Más allá de las excusas

Viernes – X semana del Tiempo Ordinario

  • 1R 19, 9a.11-16. Permanece de pie en el monte ante el Señor.
  • Sal 26. Tu rostro buscaré, Señor.
  • Mt 5, 27-32. Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio.

El profeta Elías se encuentra huyendo puesto que le persiguen luego de los acontecimientos del monte Carmelo, su corazón está afligido pues es el único profeta sobreviviente entre los que eran fieles a Dios. Es en ese contexto que nos encontramos hoy.

Vemos la respuesta del Señor, Él no le abandona, le ofrece su protección y consuelo. Así como Moisés se escondió en la hendidura de la montaña en espera del paso del Señor, así lo hace también, el encuentro con Dios estremece a Elías, sin embargo, no estaba ni el fuerte viento ni en el terremoto ni en el fuego, sino que su voz se dejo oír en la suave brisa.

A menudo este texto es citado para llevarnos a reconocer el paso de Dios en nuestra historia personal, en el campo del discernimiento habitualmente se enseña que la paz es signo del Espíritu Santo. Es curioso que aquel profeta que había sido suscitado como fuego, nos lleve a reconocer a Dios en la suavidad y dulzura. Parece maravilloso darse cuenta como el Señor no sólo le conforta en este sentido sino que al llevarle a ungir a los futuros reyes y a su sucesor como profeta le asegura que su misión no es en vano, es más habrá un continuador.

San Irineo comentando este pasaje nos enseña que: “el profeta, que estaba profundamente abatido por la transgresión del pueblo y por la matanza de los profetas, aprendía a obrar con moderación, y así se significaba además la venida del Señor como hombre; venida que, después de la ley dada por Moisés, sería suave y dulce y en la que ni partió la caña cascada ni apagó el leño humeante. Se significaba también el descanso dulce y en paz de su reino. En efecto, tras el viento que conmueve los montes, tras el terremoto y tras el fuego, vendrán los tiempos tranquilos y pacíficos de su reino, en los cuales el Espíritu de Dios reanimará y hará crecer al hombre con suavidad”

Adversus haereses 4,20,10

La Iglesia hacienda una lectura cristológica de este encuentro de Elías con Dios nos lleva a reconocer como a Dios, quien se apareció a Moisés y Elías de manera velada, a nosotros los cristianos se nos revela en el monte tabor en Cristo Jesús. Dios ha preparado el camino para dársenos a conocer, para llevarnos a verle en su Hijo amado, de modo que al Dios omnipotente, Santísimo, Suave y Dulce nosotros hemos podido reconocerle en el Señor Transfigurado

«Volviendo a andar el camino del desierto hacia el lugar donde el Dios vivo y verdadero se reveló a su pueblo, Elías se recoge como Moisés “en la hendidura de la roca” hasta que “pasa” la presencia misteriosa de Dios (cfr 1   R   19,1-14; Ex   33,19-23). Pero solamente en el monte de la Transfiguración se dará a conocer Aquél cuyo Rostro buscan (cfr Lc   9,30-35): el conocimiento de la Gloria de Dios está en el rostro de Cristo crucificado y resucitado (cfr 2   Co   4,6)»

Catecismo de la Iglesia Católica, n.   2583.

En El Sermón de la Montaña por otra parte continuamos meditando las antítesis con las que Jesús nos quiere llevar a profundizar en la ley para llevarnos a la vida plena. El Señor busca llegar a descubrir la raíz de la desviaciones del corazón del hombre, Jesús nuevamente busca descubrirnos como todo brota de los afectos desordenados, por ello llama a estar atentos a las primeras manifestaciones de estos para reencauzarlos correctamente.

Las afirmaciones de “sacarse el ojo y cortarse la mano” sabemos que nos indican la advertencia de Jesús que hemos de evitar las ocasiones de pecado, pues si sabemos que una situación nos conducirá a faltar al amor de Dios ¿por qué habremos de someternos a ella?

De hecho en el contexto en el que nos encontramos estamos contemplando la lucha contra el vicio de la lujuria, ya los maestros de vida espiritual haciendo una lectura de estas enseñanzas de Cristo nos muestran como este combate no se hace de manera directa, sino indirecta de modo que al primer indicio de pensamiento que atente contra la virtud de la pureza hemos de buscar con serenidad presentar un objeto diferente a nuestra imaginación, es decir pensar en otra cosa, así es como se corta la tentación. Se trata de aprender a defenderse a penas muestra la cola porque si dejamos que asome la cabeza muchas veces estaremos perdidos, recordemos de los afectos desordenados a los pensamientos, de los pensamientos a las palabras y de las palabras a las obras.

La tendencia de atracción hacia el sexo opuesto no es algo malo en sí, es algo natural de hecho, y en ello hemos de descubrir la dimensión esponsal de nuestro cuerpo y de nuestra alma, hemos sido hechos para donarnos en el amor, pero esa tendencia sólo puede realizarse hacia el bien de la persona cuando se cultiva en la virtud de la pureza y castidad, según los diferentes estados de debida, quienes viven el matrimonio de modo especial viven la castidad conyugal, por la cual se reconocen el uno al otro como una ocasión de donarse plenamente en amor y no como objeto de satisfacción de un placer egoísta, como decía Tobías en su oración cuando iba tomar a Sara como su esposa “Al casarme ahora con esta mujer, no lo hago por impuro deseo, sino con la mejor intención. Ten misericordia de nosotros y haz que lleguemos juntos a la vejez” (Tb 8, 7)

“Como antes había hablado de la concupiscencia hacia la mujer, con razón aplica ahora la palabra ojo al pensamiento, al sentimiento que revolotea de un objeto a otro. La mano derecha y las otras partes del cuerpo representan  los primeros movimientos de la voluntad y de la sensibilidad, que tienden a realizar en acto lo que habíamos concebido en el pensamiento. Es necesario precavernos para que lo mejor de nosotros mismos no se deslice rápidamente hacia el vicio.”

San Jerónimo, Comentario al Ev. De Mateo 1, 5, 29

Los versículos 31 y 32 a veces nos dejan perplejos Jesús habla de como todo el que repudia a su mujer la expone a cometer adulterio y como el que se casa con una repudiada a excepción del caso de “porneia” (palabra griega que algunos traducen por fornicación, adulterio o unión ilegítima) comete adulterio.

Según la interpretación patrística de san Jerónimo y san Agustín sobre el ejemplo que se trata, la porneia cometida por la esposa permitiría al hombre una especie de separación simple, sin divorcio y sin nuevas nupcias. El inciso versa sólo sobre “quien repudia a la mujer” y no sobre “quien se casa con otra”. El pecado cometido que se pone de ejemplo no excusa el adulterio del marido más que el de la repudiada (cf. Dispensa Sacramento del Matrimonio, P. Miguel de Paz, l.c) . De hecho vemos como el Señor va en defensa de la dignidad de la mujer puesto que habla de como el hombre no puede abandonarla por cualquier causa.

Cuando se dan casos en el que hay una separación en un matrimonio válidamente contraído, ésta no da lugar a posibilidad de nuevas nupcias pues el vínculo matrimonial continúa a existir, es indisoluble. Éste ciertamente no es un hecho querido, sino que más bien con mucho dolor es tolerado por las partes, nadie que se casa lo hace para separarse, lo hacen para formar una comunidad de vida y amor que procure el bien de los esposos y la procreación de los hijos, guardándose mutua fidelidad y exclusividad. En la Iglesia cuando se habla de estos casos de separación se espera que esta tenga un fin medicinal es decir, nunca se pierde la esperanza acerca de una posible reconciliación. “A los casados les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido; pero si se separa, que permanezca sin casarse o que se reconcilie con el marido; y que el marido no repudie a la mujer.” (1 Co 7, 11)

Este texto del Sermón de la Montaña va leído junto a Mt 19 donde Jesús al ser preguntado por el tema de las separaciones por los fariseos habla de la indisolubilidad del matrimonio, acusando que el libelo de repudio era una concesión hecha por Moisés a causa de la dureza del corazón de los hombre, en aquella primitiva ley los israelitas habían dado un paso adelante respecto a otros pueblos, puesto que comenzaron a reconocer un estatus jurídico a la mujer. No obstante esto, la afirmación de Cristo lleva a los cristianos a ir más allá, a ir al plan original de Dios, que al unirse hombre y mujer, dejando a su padre y su madre, son una sola carne, y sentencia “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6). Así pone de relieve la grandeza del matrimonio y la dignidad de los esposos, es una alianza que unifica y que se hace anuncio de la gran alianza entre Cristo y su Iglesia, entre Dios y los hombres.

“El que es manso, pacífico, pobre de espíritu y misericordioso, ¿cómo imaginar que eche de casa a su mujer? El que a otros pone en paz, ¿cómo estará él en discordia con su propia mujer?…Porque el que no mirare con ojos impúdicos a mujer ajena, tampoco cometerá adulterio; y, no cometiendo adulterio, tampoco dará ocasión al hombre para que repudie a su mujer. De ahí que el Señor tensa sin miedo los lazos y de la ley y pone como una muralla de temor, haciéndole sentir al hombre su peligro si repudia a su mujer, pues lo hace culpable del adulterio que ella pudiera cometer.”

San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. De Mateo, 17, 4

Que al reflexionar estos textos del Sagrada Escritura también nosotros podamos meditar el paso de Dios por nuestra historia, para que viendo su presencia entre nosotros podamos purificar nuestro corazón de los afectos desordenados y lanzarnos a vivir la ley suprema del amor

IMG: Vitral sobre los símbolos del sacramento del Matrimonio en la parroquia de la Natividad de Nuestro Señor en Missouri