarse, Él nos recuerda la palabra de Amor y vida eterna que nos ha traído el Hijo de Dios, Él nos lleva a contemplar la gloria del Padre, con razón le decía el poeta del carmelo:
“¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!”
San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, IV estrofa
En esta solemnidad de Pentecostés clamemos por ser llenos del Espíritu de Dios para saber enfrentar el buen combate de la fe, y a ejemplo de los apóstoles, nos lancemos para ser verdaderos testigos de la vida nueva de Cristo resucitado.