XXII Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A
• Jr 20, 7-9. La palabra del Señor me ha servido de oprobio.
• Sal 62. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
• Rm 12, 1-2. Presentad vuestros cuerpos como sacrificio vivo.
• Mt 16, 21-27. Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo.
«Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo» (Sta. Rosa de Lima, vida).
Los sentimientos que el profeta Jeremías nos transmite en la primera lectura parecen revelarnos aquellos del Corazón de Jesús al momento de reprender a Pedro, Jesús ciertamente padeció por nosotros a lo largo de toda su vida, desde su más tierna infancia hasta consumar su sacrificio supremo en el madero de la Cruz, pero este dolor, estaba iluminado y encendido por la llama de la caridad, la llama del amor que latía en su pecho y la cual le impulsaba con gozo a entrar en la voluntad del Padre. A esto se refiere el profeta cuando a pesar de los sufrimientos que vivía por llamar a la conversión al antiguo pueblo de Israel se sentía seducido por el Señor a proclamar su palabra, ¿que podría más el temor a los hombres? O ¿el amor al Dios que le había hablado al corazón? La historia de la salvación nos revelará que fue esto último.
San Pedro hace un reclamo al Señor Jesús porque no logra concebir como aquel al que hace un momento ha proclamado como Hijo de Dios y salvador del mundo deba de sufrir tal y como se los está diciendo. Aún no ha comprendido que por la cruz habría de llegar la salvación del mundo. Aún juzgaba con categorías meramente humanas, no alcanzaba a contemplar la realidad con la mirada sobrenatural de la fe, recordemos que aquel que ve el mundo con fe comienza a ver el mundo con los ojos de Dios. La psicología nos diría que comienzan hacer un examen de la realidad que ya no considera sólo las causas y fines próximos, sino que su horizonte se extiende a considerar las causas primeras y los fines últimos. Todo se juzga según las categorías que Jesús nos ha revelado en el Evangelio.
En este sentido la luz de la fe, nos lleva a evitar vivir según los pensamientos de moda en turno, que es a lo que san Pablo exhortando cuando decía “no se dejen transformar por los criterios del mundo” (1 Co 12, 2) sino que antes bien ofrezcamos nuestra vida como una hostia viva (la palabra hostia significa “víctima” en latín) un sacrificio de alabanza al Padre. Negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo en lo ordinario de la vida es colaborar con Él en la redención de la humanidad.
¿Cómo asumimos la Cruz de cada día? Muchos ejemplos podemos poner de lo ordinario de la vida, pero los que siempre salen a la luz son aquellos que vienen de nuestra convivencia en familia, el soportar pacientemente los defectos de los demás, el auxiliar a quien está enfermo, el saber escuchar al que esta en el cuarto de al lado y se siente sólo, evitar las críticas y las murmuraciones, los reproches a los demás…en pocas palabras siempre que devolvemos bien por mal estamos asumiendo la Cruz, no estamos hablando simplemente de evitar un conflicto o de dar un trato políticamente correcto o diplomático, ¡No!, Más que buscar actos que “me traigan paz a mí” buscaré realizar gestos que me ayuden a ser paciente con el otro, estamos hablando de verdaderos actos de amor, verdaderos actos que buscan el bien para otro no obstante muchas veces esto me haga sufrir, pues sé que el bien del otro también es mi bien, buscamos hacer que nazca en nosotros una amabilidad (entendida como capacidad de amar y ser amado) que busca ser reflejo del amor de Cristo.
«El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
«El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce» (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).» CEC2015
Roguemos al Señor nos conceda la gracia en este día de saber identificar y asumir con alegría la Cruz de cada día, contemplando nuestro aquí y ahora bajo la luz de la fe que nos ha sido transmitida en el Evangelio.
IMG: «Crucifixión» del Bronzino