Memoria de Santa María, Madre de la Iglesia
- Gn 3, 9-15. Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer. o bien: Hch 1, 12-14. Todos se dedicaban a la oración con María, la madre de Jesús.
- Sal 86. De ti se dicen maravillas, ciudad de Dios.
- Jn 19, 25-27. Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre.
El día lunes después del Domingo de Pentecostés celebramos la memoria de santa María, madre de la Iglesia, el Papa Francisco ha querido llevarnos a meditar en este don admirable que el Padre nos ha otorgado al hacernos hijos espirituales de aquella que llevo en su seno a su Hijo divino por obra y gracia del Espíritu Santo.
En primer lugar recordemos que toda prerrogativa de la Bienaventurada Virgen María sobre los cristianos deriva de su Maternidad divina, es decir del hecho de haber sido elegida por para ser Madre de Jesucristo Nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero hombre; de hecho entre las oraciones de la santa Misa para este día recordamos que ella con su fiat, al aceptar la Palabra que el Señor le anunció por el ángel y llevar en su seno a Jesús, ella preparó también el nacimiento de la Iglesia.
Los Padres de la Iglesia de hecho la llamaban con el título de nueva Eva, recordemos Eva significa “madre de los vivientes”, el cual expresa la extensión de su maternidad, tanto con los bautizados como con aquellos que están llamados a serlo. “Es, en primer lugar, Madre de los fieles, de todos los que creen en su Hijo y reciben por Él la vida de la gracia. Pero es también Madre de todos los hombres, en cuanto ella nos dio al Salvador de todos y se unió a la oblación de su Hijo que derramó su sangre por todos”[3]
María santísima ha sido vinculada a todos los hombres de todas las épocas porque fue elegida para ser la madre del primogénito de todos, Jesucristo.
El título de nueva Eva exalta su categoría de madre de los vivientes, pero un sentido nuevo y diferente, porque se trata de la nueva vida que brota del costado abierto del redentor, vida de la que todos los hombres pueden y están invitados a gozar por las aguas del bautismo, la vida divina que nos es transmitida por la gracia de Dios. Ella es la madre de los que están llamados a vivir y de los que ya viven por la fe en Cristo Jesús.
Ser Madre de la Iglesia, es una misión que su mismo Hijo le encomendó en la hora del Calvario, ahí, asociada en sus dolores al misterio de la redención, nos ha recibido como hijos a todos los hombres en el discípulo amado “Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, “dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.” Jn 19, 26-27
«La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre. El Redentor confía María a Juan, en la medida en que confía Juan a María. A los pies de la Cruz comienza aquella especial entrega del hombre a la Madre de Cristo, que en la historia de la Iglesia se ha ejercido y expresado posteriormente de modos diversos…. ya que María fue dada como madre personalmente a él, la afirmación indica, aunque sea indirectamente, lo que expresa la relación íntima de un hijo con la madre. Y todo esto se encierra en la palabra «entrega». La entrega es la respuesta al amor de una persona y, en concreto, al amor de la madre… Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo» humano y cristiano: «La acogió en su casa» Así el cristiano, trata de entrar en el radio de acción de aquella «caridad materna», con la que la Madre del Redentor «cuida de los hermanos de su Hijo», «a cuya generación y educación coopera» según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de María a los pies de la Cruz y en el cenáculo»
San Juan Pablo II, Redemptoris Mater, n.45
Ella siempre solícita por nuestro bien, nos anima en la oración como cuando esperaba la llegada del Espíritu Santo con los apóstoles, convirtiéndose en modelo de la Iglesia que súplica el auxilio divino. Y luego de su gloriosa asunción a los cielos no permanece inactiva, sino que desde ahí “sigue mostrando su amor a la Iglesia peregrina y protege sus pasos hacia la patria del cielo, hasta que venga el Señor lleno de gloria” (Prefacio III de santa María Virgen)
La Bienaventurada Virgen María conoce directa o indirectamente aquello que se relaciona con nuestra vida sobrenatural puesto que ella es Madre espiritual de todos los hombres en virtud de su Maternidad divina, su conocimiento es en este sentido universal, concreto y cierto. Ella suplica a Cristo en el cielo por la salvación de sus hijos, es de hecho llamada la omnipotencia suplicante. Según el principio que dice que la intercesión de un santo se basa en su grado de gloria, y ella gozaría eminentemente de ésta estando sólo por debajo de su Hijo, así puede alcanzar a los hombres todos los medios necesarios para su salvación, siempre y cuando se dispongan a pedirla y no coloquen obstáculos a la gracia. Su maternidad espiritual sobre la Iglesia la ejerce a través de la intercesión, la gracia, la súplica, el perdón, la reconciliación y la paz.
«Es de fe, en primer lugar, que María Santísima ruega por nosotros y hasta por cada uno de nosotros, en su calidad de Madre de Dios y de todos los hombres, y que su intercesión nos es muy útil, conforme al dogma general de la intercesión de los santos (Dz 984). En segundo lugar, es cierto, según la Tradición, que este poder de intercesión de María puede obtener para todos los que la invocan debidamente todas las gracias de la salvación y que nadie se salva sin ella. Y finalmente, es una doctrina común y segura, enseñada por los Papas, por la predicación universal y por la liturgia, que ninguna gracia nos es dada sin la intervención de María»
Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p. 204–205.
Que el Señor nos conceda la gracia en este día de saber acogernos a la protección de nuestra Buena Madre con la confianza de hijos y como buenos hijos escuchemos su voz que nos dice como en Caná de Galilea “Hagán lo que Él les diga” (Jn 2, 5)
IMG: Mosaico de Maria Mater Ecclesiae afuera de la Basilica de san Pedro
Apéndice:
De las obras oratorias de Bossuet, obispo de Meaux, sobre la bienaventurada Virgen María
(Sermón sobre la fiesta del escapulario: Oeuvres oratoires, edición Lebarq, Desclée de Brouver 1926, I, 388-389)
MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA
La santa Virgen María es la verdadera Eva, la verdadera madre de todos los vivientes. Vivid, vivid, y María será vuestra madre. Pero vivid de Jesucristo y por Jesucristo, porque incluso María tiene vida únicamente de Jesucristo y por Jesucristo.
La maternidad de la santa Virgen es una realidad innegable. Por otra parte, que María sea madre de los cristianos es algo que no puede ser más oportuno; éste fue también el designio de Dios, revelado ya desde el paraíso. Pero para que esta realidad penetre más profundamente en vuestros corazones, debéis admirar el modo como este designio de Dios llegó a cumplimiento en el Evangelio de nuestro Salvador, contemplando cómo Jesús quiso asociar a sí a la santa Virgen al engendrarnos por medio del alumbramiento de su sangre, que siempre tan fértil, produjo frutos agradables al Padre.
En aquella ocasión, san Juan representaba la universalidad de los fieles. Entended mi raciocinio: todos los demás discípulos del Salvador abandonaron a Jesús. Dios permitió que esto sucediera así para que comprendiéramos que son pocos los que siguen a Jesús hasta su cruz.
Así, pues, habiéndose dispersado todos los demás discípulos, la providencia quiso que, junto al Dios que moría, no permaneciera sino Juan, el discípulo amado. Él fue el único, él, el verdadero fiel; porque únicamente es verdadero fiel de Jesús el que le sigue hasta la cruz. Y fue así como este único fiel representó a todos los fieles. Por consiguiente, cuando Jesucristo, hablando a su Madre, le dice que Juan es su hijo, no penséis que considera a san Juan como un hombre particular: en la persona de Juan entrega a María todos sus discípulos, todos sus fieles, todos los herederos de la nueva alianza, todos los hijos de su cruz.
Por esto, precisamente, llama a María «Mujer»; con esta expresión quería significar «Mujer por excelencia, Mujer elegida singularmente para ser la madre del pueblo elegido». «Oh Mujer, oh nueva Eva -le dice-, ahí tienes a tu hijo; por tanto, Juan y todos los fieles a quienes él representa son tus hijos. Juan es mi discípulo, mi discípulo amado; recibe, pues, en su persona a todos los cristianos, porque aquí Juan los representa a todos, ya que todos ellos son, como lo es Juan, mis discípulos, mis discípulos amados.» Esto es lo que el Salvador quería significar a su santa Madre.
Y lo que más importante se me antoja en este hecho es que Jesús dirija estas palabras a María desde la cruz. Porque en la cruz es donde el Hijo de Dios nos dio la vida y nos engendró a la gracia por la fuerza de su sangre derramada por nosotros. Y es precisamente desde la cruz desde donde significa a la purísima virgen María que ella es madre de Juan y madre de todos los fieles. Mujer, ahí tienes a tu hijo, le dice. En estas palabras contemplo al nuevo Adán que, al engendrarnos por su muerte, asocia a la nueva Eva, su santa Madre, en la generación, casta y misteriosa, de los hijos del nuevo Testamento.