San Bernabé, Apóstol
Hch 11, 21-26;Hch 13, 1-2. Era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe
Sal 98, 1-6. El Señor revela a las naciones su justicia.
Mt 5, 20-26 Todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado
La Sagrada Liturgia nos presenta en dos bloques la Escritura en este día, en un primer momento con la primera lectura y el salmo nos lleva a meditar acerca de san Bernabé, apóstol, en un segundo momento en el Evangelio continuamos la reflexión sobre el Sermón de la montaña. Dispongámonos con corazón humilde a entrar en esta dinámica.
Meditar acerca de la vida de los apóstoles y los discípulos de la primera hora del cristianismo es siempre provechoso para el alma, ya que en ellos vemos aquel primer impulso que suscitó el Espíritu Santo suscitó en la Iglesia para la expansión del anuncio de la Buena Nueva.
Hoy hacemos memoria de san Bernabé, apóstol, del cual se nos dice “era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe”. Originario de la tribu de Leví, su nombre significa “hijo de la exhortación” o “hijo de la consolación”. Grande este apóstol que ya al inicio de los Hechos de los apóstoles se nos presenta como un hombre que puso a disposición sus bienes para el servicio de los pobres. Sería un maestro sabio al punto que se le considera entre los doctores en la comunidad naciente. Sería él uno de los primeros en anunciar el Evangelio a los gentiles, además dará testimonio de la conversión de Pablo y lo tomará como compañero en su misión en Antioquía.
Por su origen levita, el escritor eclesiástico Tertuliano le adjudica la autoría de la carta a los hebreos, lo cual parece verosímil puesto que al ser proveniente del linaje sacerdotal le habría de interesar mucho el tema del sacrificio y el sacerdocio a la luz del supremo sacrificio de nuestro Señor Jesucristo en la cruz como Sumo y Eterno sacerdote.
El Papa Benedicto XVI al hablarnos sobre él en una de sus catequesis acerca de los apóstoles, nos recuerda un hecho curioso de la relación que tuvo con san Pablo según nos testimonian las Escrituras santas:
“Los dos, Pablo y Bernabé, se enfrentaron más tarde, al inicio del segundo viaje misionero, porque Bernabé quería tomar como compañero a Juan Marcos, mientras que Pablo no quería, dado que el joven se había separado de ellos durante el viaje anterior (cf. Hch 13, 13; 15, 36-40). Por tanto, también entre los santos existen contrastes, discordias, controversias. Esto me parece muy consolador, pues vemos que los santos no «han caído del cielo». Son hombres como nosotros, incluso con problemas complicados. La santidad no consiste en no equivocarse o no pecar nunca. La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y de perdón.
De este modo, Pablo, que había sido más bien duro y severo con Marcos, al final se vuelve a encontrar con él. En las últimas cartas de san Pablo, a Filemón y en la segunda a Timoteo, Marcos aparece precisamente como «mi colaborador». Por consiguiente, lo que nos hace santos no es el no habernos equivocado nunca, sino la capacidad de perdón y reconciliación. Y todos podemos aprender este camino de santidad.”
Benedicto XVI, Catequesis, 31 de enero de 2007
En el santo Evangelio comenzamos la sección de las llamadas “antítesis” a través de las cuales el Señor Jesús nos quiere conducir a la plenitud de la ley, Él nos invita a vivir una justicia mayor que la de los escribas y fariseos , literalmente habla de una superjusticia, término que nos hace entrar en la dimensión profunda de la moral cristiana, puesto que ella no busca simplemente el cumplimiento formal de un precepto, sino que va más allá, puesto que las obras buenas que un cristiano realiza no son un “acumular puntos” sino que es un caminar, es un peregrinaje hacia la tierra prometida, es un estrechar cada vez más nuestra relación con el Señor, es un dejarnos conducir más y más por el amor de Cristo que en el Espíritu Santo se ha derramado en nuestro corazones y que nos lleva a reconocer al Padre y a los demás hombres como hermanos nuestros.
La superjusticia, no es tanto un hacer “más” sino un obrar con mayor profundidad, con mayor hondura, esto es ir en pos de la plenitud de vida en nuestra fe.
La primera de las antítesis destaca uno de los preceptos del decálogo, el quinto mandamiento “no matarás”, Jesús va al fondo del problema, el homicidio surge de la ira desordenada que habita en el interior del hombre, que le hace percibir al otro como una amenaza y a olvidarse de su valor como persona, la escalada va en un aumento, sabemos que de la pasión o sentimiento se pasa al pensamiento, si el pensamiento no es rectamente encauzado y se deja llevar por el mundo emocional se llega a las palabras, y de ahí se está a un paso de la acción pecaminosa. El mal debe ser detenido en sus primeras manifestaciones, se dice que no hay que esperar a que aparezca la cabeza de la serpiente, pues no la podremos detener, hay que saber reconocerla cuando asoma la cola para combatir prontamente.
El mundo emocional es un vastísimo y sumamente complejo, habitualmente las emociones son movimientos interiores que surgen como reacción a un estímulo determinado, si nosotros no aprendemos a educarlas encauzándolas rectamente podemos llevarnos grandes chascos, una emoción que va siendo reforzada por múltiples estímulos y que va siendo secundada por los pensamientos tarde o temprano degenerará en sentimientos que terminan por generar disposiciones a actos malos o como les llamamos habitualmente, vicios.
No podemos controlar qué emociones experimentamos ante un estímulo que está fuera de nuestro control, pero si podemos controlar lo que haremos con ellas, lo primero será descubrir si aquella emoción proviene de una motivación desordenada o si ella desemboca en pensamientos desordenados, si descubrimos esto hemos de rechazarlos, rectificar el pensamiento, si al reflexionar sobre la idea descubro que este estímulo-respuesta es negativo porque me lleva a alejarme del bien debo de rectificar, hacerme cada vez más consciente de aquella situación y no secundarla. Sino que combatirla en primer lugar, suprimiendo aquello que alimenta el movimiento desordenado, segundo alimentándola con un estímulo contrario que me lleve al pensamiento recto y a la acción buena.
Jesús nos lleva a reflexionar en la gravedad y la profundidad de la vida cristiana, no basta no matar, hemos de llegar al punto de extirpar de nosotros todos los afectos desordenados que se manifiestan en palabras disonantes, es curioso Jesús es profundo en este punto, nos invita a no concedernos la oportunidad de insultar a alguien. Antes bien, aquella paz interior que se conseguirá deberá ser la norma de conducta en nuestra relación con los demás a fin de generar paz entre los hermanos, la reconciliación con el prójimo es sumamente importante.
Jesús nos invita a tomar la iniciativa en la búsqueda del bien, ser nosotros los que salgamos al encuentro del hermano para reconciliarnos, no se trata de que yo vaya y exija el perdón, el Señor nos invita a entrar en la humildad y poner todo lo que está de nuestra parte para que la situación sea sanada, no se trata de llamar al bien mal, ni de llamar al mal bien, sino de ser nosotros los que den la pauta, a sanar la deuda que tengo con el otro, ¿y qué hay de las veces en que “yo” he sido el ofendido? A esto respondió en otra ocasión cuando le respondió a san Pedro que habría de perdonar “setenta veces siete” es decir siempre.
Incomprensible para el mundo la grandeza del amor cristiano, si hemos sido ofendidos no exigimos el perdón, estamos siempre dispuesto a otorgarlo gratuitamente, y si nosotros hemos sido los ofensores, no hemos de demorarnos en ponernos en paz. El punto de partida es la iniciativa en el amar, el punto de partida es la misericordia, pero esta iniciativa implica también la reparación por el daño cometido según el caso, este es un acto de justicia hacia el otro. Por eso misericordia y justicia se reclaman mutuamente.
El Divino Maestro nos invita a recordar que si hemos de presentar una ofrenda al Señor, que en el fondo es una acto de la virtud de la religión la cual forma parte de la virtud de la justicia por la cual buscamos expiar por las ofensas cometidas o tributar honor al Señor, hemos de velar porque la justicia se viva en todas sus dimensiones, de ahí que hemos de buscar estar en paz con el prójimo, porque al quebrantar la justicia con los hombres también quebrantamos la justicia divina que la supone pues ella es su fuente, por tanto no es extraño que antes de presentar una ofrenda hemos de buscar la paz con el hermano.
La superjusticia está precisamente en esto, no sólo en cumplir un mandamiento, sino en ese mandamiento llevar a plenitud, a fondo, la vida en Jesucristo, que es una vida en el amor que procura el bien en todos sus aspectos, la paz se persigue en el interior del hombre, en las relaciones entre los hombres y en la relación con el Señor.
No es esta de alguna manera el modo pleno de vida que encontramos en aquellas bienaventuranzas que decían “Bienaventurados los que obran la paz porque serán llamados hijos de Dios” o “bienaventurados los misericordiosos porque obtendrán misericordia” o “bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados” o viéndolo desde el punto de vista que implica un destruir el afán desordenado de propia excelencia que impide muchas veces el tomar la iniciativa en el perdón también podríamos ver que se vive aquel “bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”
“Con dos alas se levanta el hombre de lo terreno, que son: simplicidad y pureza. La simplicidad está en la intención y en la pureza del afecto. La simplicidad busca a Dios, la pureza lo encuentra y lo gusta. Ninguna obra buena te resultará difícil si estás interiormente libre de todo afecto desordenado. Si tú sólo quieres lo que Dios quiere y lo que es útil a tu prójimo, entonces gozarás de libertad interior.
Si tu corazón es recto, toda criatura será como un espejo de vida y un libro lleno de santas instrucciones. No existe criatura tan insignificante y tan deleznable que no refleje de alguna manera la bondad de Dios. Si poseyeras suficiente inocencia y pureza, verías todo sin obstáculos. Un corazón puro penetra el cielo y el infierno.”
Imitación de Cristo, Libro II, 4
Que al contemplar el ejemplo de Bernabé y las palabras de Cristo en el Evangelio también nosotros nos sintamos movidos a vivir más santamente nuestro compromiso de fe, de modo que con una vida plena en el Espíritu Santo demos gloria y alabanza al Padre.
IMG: «San Bernabé» imagen en Módena