Interiorizando las enseñanzas del Maestro

Martes – XII semana del Tiempo Ordinario – Año par

  • 2R 19, 9b-11.14-21.31-35a.36. Yo haré de escudo a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David.
  • Sal 47. Dios ha fundado su ciudad para siempre.
  • Mt 7, 6.12-14. Lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo con ellos.

La primera lectura en este día se nos presenta como una contraposición entre las actitudes del Reino del Norte y el Sur, vimos ayer como Israel confiando en sus estrategias políticas se fió de Egipto y éste no salió en su rescate, mientras que hoy vemos a Judá que se fía del Señor, acude a Él, clama en su angustia y su plegaria es escuchada, la bendición viene de ser fieles al Señor, de permanecer en sus caminos, de abandonarse a su voluntad, de seguir su plan divino de salvación, Dios es fiel no abandona, somos los hombres los que a menudo lo abandonamos a Él rechazando vivir según el plan divino de salvación, que no es otra cosa sino el vivir la vida eterna.

A veces en la vida nosotros nos podemos sentir como el rey Ezequías y la gente del reino de Judea, las voces de los enemigos de la fe, las voces del mundo, las voces de los pensamientos de moda parecen sonar muy fuerte, sea porque nos atraen sea porque nos amenazan haciéndonos creer que Dios y su Iglesia han perdido la batalla, ya todo esta terminado, para que resistir, porque no mejor darse por vencido y acomodarse a las costumbre del momento, nos sentimos amenazados ¿por qué tengo que ser diferente? ¿no sería más fácil ser como todos? ¿acaso no estoy cansado ya de tantas dificultades? ¿quién puede resistir con tantos escándalos que se suceden uno tras otro? ¿para qué seguir?

Es en esos momentos en que debemos recordar que la victoria no la da el hecho de que uno pueda formular respuestas más o menos elaboradas a cada pregunta que cuestiona algún argumento de fe, no la da el hecho de que desarrollemos tantas plataformas y programas para llegar a presentar las cosas según el lenguaje de hoy, no depende de la propia astucia ni de las artimañas que podamos tramar, no, la victoria de la fe, es la victoria del Señor. En un abrir y cerrar de ojos puede cambiar la situación pero entonces ¿por qué nos permite vivir todas estas realidades contrarias? Pues la respuesta cada uno la encontrará probablemente el día del juicio, sin embargo mientras vivimos en este mundo vemos como esas experiencias difíciles nos forjaron en lo que somos hoy, nos dan carácter, nos dan madurez, nos ayuda a crecer en la fe purificándola de toda intención desviada pues nos lleva a considerar las cosas en la verdad.

“Los demonios, no pudiendo hacer nada, juegan cambiando de aspecto como si estuvieran en el escenario, espantando a los niños con imágenes de multitudes y con máscaras. Por ello, más deben ser despreciados, por su debilidad. El verdadero ángel enviado por el Señor contra los asirios no tuvo necesidad de multitudes, ni de imágenes externas, ni de tumultos, ni de sonidos estrepitosos, sino que en silencio hizo uso de su poder, y al instante mató a ciento ochenta y cinco mil hombres. Los que nada pueden, como estos demonios intentan atemorizar con imágenes”  San Atanasio, Vida de Antonio, 28, 9-10

En el santo Evangelio se nos presentan tres avisos importantes de Jesús  en primer lugar, no echar las perlas a los cerdos, esta frase cuyo sentido primario es no dar algo grande a quien no va a saber valorarlo tiene diferentes aplicaciones en nuestra vida espiritual, los primeros cristianos lo refirieron mucho a la Eucaristía, nadie que no fuese bautizado podía participar de la celebración de los misterios sagrados, se fundaba así el sentido de lo arcano de aquella celebración. Pero también podríamos hacer esta aplicación a todo bien espiritual que podamos haber recibido, por ejemplo aunque estamos llamados a dar testimonio de las obras y victorias de Cristo en nuestra vida no a todos se puede dar a conocer todo, sino que habrá de manifestarse aquello que le sea de más provecho. ¿Qué pensaríamos de alguien que da a conocer los secretos más íntimos de su vida al primer extraño que conoce? Quizás que está desesperado, quizás que solamente busca atención a través de complejos de autovictimización, quizás que es una persona imprudente si es tan fácil para hablar de sus propias cosas como no será con las que se le pudieran confiar. Ahora bien, las experiencias de vida espiritual que vivimos son cosa santa, porque es el lugar donde Dios se manifiesta en nuestras vidas y puede ser una cosa muy provechosa para alguno el conocerlo, pero debemos de tener cuidado de no dar un platillo de carne a alguien no tiene dientes. Hemos de ser lámpara que ilumina pero hemos de saber regular la intensidad.

En segundo lugar, también hoy encontramos la regla de oro, “tratar a los demás como queramos ser tratados” pero ojo tristemente en este mundo muchas veces nosotros tratamos como nos tratan, Jesús nos invita a romper el circulo vicioso, nos invita a tomar la iniciativa, es más el modo de tratar a los demás Jesús nos los reveló “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Ya en el Antiguo Testamento había un precepto similar aunque en sentido negativo “no hagas lo que no quieres que te hagan” aquí Jesús lo traduce en positivo dándonos un mínimo de como hemos de vivir para más tarde anunciarnos la máxima de la vida del cristiano en la ley del amor.

San Agustín nos diría que con este precepto busca llevarnos a vivir con sencillez de corazón puesto que “Como es de temer que alguno tenga corazón doble con respecto a los hombres, y a que las cosas del corazón están ocultas, fue necesario dar este mandamiento. Porque casi nadie quiere tratar con persona alguna que tenga un corazón doble. Según esto, no es posible que un hombre conceda alguna cosa a otro con corazón simple, a menos que excluya todo deseo de recibir del mismo alguna recompensa temporal y obre con aquella recta intención de que hemos tratado por extenso anteriormente cuando hablamos del ojo sencillo”. (Sermón de la Montaña, 2, 22.75)

Con la exhortación a entrar por la puerta angosta Jesús nos recuerda en primer lugar que todo cristiano debe esmerarse en corresponder a la acción de la gracia de Dios en su vida, podríamos decir que éste es un ejercicio de libertad, la Iglesia nos recuerda que ciertamente el Señor quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad pero esto no exime que cada uno tenga una responsabilidad en disponerse a acoger el don de lo alto y que «los creyentes han de emplear todas sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n.   40).

Asimismo la imagen dada por Cristo es clara en sugerirnos que en el camino de perfección cristiana en el amor es posible encontrar muchas ilusiones de tranquilidad aparente llevándonos por sendas anchas, pero la vía que conduce a la gloria del cielo ha de pasar por el monte Calvario, la cruz es parte de este peregrinar. San Gregorio Magno lo explicaba diciendo que “Todo ascenso supone trabajo, mientras que el descenso resulta placentero, porque se tiende a los bienes superiores con costos caminar mientras que se baja a los inferiores simplemente dejándose caer” (Libros Morales VII, 30), En última instancia la exigencia que se plantea curiosamente no es tanto de hacer muchas cosas, sino sobre todo de deshacerse del lastre que nos impide alzar el vuelo, la vida espiritual es en realidad un constante ejercicio de simplificación en el que vamos buscando purificar nuestras categorías de interpretación y vivencia de realidad para llegar a adquirir las de Cristo, vamos olvidándonos de nuestro viejo modo humano de vivir, abandonando nuestro estado de naturaleza caída por el pecado;  para encontrar el modo divino al que Jesús nos ha hecho renacer por las aguas del Bautismo, viviendo según el nuevo modo humano, según nuestra naturaleza redimida y santificada por la gracia de Dios.

San Juan de la Cruz lo expresará maravillosamente en el prólogo de su obra Subida al Monte Carmelo:

Para venir a gustarlo todo
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo
no quieras saber algo en nada.

Para venir a poseerlo todo
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo
no quieras ser algo en nada.

Para venir a lo que gustas
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes
has de ir por donde no sabes.

Para venir a poseer lo que no posees
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres
has de ir por donde no eres.

Cuando reparas en algo
dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo
has de dejarte del todo en todo,
y cuando lo vengas del todo a tener
has de tenerlo sin nada querer.

En esta desnudez halla el espíritu su descanso,
porque no comunicando nada, nada le fatiga hacia arriba,
y nada le oprime hacia abajo,
porque está en el centro de su humildad.

Que preciosas enseñanzas las que el Divino Maestro nos presenta hoy, roguémosle nos conceda la gracia de saberlas interiorizar en nuestra vida y de meditarlas cada vez más profundamente para poder vivir como verdaderos hijos amados del Padre imitando sus palabras, pensamientos y obras.

IMG: «Sermón de la Montaña» detalle de vitral en la Catedral de Bruselas