Purificando la mirada

Viernes – XXIII semana del TO – Año par

• 1Co 9, 16-19. 22b-27. Me he hecho todo a todos, para ganar a algunos.
• Sal 83. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo!
• Lc 6, 39-42. ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?

Las palabras de san Pablo están llenas de amor, de celo y pasión por el Evangelio, el apóstol nos da testimonio de cuan importante es para él llevar a cabo la misión que le fue encomendada. Podemos contemplar una doble realidad, su ánimo por la predicación pero también su compromiso con una vida coherente a aquello que enseña. De ahí deriva la fuerza de su palabra, el apóstol se lanza a ser testimonio vivo de aquello que anuncia, actuando con humildad se acerca a todos desde su condición para llevarlos a vivir según la gracia que le ha sido confiada y por esto mismo busca alentarles a darse con generosidad y entereza, a vivir la fe profesada.

«El verdadero apóstol busca ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra: a los no creyentes para llevarlos a la fe; a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: Porque la caridad de Cristo nos urge (2   Co   5,14), y en el corazón de todos deben resonar las palabras del Apóstol: ¡Ay de mí si no evangelizara!»

Concilio Vaticano II, Apostolicam actuositatem, n.   6

El evangelio de san Lucas continúa a mostrarnos las palabras de Cristo enseña para aprender a vivir nuestra relación con el prójimo. La exigencia de Jesús para ser alguien que pueda ayudar guiando a otro hermano por el camino puede parecer para algunos una cosa demasiado difícil, interpretando las palabras del Señor como si dijese “sólo cuando tu hayas superado la situación negativa en que vives, el pecado que te tiene sumido en la muerte, sólo entonces puede ayudar a tu hermano como guía” o también “sólo puedes corregir a alguien si tú ya superaste aquello” y de este modo muchos quedan como paralizados llegando al punto de la indiferencia frente a los demás, terminan diciendo “al fin y al cabo la salvación es personal” “yo soy quien para juzgar a alguien” “cada quien va dar cuenta de sus actos” olvidando que aunque esas afirmaciones encierran ciertas verdades también el Señor nos enseña la práctica de la corrección fraterna e incluso en el libro de Ezequiel nos advierte que si un hermano se pierde porque nosotros callamos cuando sabíamos que se podría perder, también daremos cuenta de ello.

Jesús en este pasaje de san Lucas no nos está diciendo que “sólo los perfectos pueden ayudar a otros” sino que antes de ayudar a otro hemos de purificar nuestra mirada frente al hermano, Jesús busca prevenirnos del peligro de convertirnos en justicieros inmisericordes que a diestra y siniestra pasan condenando a los demás por los pecados en que puedan caer. Aprender a sacarse la viga en el ojo quizás más bien es aprender a dejar mi egocentrismo, a reconocer que yo también soy humano, tengo mis debilidades y soy pecador, recordar que es la misericordia de Dios la que me saca de los abismos en los que muchas veces me encuentro hundido.

«Si tú me dices: “Muéstrame a tu Dios”, yo te diré a mi vez: “Muéstrame tú al hombre que hay en ti”, y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven, y si oyen los oídos de tu corazón (…) Ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones»

San Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum 1,2

En esta ocasión de alguna manera se nos lleva a recordar que no somos estatuas acabadas que se encuentran en un pedestal y que desde ahí, sin bajarse buscan levantar al que ha caído; somos compañeros de viaje, peregrinos todos que van rumbo a la tierra prometida, y en ese caminar a veces uno tropieza, pues entonces el otro sale en su auxilio como uno que va junto a Él. ¿no era acaso lo que Pablo vivía cuando decía que se había hecho todo a todos?

Compadecernos con el otro, recordar que vamos juntos, purificar la mirada para ver como Jesús nos ve, con ojos de misericordia, esto es lo que nos llevará realmente a poder auxiliar a nuestro hermano en el camino. Roguemos al Señor nos conceda esta gracia en este día.

IMG: Interior de la Basílica de san Pedro