Pidan y se les dará

Viernes – XII semana del Tiempo Ordinario – Año par

  • 2R 25, 1-12. Fue deportado Judá lejos de su tierra.
  • Sal 136. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
  • Mt 8, 1-4. Si quieres, puedes limpiarme.

La deportación a Babilonia es uno de los momentos emblemáticos de la vida del Pueblo del Señor. Vimos ayer como en un primer momento fueron llevados al exilio algunos de los miembros más representativos y que tuvieran algún rol de liderazgo dentro de la comunidad. Ahora vemos como a raíz de la insensatez de Sedecías, que se comportó como el perro que muerde la mano que le da de comer rebelándose contra Nabucodonosor, se sufrirá una segunda etapa aún más profunda en la deportación y destrucción de la ciudad. El rey títere buscará huir cobardemente sin embargo su fin será trágico.

El salmo de este día refleja claramente los sentimientos de los israelitas fuera de la tierra prometida. Ellos están ahí tristes, desconsolados, anhelando volver a su patria. Al solicitárseles que entonen un himno de alegría ellos se sienten incapaces, ¿cómo manifestar plenamente un gozo que está ausente?

De alguna manera el hombre en su interior mientras camina por esta tierra muchas veces se encuentra en esta situación. Siente en su interior que algo le falta. Lleva en sí un anhelo de felicidad que se manifiesta en su ansía de ser mejor y de vivir una buena vida. Este deseo que lleva en lo profundo de su ser no se ve colmado con nada de este mundo. Nunca encontrará satisfacción en criatura alguna por ello se siente como aquellos hombres que no pueden entonar un canto alegre en tierra extranjera. En esa aspiración interna descubre de alguna manera su llamado a la felicidad eterna.

La escuela agustina de espiritualidad no enseña que esa nostalgia del cielo es propia de nuestra memoria. Aunque ciertamente esta facultad del alma propiamente recuerda las cosas del pasado, de alguna manera respondiendo a un plan sobrenatural no abre a la promesa de futuro. El hombre lleva en su interior de una manera misterioso un recuerdo del Amor de Dios del cual ha salido y al cual busca volver.

Junto con la fe al cristiano le ha sido dada la esperanza, que en esta tierra cumple con la tarea de preparar el camino al gozo eterno del cielo. Por su misma definición la esperanza es no sólo el anhelo del cielo sino la confianza en que Dios nos dará los medios necesarios para alcanzarlo. Así el hombre, aunque no ve saciado el objeto de su anhelo, tampoco vive miserablemente, sino que en esperanza comienza a gozar de aquello que un día llegará a su plenitud. La alegría de su corazón hoy reviste las formas más variadas formas de alabanza, pero cuando llegue aquel dichoso día en que vuelva del exilio a las manos de Dios, entonces entonará un cántico nuevo de alegría junto a los ángeles y santos.

«…nosotros necesitamos tener esperanzas -más grandes o más pequeñas-, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es realmente vida»

Benedicto XVI, Spes Salvi n.31

En el santo evangelio continuamos a meditar junto con san Mateo la vida de Cristo. Por tres semanas meditamos el Sermón de la Montaña, hoy bajamos junto con Él y seremos testigo de su obra, de hecho, comenzamos una sección en la que el Señor realizará diferentes milagros. Hoy vemos la curación del leproso.

La palabra que Cristo ha proclamado hoy se cumplirá de un modo especial. Aquel hombre pidió la curación de su enfermedad, la misericordia de Dios no tardó y Cristo sanó. ¿No se cumple aquí aquello que dijo “Pidan y se les dará”? Aquel hombre dejando todos sus miedos se manifestará como el pobre de espíritu que se confía en el Señor será un bienaventurado de verdad. Jesús lo manda a presentarse al Templo ante el sacerdote ¿no es esto cumplir la ley entera? Aquí está la fuerza de la predicación de Cristo, sus acciones son coherentes con sus palabras.

Durante varios días escuchamos las palabras que brotaban de su Corazón, hoy contemplamos las obras del amor misericordioso que dan testimonio de su verdad. Cristo Jesús se apiada de la humanidad, sufre con ella, conoce sus dolores y aflicciones, no es ajeno a la realidad del hombre ni mucho menos indiferente. Jesús es la manifestación del amor del Padre bueno.

«¿ Por qué le tocó el Señor, cuando la ley prohibía tocar a los leprosos? (…) Le tocó para demostrar humildad, para enseñarnos a no despreciar a nadie, para no odiar a nadie en razón de las heridas o manchas del cuerpo (…). Consideremos ahora, queridísimos hermanos, que no haya lepra de ningún pecado en nuestra alma, que no retengamos en nosotros ninguna contaminación de culpa, y si la tuviéramos, al instante, adoremos al Señor y digámosle: Señor, si quieres, puedes limpiarme»

Orígenes, Homiliae in Matthaeum 2,2-3

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de vivir confiando en que su Palabra habrá de cumplirse, esperando de Él todo bien.

 

Img: Detalle del fresco de Cosimo Rosselli que presenta el Sermón de la Montaña y la curación del leproso