Volviendo a la normalidad

Martes – IX semana del Tiempo Ordinario – Año par

  • 2P 3, 12-15a.17-18. Esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva.
  • Sal 89. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
  • Mc 12, 13-17. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

En la Sagrada Liturgia retomamos en este día el Tiempo Ordinario en la vida de la Iglesia, recordemos que este tiempo es un peregrinar junto a Jesús que va Jerusalén, yendo con Él por el camino vamos contemplando sus actitudes y comportamientos, vamos escuchando sus enseñanzas, nos unimos a Él en la oración y nos dejamos llenar con asombro por las maravillas que hace entre los hombres.

En esta ocasión meditamos en la primera lectura la conclusión de la primera carta de san Pedro, en ella somos invitados a la vigilancia perseverante en la vida cristiana, ciertamente luego de haber concluido la Pascua podríamos preguntarnos ¿y ahora qué? ¿volvemos a vivir como antes? ¿se ha acabado el tiempo de la gracia? Es una pregunta que podemos plantearnos al final de todo tiempo especial que se haya vivido, sea de profundas alegría o de profundas crisis, ¿qué sucede cuando ya pasa?

Viendolo en la gran perspectiva de todo el año litúrgico, hicimos un camino de examen de conciencia y conversión durante la Cuaresma, nos hemos alegrado con la resurrección de Jesucristo en la Pascua y con ello hemos celebrado también las victorias que Él ha tenido en nuestras vidas en estos tiempos especiales ¿y ahora? ¿retomaremos acaso la vida anterior que llevábamos? ¿si habíamos dejado un vicio o pecado recurrente lo iremos a retomar?

¡Para nada! Para atrás ni para agarrar impulso, la solemnidad de Pentecostés y la memoria de María Madre de la Iglesia, nos recuerdan que los frutos de la Pascua deben de multiplicarse en el día a día, no vamos solos, el Espíritu Santo que habita en nosotros nos da su fuerza y Nuestra Buena Madre nos anima e intercede por nosotros en este caminar.

En este contexto las palabras de la carta de san Pedro cobran un valor especial pues son un aliciente para nosotros, aquí y ahora, he de dar frutos de vida eterna y trabajar con esmero por corresponder a la gracia que Dios me ha dado, no podemos vivir como antes, hemos de ser mejores según lo que el Espíritu Santo nos ha comunicado con sus mociones en este tiempo que vivimos. Los primero frutos son un comienzo pero hay que continuar a producir más fruto, y esos frutos han de madurar.

La carta nos recuerda como todas estas realidades terrenas habrán de pasar, y habremos de entrar en la realidad definitiva de los cielos nuevos y tierra nueva, la esperanza no sólo de un futuro mejor, sino de una eternidad en el gozo de Dios.

Esta esperanza es para nosotros no sólo motivo de alegría sino que nos motiva a buscar vivir con gran empeño nuestra vida cristiana, manifestando nuestra confianza en el día a día a través de nuestro buen obrar, pues es como si de alguna manera nos adelantamos ya a la vida en la eternidad, pues el bien que podamos hacer manifiesta desde ya como en antesala aquello que está por venir, como diríamos en términos de un niño “uno se porta bien porque en el cielo todos se portan bien y uno es ya ciudadano del cielo”. La nostalgia del cielo estimula nuestra perseverancia en el camino de fe.

“Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas, que Dios creó pensando en el hombre.

Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios.

Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: «reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz». El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección”

Gaudium et Spes n.39

En este contexto las palabras de Jesús en el Evangelio también encuentran un sentido sapiencial, pues el acto de justicia con el cual rebate la trampa de los que tramaban toda suerte de insidias contra Él nos recuerda que entre el orden temporal y el espiritual no hay contraposición, sino que uno ha de estar supeditado al otro.

En una manera recta de la administración de los bienes, un gobernante sabe que estos deben servir para la búsqueda del bien común, desviarse de esto no sólo es un atentado contra la justicia humana que le debería pedir cuentas, sino también contra la justicia divina, pues toda autoridad depende la de la autoridad de Dios y ¡ay de aquel que no cumple con la misión de servicio que le fue encomendado! Peor aún si como en aquellos tiempos busca suplantar el puesto que le corresponde a Dios.

Es una interpelación ciertamente al uso que hacemos de nuestro rol de autoridad, hay diferente tipos de autoridad, hay quienes ejercen una autoridad política, otros una autoridad religiosa, otros una autoridad familiar, independientemente cual sea la que ejercitemos hemos de recordar que el verdadero poder esta en el servicio, que la autoridad es delegada, no es posesión sino administración en el sentido más puro de la palabra.

La sumisión, no pasiva, sino por razones de conciencia (cf. Rm 13,5), al poder constituido responde al orden establecido por Dios. San Pablo define las relaciones y los deberes de los cristianos hacia las autoridades (cf. Rm 13,1-7). Insiste en el deber cívico de pagar los tributos: « Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor » (Rm 13,7). El Apóstol no intenta ciertamente legitimar todo poder, sino más bien ayudar a los cristianos a « procurar el bien ante todos los hombres » (Rm 12,17), incluidas las relaciones con la autoridad, en cuanto está al servicio de Dios para el bien de la persona (cf. Rm 13,4; 1 Tm 2,1-2; Tt 3,1) y « para hacer justicia y castigar al que obra el mal » (Rm 13,4).

San Pedro exhorta a los cristianos a permanecer sometidos « a causa del Señor, a toda institución humana » (1 P 2,13). El rey y sus gobernantes están para el « castigo de los que obran el mal y alabanza de los que obran el bien » (1 P 2,14). Su autoridad debe ser « honrada » (cf. 1 P 2,17), es decir reconocida, porque Dios exige un comportamiento recto, que cierre « la boca a los ignorantes insensatos » (1 P 2,15). La libertad no puede ser usada para cubrir la propia maldad, sino para servir a Dios (cf. 1 P 2,16). Se trata entonces de una obediencia libre y responsable a una autoridad que hace respetar la justicia, asegurando el bien común.”

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 380

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de saber corresponder a su amor que ha salido nuestro encuentro con perseverancia y firmeza de manera que en toda ocasión podamos dar frutos de vida eterna para su mayor gloria.

IMG: Mosaico Armeno de Murara, las palomas han sido vistas como una imagen del alma de los fieles, curioso en este mosaico que existe un pajarillo que no puede alimentarse de la vid. Tiene un título a la cabeza que dice «En memoria y para la salvación de todos los Armenos, de quienes el Señor conoce el nombre»