Domingo XXVI del Tiempo Ordinario – Ciclo A
• Ez 18, 25-28. Cuando el malvado se convierte de la maldad, salva su propia vida.
• Sal 24. Recuerda, Señor, tu ternura.
• Flp 2, 1-11. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
• Mt 21, 28-32. 5e arrepintió y fue. Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios.
«Cuando el pecado está en el hombre, el hombre ya no puede contemplar a Dios. Pero puedes sanar, si quieres. Ponte en manos del médico, y él punzará los ojos de tu alma y de tu corazón. ¿Qué médico es éste? Dios, que sana y vivifica mediante su Palabra y su sabiduría. (…) Si entiendes todo esto y vives pura, santa y justamente, podrás ver a Dios; pero la fe y el temor de Dios han de tener la absoluta preferencia de tu corazón, y entonces entenderás todo esto»
San Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum 1,7
En la fe de la Iglesia, hemos renacido por las aguas del Bautismo a la vida de hijos amados del Padre, se dice que somos hijos en el Hijo, puesto que por la gracia que broto del Corazón traspasado de Jesús, nuestro Señor y Salvador, hemos comenzado a gozar de la misma vida divina.
Pero no basta haber recibido ese don, sino que hemos de aprender a vivir según esa vocación preciosa y altísima, y esto lo aprendemos meditando, contemplando e imitando la vida de Jesús, tal como Él nosotros también hemos de vivir según la voluntad del Padre.
En un primer momento en su sentido más literal, la parábola de los dos hijos es una llamada de atención a los Escribas y Fariseos, que escuchando la predicación de Juan Bautista y viendo sus efectos en la vida de tantos pecadores que se convertían no le creyeron, no se dispusieron a acoger el Reino que llegaba con Cristo Jesús, antes bien, la Buena Nueva del Señor fue acogida primero por aquellos que eran despreciados por la sociedad, recordemos que algunos capítulos atrás hemos visto la escena de la mujer pecadora que enjuga con sus lágrimas y cabellos los pies de Jesús, así como la llamada de Mateo, un publicano que dejaría todo para convertirse en un discípulo del Divino Maestro.
Jesús nos enseña como en medio de las dificultades que el hombre pueda experimentar siempre le es posible volver a vivir según el espíritu del Reino de los Cielos entrando en la voluntad del Padre como buenos hijos, no importa si sus pecados son graves como la injusticia de un Publicano o la vida disoluta asociada a la prostitución, si el pecador se convierte gozará de la misericordia de Dios y de la vida, el único obstáculo que se puede poner es el de la propia soberbia del que no quiere aceptar el don del Señor.
Benedicto XVI en una ocasión, mientras predicaba en Alemania con ocasión de un encuentro con “católico comprometidos en la Iglesia y al sociedad” hacia una comparación que nos llevaría a actualizar esta parábola diciendo:
“Traducida al lenguaje de nuestro tiempo, la afirmación podría sonar más o menos así: los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin que su corazón quede tocado por esto: por la fe.
De este modo, la palabra nos debe hacer reflexionar mucho, es más, nos debe impactar a todos. Sin embargo, esto no significa en modo alguno que se deba considerar a todos los que viven en la Iglesia y trabajan en ella como alejados de Jesús y del Reino de Dios. Absolutamente no. No, este el momento de decir más bien una palabra de profundo agradecimiento a tantos colaboradores, empleados y voluntarios, sin los cuales sería impensable la vida en las parroquias y en toda la Iglesia…
Pero en el espíritu de la enseñanza de Jesús se necesita algo más: un corazón abierto, que se deja conmover por el amor de Cristo, y así presta al prójimo que nos necesita más que un servicio técnico: amor, con el que se muestra al otro el Dios que ama, Cristo. Entonces, también a partir de Evangelio de hoy, preguntémonos: ¿Cómo es mi relación personal con Dios en la oración, en la participación en la Misa dominical, en la profundización de la fe mediante la meditación de la Sagrada Escritura y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica? Queridos amigos, en último término, la renovación de la Iglesia puede llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad a la conversión y una fe renovada.”
Benedicto XVI, 25 de septiembre de 2011
De hecho, el Papa en aquello ocasión nos recuerda que en este pasaje del Evangelio no encontramos sólo dos hijos: “uno que dice sí pero al final no cumple” “uno que dice no pero al final sí cumple” sino que encontramos un tercero también, uno que dice: sí y cumple la voluntad del Padre, este es Aquel que predica, este es Jesús a quien al que san Pablo nos presenta como modelo de obediencia por amor, una obediencia hasta la muerte, y muerte de Cruz.
La obediencia es la virtud de los que aman al Padre celestial. Obedecer no es otra cosa que entrar la voluntad de otro. La obediencia de los hijos de Dios no es otra cosa sino el abandono en su voluntad amorosa que no busca sino nuestro bien, y nuestro Bien supremo que es vivir en comunión con Él. Por ello es que en todas nuestras acciones nosotros buscamos amarlo, conocerlo y servirlo. Hemos de aspirar a perfeccionar cada vez más nuestra obediencia al Padre de modo que sea siempre pronta (a la primera), alegre (sin refunfuñar, sin quejarse, sin malas caras) y sencilla (sin complicaciones que buscan manipular las cosas para salirme con mis egoísmo).
Sólo puede ser obediente aquel que es verdaderamente libre, de ahí que en el combate espiritual de cada día nosotros vamos aspirando a liberarnos del pecado mortal, del pecado venial deliberado e incluso de las imperfecciones, porque esas “pequeñas cositas” que muchas veces nos consentimos pueden convertirse siempre en cadenas que nos impiden lanzarnos a las alturas para las cuáles hemos sido creados. San Juan de la Cruz hacía una comparación con un pequeño hilo atado a la patita de un pajarito que lo sujeta a tierra, aunque éste fuese delgado como un cabello, mientras no se rompa siempre impedirá que la avecilla alce el vuelo.
Surge entonces la pregunta: ¿Cómo conocer cuál es la voluntad del Padre para mí aquí y ahora? Nos lo enseña la Iglesia en el número 2826 del Catecismo: «Por la oración, podemos «discernir cuál es la voluntad de Dios» (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener «constancia para cumplirla» (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino «haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21).»
Por ello para nosotros la celebración de la Santísima Eucaristía, es siempre para nosotros la mejor ocasión para conocer lo que es agradable a Dios, a través de las oraciones, las lecturas, la predicación, los cantos, los gestos, todo nos habla de alguna manera sobre cómo hemos de entrar en la voluntad del Padre, pues la santa Misa no es otra cosa sino la actualización del gesto mayor de obediencia que pudo haberse realizado al Padre celestial, la santa Misa es la actualización del sacrificio de Cristo Jesús en el Calvario, la ofrenda de amor para la salvación de la humanidad entera.
Que el Señor nos conceda la gracia de aprender cada día más lo que significa aquella petición que realizamos en el Padre Nuestro, “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”
IMG: «Cristo Crucificado» de Pietro Pierugino