Viernes – XXI semana del Tiempo Ordinario – Año Par
• 1Co 1, 17-25. Predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los hombres; pero para los llamados es sabiduría de Dios.
• Sal 32. La misericordia del Señor llena la tierra.
• Mt 25, 1-13. ¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!
La vida ciertamente nos lleva a veces a encontrar preferencias según nuestras sensibilidades, sin embargo nunca deberíamos dejar que ellas nos priven de abrirnos a los demás ni tampoco deberíamos por abrirnos a los demás el menospreciar el valor que cada uno tiene. San Pablo escribiendo a los Corintios les llama la atención acerca de como ellos se había dejado llevar por un espíritu de división al ir detrás de un predicador como quien va detrás de un partido político, “yo soy de fulano” “yo del otro” “yo soy de este otro” como si hubiesen afirmado doctrinas diferentes, el Evangelio es uno, Cristo Jesús muerto en la Cruz para la salvación de los hombres y resucitado para hacernos entrar en la vida eterna como hijos amados del Padre.
El texto de la liturgia de este día se centra sobre todo en esto, el mensaje de la Cruz la cual es la verdadera sabiduría del cristiano y por la cual había elogiado a los corintios al inicio de su carta, curiosamente entre estos dos textos encontramos la división que se había generado entre la comunidad por pensar que Apolo, Pedro o Pablo predicaban un mensaje diferente o “más correcto”, todos predican a Jesús, todos buscan que el Reino crezca, todos buscan que los cristianos vivan en fidelidad al mandamiento del amor hasta llegar a ofrendar su propia vida como Cristo en la Cruz. Ella unifica no divide, en ella el hombre descubre su pobreza y contempla la riqueza de Dios, en ella el cristiano descifra la vida.
No son los muchos signos que buscaban los judíos o la gran elocuencia de los griegos el secreto de la felicidad eterna, es la Cruz el instrumento que Dios se eligió para reconciliar al mundo consigo.
El cristiano debe de estar atento y vigilante a dejarse llevar por la vanidad de un discurso, de un preferencia o de su propia sensibilidad superficial, debe ser capaz de ver más en profundidad, de saber velar como aquellas vírgenes prudentes, para mantener encendida la luz que no nos dejará caer en las tinieblas del error y en el frio de la indiferencia es necesario saber procurarnos el aceite de la oración, la rectitud de intención y de la vida sacramental, quien tiene puesta su mirada en el cielo, en la vida sobrenatural, es como la virgen prudente que sabe procurarse el buen aceite, su lámpara estará encendida y las tinieblas del egoísmo y soberbia no reinarán en su corazón.
«Vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras (…); prepara las lámparas, cuida de que no se apaguen, aliméntalas con el aceite interior de una recta conciencia; permanece unido al Esposo por el Amor, para que Él te introduzca en la sala del banquete, donde tu lámpara nunca se extinguirá»
San Agustín, Sermones 93,17.