Miércoles – XI semana del Tiempo Ordinario.
- 2R 2, 1.6-14. De pronto, un carro de fuego los separó, y subió Elías al cielo.
- Sal 30. Sed valientes de corazón los que esperáis en el Señor.
- Mt 6, 1-6.16-18. Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.
La primera lectura de este día nos presenta uno de los acontecimientos que más recuerda la tradición judeo-cristiana acerca del profeta Elías, el modo en que fue arrebatado hacia el cielo, ciertamente llama la atención en primer lugar la relación que se había establecido entre él y los otros profetas fieles al Señor, eran como padres e hijos, de hecho cuando Eliseo le pide una parte de su espíritu, es decir del don de Dios, la porción que pide es aquello que correspondería en herencia a un hijo cuando su padre pasaba de este mundo al otro. Siempre se ha visto el fenómeno vivido por Elías como una recompensa por su fidelidad al Señor, de hecho hay otro del que se dice algo semejante, Enoc que se describe en el libro del Génesis como un hombre justo. Eliseo vemos se hace continuador de la misión profética y el poder dividir nuevamente el río con el manto de Elías es un signo que nos indica como el Espíritu del Señor que animaba al profeta es el mismo que le anima a Él.
La Palabra que meditamos en este día en santo Evangelio es ciertamente una ocasión en la que Jesús busca purificar el corazón de toda intención desviada, aún más podríamos decir es una reorientación a nuestro fin último. En los días recién pasados hemos venido observando la relación entre Jesús y la ley y como a través de una serie de antítesis nos llevado a contemplar la profundidad de la palabra que había sido revelada al antiguo Pueblo de Israel, de esa manera no sólo nos enseña el sentido último de la vida moral del cristiano sino que en sus actitudes y comportamientos, en sus palabras y obras vemos como Él mismo es el cumplidor de la ley.
Hacia el final de estas antítesis nos ha introducido en un tema nuevo, “la superjusticia” que se exige a sus discípulos, no es otra cosa sino vivir en la perfección del Padre, y ojo que dijo Jesús “sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”, así entramos a un nuevo aspecto, el Verbo de Dios encarnado nos revela al Padre también como Padre nuestro. Y como hijos que somos de Él hemos de buscar imitarle en la perfección de la caridad, en la perfección del amor, en la perfección de la misericordia, y recordemos que por el Bautismo no sólo adquirimos el compromiso de vivir este estilo de vida, sino que este viene porque hemos comenzado a gozar de esa misma divina. Como dice un principio de filosofía “el obrar sigue al ser”. Hacemos obras buenas porque somos hijos del Padre Bueno.
En ese contexto se enmarca el texto evangélico de hoy, las advertencias que hace nuestro Divino Maestro se nos presentan como una purificación del corazón de aquello que impediría poder realizar aquellas buenas obras, en concreto habla de la limosna, la oración y el ayuno. En primer lugar nos advierte que hemos de estar atentos a la trampa de la hipocresía y la vanagloria. Hipócrita sabemos viene en realidad de un término que designaba los actores de un teatro, es decir nuestra oración, nuestra penitencia y las práctica de la solidaridad fraterna no son un “show”, su fin no tanto no es el aplauso, sino que son prácticas sinceras que brotan del corazón del hombre que sabe que vive de cara a Dios, nosotros vivimos nuestro itinerario de vida cristiana no por satisfacer el propio egoísmo o porque nos aplaudan, sino porque queremos agradar a nuestro Padre celestial.
Así Jesús nos enseña que estas prácticas se han de realizar modestamente, con rectitud de intención y en intimidad con el Padre.
Ahora bien esto significa que Jesús diga que las cosas no pueden ser hechas en público, sino que advierte que no deben ser hechas para conseguir el aplauso, las buenas obras deben dirigir a los hombres al Padre no a nosotros mismos, como dijo al terminar las bienaventuranzas “que los hombres de gloria al Padre por sus buenas obras”, san Agustín lo explicaría diciendo “Las alabanzas humanas no deben ser apetecidas por aquel que obra rectamente, pero deben seguir al que obra bien para que aprovechen a aquellos que pueden también imitar lo mismo que alaban” (Sermón de la montaña, 2, 2, 5)
De hecho al meditar acerca de la limosna al ver las cosas de cara al Padre ¿por qué habríamos de jactarnos por ayudar a nuestro hermano? Somos hijos de un mismo Padre ¿cómo podría ser indiferente ante sus pobreza? ¿Cómo ser duro de corazón con él? ¿que hay del destino universal de los bienes? Es un acto de justicia, hacia Dios que nos concedió la gracia de poder tener algo para ayudar, y a nuestro hermano, porque tengo aquello que puede satisfacer su necesidad, si esta justicia la veo a la luz del amor del Padre, que viéndome a mí indigente y pobre salió a mi encuentro, ¿cómo no he de hacer yo lo mismo para compartir ese don que he recibido? ¿si soy hijo del Padre como no amar con la misericordia con la que me amó Él buscando satisfacer la necesidad de mi hermano? Entremos de esta manera en el secreto del corazón del Padre y deleitémonos en su amor de misericordia para poder nosotros obrar con esa misma misericordia, preservándonos de la vanagloria y el egoísmo, el Padre que ve en lo secreto nos recompensará.
Al reflexionar sobre la oración los Padre de la Iglesia por ejemplo han buscado vislumbrado ciertamente el aspecto hermoso de una oración sincera y recta para entrar en intimidad con el Padre, pero también nos han recordado como esta habitación puede ser comprendida como nuestro propio corazón, cerrar la puerta puede ser comprendido como una búsqueda del recogimiento interior para entrar en este diálogo de amor, en presencia de Dios.
“Se nos ordena rezar con la puerta cerrada de la habitación, pero también se nos enseña a rezar en todas partes. Los santos han comenzado a rezar en medio de animales, en las cárceles, entre llamas, en las profundidades del mar y en el vientre de una ballena. Por tanto no debemos entrar en los lugares ocultos de una casa, sino en la habitación de nuestro corazón y rezar a Dios en el secreto impenetrable de nuestro espíritu, no con multitud de palabras, sino con la conciencia de nuestra conducta”
San Hilario de Poitiers, Sobre el Ev. De Mateo 5, 1
Para ello hemos de tener una gran custodia de nuestros cinco sentidos y de nuestros sentimientos, es decir de todo aquello que dejamos entrar en nuestro corazón decía una norma de los antiguos monjes cartujos que aquellos que buscan escuchar la voz del Espíritu deben estar muy atentos a aquello que admiten en su interior y que pudiese distraerlos del coloquio con Dios.
“¿No veis cómo en los palacios reales se evita todo alboroto y reina por todas partes profundo silencio? Tú, pues, que entras en un palacio, no de la tierra sino del cielo, que ha de inspirarte mayor reverencia, pórtate allí con la mayor decencia. A la verdad, entras en el coro de lo ángeles, eres compañero d ellos arcángeles y cantas juntamente con los serafines. Ahora bien, todas esas muchedumbres guardan el mayor orden al entonar a Dios, Rey del universo, con toda reverencia, aquel misterioso cántico y aquellos himnos sagrados. Mézclate, pues, con ellos en tu oración y emula aquel su misterioso orden. No hace, en efecto, tu oración a los hombres, sino a Dios: a Dios que está presente, en todas partes, que te oye antes de que abras tu boca, que sabe los secretos todos de tu corazón. Si así oras, recibirán una gran recompensa. Porque tu Padre – dice el Señor- que ve en lo escondido, te pagará en lo manifiesto. No te dijo: “te gratificará”, sino “te pagará”. Dios quiso hacerse deudor tuyo, y grande fue la honra que esto te concedió. Y es que, como Él es invisible, invisible quiere también que sea tu oración”
San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo 19, 3
Finalmente luego de la presentación del Padre Nuestro, que veremos el día de mañana, Jesús nos lleva a la invitación del ayuno sincero, aquel que agrada del Señor, ese ayuno que como toda práctica penitencial sabemos es un morir a nuestras bajas inclinaciones carnales para vivir a la altura de los hijos de Dios, es un constante liberarnos del peso que el pecado y sus consecuencias han puesto en nosotros, es un reeducarnos como ciudadanos del cielo. El ayuno mortifica las pasiones desordenadas de modo que podamos reorientar toda nuestra vida a su verdadero fin. San Agustín hace una preciosa meditación de cómo en este punto Jesús de buen maestro espiritual nos habla de como hemos de evitar la falsa humildad en el obrar.
“En este apartado conviene tener en cuenta sobre todo que no solo en el brillo y pompa, sino también en el lastimoso desaliño, puede haber jactancia, que es tanto más peligrosa en cuanto que engaña con la apariencia de servir a Dios. Quien se distingue por el inmoderado cuidado de su cuerpo y vestido, o el esplendor de otras cosas, fácilmente es convencido por las mismas cosas de ser partidario de las pompas del mundo y no engaña a nadie con una imagen aparente de santidad. Sin embargo, si alguien, en la profesión de cristiano, hace que se fijen en él las miradas de los hombres con el extraordinario desaseo y miseria, si lo hace voluntariamente y no por necesidad, por sus otras obras puede conjeturarse, si lo hace por menosprecio del adorno superfluo o por alguna oculta ambición, dado que el Señor nos ha mandado que nos guardemos de los lobos con piel de oveja: Por sus frutos, dice, los conoceréis 121. Cuando en algunas pruebas se empezare a despojarles o a negarles aquellas mismas cosas que con este vestido habían conseguido o desean conseguir, entonces necesariamente aparecerá si es un lobo con piel de oveja o una oveja con la suya. Por tanto, el cristiano no debe llamar la atención con adornos superfluos, porque también los hipócritas muchas veces usurpan el traje modesto para engañar a los incautos; porque las ovejas no deben dejar sus pieles, aunque alguna vez los lobos se cubran con ella.”
San Agustín, Sermón de la Montaña, 12, 41
Que maravilloso es contemplar como en estas palabras que pueden ser profundizadas aún más, el Señor va purificando realmente todos nuestros afectos, la búsqueda de la intimidad con el Padre de modo que nuestras obras sean hechas de cara Él para mayor gloria suya, purifica nuestras corazones de las desviaciones a las que se puede ver tentado, y nos hace elevarnos realmente a las moradas eternas, al arcano corazón de nuestro Señor, en el que la fuerza del amor nos hace semejantes a Él.
Roguemos al Señor en este día nos conceda la gracia de aprender a vivir a ejemplo de este amor Paternal que no ha escatimado nada para hacernos entrar en esta nueva vida de hijos amados en el Hijo unigénito por la fuerza del Espíritu Santo.
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