Si con Él morimos, viviremos con Él

  • 2R 4, 8-11.14-16a. Es un hombre santo de Dios; se retirará aquí.
  • Sal 88. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
  • Rm 6, 3-4. 8-11. Sepultados con él por el bautismo, andemos en una vida nueva.
  • Mt 10, 37-42. El que no carga con la cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí.

El Evangelio de este día se encuentra ubicado al final del llamado “Discurso de la misión” que Jesús predica a sus discípulos. Las exigencias del seguimiento del Hijo de Dios son grandes, negarse a sí mismo y tomar la cruz. Ciertamente la Iglesia a lo largo de la historia ha vivido esta realidad, puesto que el discípulo habrá de imitar al maestro en el ofrecimiento de un sacrificio de alabanza al Padre entregando su vida entera. Por ser fiel al anunció de la Buena Nueva habrá de sufrir persecuciones que se manifiestan en las incomprensiones, murmuraciones, maltratos y otras cosas hasta llegar en algunos casos a la misma muerte en el supremo sacrificio del martirio, todo por ser testigo de Cristo y su verdad.

El Señor, nos ha revelado al Padre y el plan divino de salvación, nos ha revelado la verdad sobre la humanidad también, la grandeza de su llamado a la vida divina y a la santidad, Cristo le revela al hombre lo que el hombre realmente es y por tanto también le revela como ha de vivir, porque como dice el principio filosófico, el obrar sigue al ser. Por eso el anuncio de la Buena Nueva que la Iglesia realiza por mandato de Jesús resulta muchas veces incomoda, porque muchas veces el hombre en la debilidad de su carne, que aborrece el sufrimiento y tiende al desorden en los placeres, buscará siempre la vía más fácil y cómoda, aparentemente, para salirse con la suya sin darse cuenta que al final aquello le lleva a la muerte del alma.

El hombre descubriéndose amado por Cristo, encuentra en Él la verdad de sí mismo, y busca corresponder a su amor emprendiendo la lucha contra el hombre viejo al que ha comenzado a morir por las aguas del Bautismo y se empeña en vivir su dignidad de hijo de Dios. Conociendo a Cristo y su amor por toda la humanidad, no puede quedarse callado, se siente enviado a ir y anunciar a los demás esta alegría que encontró en el Evangelio del Señor, y es entonces cuando sufrirá la persecución porque no todos querrán acogerla, sobre todo cuando se han acomodado a una vida de pecado, e incluso llegarán a perseguirle, y pudiera ser que aquello provocase que el discípulo se eche para atrás. Y podría incluso querer traicionar la integridad de la fe que le ha transmitido la Iglesia, lo cual se manifiesta en expresiones como “Yo creo en Cristo, pero no en la Iglesia” o “Yo soy cristiano católico pero no estoy de acuerdo con la Iglesia en esto” o simplemente llamarse cristiano y no vivir como tal sino un par de veces al año, se nos olvida que Jesús dijo a sus apóstoles «Quien a ustedes ecucha a mi me escucha» o que a Saulo, perseguidor de cristianos, le dijo«Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?»

Sin embargo, el Señor en el Evangelio de hoy, nos invita a asumir esas incomprensiones en la dimensión de la Cruz, no desanimarnos, no temer a las críticas, ni a los rechazos, ni siquiera a la misma muerte, porque así también lo persiguieron a Él. Sino perseverar en el anuncio de la Buena Nueva con el testimonio de nuestra vida siempre, y buscando las ocasiones para darla a conocer con nuestras palabras también.

Todo ello implica en primer lugar, formarnos en la abnegación, aprender a negarnos a nosotros mismos, desde las pequeñas cosas que podemos hacer día a día en casa para manifestar a los demás que se les ama, como puede ser ceder el control remoto del televisor, ofrecerme a ayudar en las tareas del hogar, no quejarme cuando algo no salga como a mí me parece, si hay discusiones no contestar de mal modo, promover la oración por las necesidades de los demás, estar disponible para escuchar al otro, etc. Esas cosas pequeñas hechas por amor, se hacen grandes ocasiones en las que se manifiesta la gloria de Dios y ayudan a disponer el corazón del otro para el anuncio de la buena Nueva. Y eso que decimos de nuestro hogar lo podemos decir de cualquier ambiente en el que nos movamos.

El mundo no rechaza la cruz, pero el cristiano descubre en ella el árbol de la vida, puesto que no ama el sufrir por sufrir, sino porque sabe que aquello será pasajero ya que sólo se trata de la antesala de la resurrección.

Aprender a cargar la cruz se hace desde lo que nos parece pequeño hasta a lo grande, no sólo a través de la formación del corazón como en los casos que mencionábamos como ejemplo, sino también de nuestro entendimiento, formación sobre todo en la doctrina de la fe y en las ciencias humanas, para saber dar una respuesta en la Caridad y en la Verdad a las interrogantes del mundo de hoy, desde las cuestiones propiamente doctrinales acerca de Jesús, la Iglesia, la vida eterna, en síntesis, el contenido de la fe hasta las cuestiones discutidas en el mundo sobre el respeto a la vida desde su concepción hasta su fin natural, la identidad del hombre y la mujer, el respeto a sus derechos fundamentales, la promoción de la vida virtuosa en medio de una sociedad hedonista, la educación en el amor en medio de un mundo en el que el odio es la respuesta ante toda situación de conflicto, la visión del medio ambiente natural en el que vivimos como creación de Dios, etc.

La solución más fácil es buscar evitar el conflicto y rechazar lo que la fe de la Iglesia que nos ha llegado hasta nuestros días como enseñanza de Cristo, pero esa vía fácil tarde o temprano nos llevará a la perdición, puesto que quien niega la Verdad, terminará negando la Vida en su concepción más profunda.

¿Por qué el cristiano entrega su vida y sufre la Cruz? Porque eso fue lo que Cristo hizo por él. Amamos porque Él nos amó primero. Y al dar su vida, nos dio nueva vida, y vida en abundancia.

Si nos parece grande lo que hacemos en correspondencia a su amor, es mucho más grande lo que Él hará por nosotros por haber sido fieles. ¿si un vaso de agua no queda sin recompensa? ¿qué no será de una vida entera entregada por amor?

Nada es pequeño cuando se hace para gloria de Dios.


«Prepárate pues, como bueno y fiel servidor de Cristo a llevar valerosamente la cruz de tu Señor crucificado por amor a ti. Alístate a soportar muchas adversidades y diversas incomodidades en esta triste vida porque, donde vayas Jesús estará contigo y donde te escondas, a Él encontrarás. Así conviene que sea y no hay otra solución que sufrirlos para escapar de la angustia de los males. Toma afectuosamente la copa del Señor si quieres ser su amigo y deseas participar con Él. Deja a Dios los consuelos, para que los administre como mejor le parezca. Tú, más bien prepárate a sufrir tribulaciones y considéralas como grandes satisfacciones porque no están en proporción los padecimientos del tiempo presente con el premio futuro (Rm 8,18) aunque solo tú pudieras soportarlos todos.

Cuando llegues al extremo de considerar la dificultad dulce y sabrosa por Cristo piensa que entonces te va bien por que encontraste el paraíso en la tierra. Siempre que te parece muy pesado el padecimiento y tratas de huir, actúas indebidamente porque la dificultad te seguirá donde vayas.

Si te dispones para hacer lo necesario es decir, a padecer y a morir, te irá mejor muy pronto y encontrarás la paz. Y aunque fueses elevado hasta lo más alto, como el apóstol Pablo no creas que con eso te has asegurado de no padecer nada después. Jesús dijo: «Yo le voy a mostrar cuánto tendrá que padecer por Mí» (Hch 9,16). Tienes, pues, que padecer si amas a Jesús y te agrada servirlo a Él siempre.

Ten por seguro que muriendo te conviene vivir. Porque mientras más uno muere a sí mismo más empieza su vida en Dios. Nadie está apto para comprender las verdades eternas si no acepta sobrellevar por Cristo las adversidades. No hay cosa más querida por Dios ni más saludable para ti en esta vida que padecer gustosamente por Cristo. Y si tuvieras que elegir deberías optar mejor sufrir por Cristo que recrearte con muchas satisfacciones porque quieres parecerte más a Cristo y hacerte más semejante a los santos. No consiste nuestro mérito ni el provecho de nuestra situación en muchas experiencias sensibles del favor de Dios sino más bien en aceptar pesadas responsabilidades y muchos sufrimientos

…Si existiera algo mejor y más útil para la salvación de los hombres que padecer, necesariamente Cristo lo hubiera demostrado con su enseñanza y ejemplo. Pero claramente exhorta a los discípulos y a todos los que después lo siguieron, para que lleven la cruz diciendo: «Si alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame» (Mt 16,24). Así que después de leer y profundizar en todo lo anterior se llega a ésta conclusión final: Conviene que entremos al reino de Dios a través de muchas dificultades (Hch 16,21).»

Imitación de Cristo, II, XII, 10-15

IMG: «Antochas de Nerón» de Henryk Siemiradzki