Envíame a mí

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A

• Is 45, 1. 4-6. Yo he tomado de la mano a Ciro, para doblegar ante él las naciones.
• Sal 95. Aclamad la gloria y el poder del Señor.
• Rm 10, 9-18 ¿Cómo van a oír sin alguien que proclame? ¿Cómo van a proclamar si no los envían? (DOMUND)
• Mt 22, 15-21. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

La sentencia que Jesús pronuncia en el Evangelio de este día ha sido interpretada en ocasiones como una manera de decir que entre fe y política no debe haber relación, han de estar completamente separadas, hasta el punto que algunos llegan a decir “deja tu fe en la sacristía”, sin embargo sabemos que fe y política no son dos realidades meramente abstractas, sino que ambas son vividas por hombres y mujeres concretos en un aquí y ahora preciso. La Liturgia de la Palabra en este día nos invita a meditar cómo vivir cristianamente en relación con la sociedad, o más precisamente, con la comunidad política en el que desarrollamos nuestras actividades cotidianas.

Ciertamente Jesús en su sentencia es claro, prudente y sabio, sobre todo si tenemos en cuenta que estaba siendo puesto aprueba por sus perseguidores, el Señor no se deja llevar por el discurso perverso que oponía la vida religiosa y vida política, sino que Él distingue entre ambas, salvando así la situación y con su ejemplo nos enseña como hemos de dar a cada quien lo suyo en justicia.

Y es que sabemos que la fe es una luz sobrenatural que ilumina nuestra razón en vista nuestro fin último, que hemos hablado en otras ocasiones no es otro sino dar Gloria a Dios. La fe es un tesoro valioso que nos enseña a ver la realidad que nos rodea con una mirada más amplia y profunda. De modo que el cristiano no puede decir que su fe no tiene una influencia en su modo de relacionarse con la comunidad política. Por un lado, el cristiano reconoce que toda autoridad, aunque limitada a su competencia específica, tiene un origen divino, tal como lo vemos en la primera lectura, sea que Él lo quiera positivamente o que Él lo permita. De ahí que como buen ciudadano respeta y sigue las leyes, siendo agradecido con su patria por lo que hace por él a través de los sistemas educativos, de salud, de seguridad etc. el patriotismo en cuanto amor a la patria es un acto de virtud, particularmente de justicia y caridad (vicio contrario sería el nacionalismo egoísta). Por otro lado, también sabe que nunca está llamado a seguir una ley injusta o irracional que atente contra el bien común, la vida de los hombres o sea contraria al Evangelio por ej. Aquellas que atentan contra la dignidad de la persona y de la vida promoviendo una cultura de muerte y del descarte; es más en esas y otras ocasiones puede promover y acompañar iniciativas que ayuden a garantizar el verdadero bien de la comunidad en la que vive, por eso mismo se dice que hacer política puede ser ocasión de un verdadero apostolado.

Ahora bien, hay que distinguir como decíamos entre hacer política, trabajando en el desarrollo de todo aquello que ayude al bien común de la comunidad en la que vivimos; y entre transmisión de la fe, que es propio el anuncio de la Buena Nueva de la salvación en la misión evangelizadora. Y ello nos lleva al segundo aspecto que celebramos hoy, el Domingo Mundial de la Misión.

Desde hace muchos años la Iglesia celebra en el penúltimo domingo del mes de octubre la Jornada Mundial de la Misión, y es que es propio de la naturelaza de la Iglesia en virtud del Bautismo ser misionera, puesto que todos y cada uno de los bautizados estamos llamados a dar conocer la Buena Nueva de la salvación en Cristo Jesús.

 El Papa en el mensaje que nos envía este año hace una reflexión acerca de aquel versículo que narra la vocación de Isaías (Is 6,8) en donde Dios se pregunta “¿A quién enviaré?” a lo que el profeta responde “envíame a mí”. Ciertamente en medio de la situación de pandemia en que nos encontramos seguimos llamados a ser verdaderos discípulos misioneros de Jesús, la crisis sanitaria y el distanciamiento social nos lleva a revalorizar el valor del prójimo en nuestras vidas, curiosamente sabíamos ya que a pesar de estar hiperconectados gracias a la tecnología también se nos ha presentado la trampa del aislasionismo en el mundo virtual, esta pandemia nos lleva a reflexionar sobre la importancia de la cercanía real con nuestros hermanos. Dice el Papa en su mensaje:

“Comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. Ahora, que tenemos la obligación de mantener la distancia física y de permanecer en casa, estamos invitados a redescubrir que necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios. Lejos de aumentar la desconfianza y la indiferencia, esta condición debería hacernos más atentos a nuestra forma de relacionarnos con los demás. Y la oración, mediante la cual Dios toca y mueve nuestro corazón, nos abre a las necesidades de amor, dignidad y libertad de nuestros hermanos, así como al cuidado de toda la creación. La imposibilidad de reunirnos como Iglesia para celebrar la Eucaristía nos ha hecho compartir la condición de muchas comunidades cristianas que no pueden celebrar la Misa cada domingo. En este contexto, la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, mándame!» (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal (cf. Mt 9,35-38; Lc 10,1-12).”

Mensaje para el domingo mundial de la Misión 2020

El anuncio del Evangelio, el encuentro personal con Cristo, la conversión es realmente una transformación por la gracia del amor de Dios, sí, transformación de mentes, corazones, cuerpos, sociedades y culturas, que encamina a todo hombre a descubrir lo que Dios ha pensado desde toda la eternidad para Él, a vivir según esa vocación dichosa de hijo amado, la gracia de Dios no elimina, sino que purifica, ilumina y perfecciona nuestro ser.

La Iglesia nos invita en este día a plantearnos qué puedo hacer aquí y ahora yo para anunciar el Evangelio, quizás puedo comenzar con gestos sencillos como buscar tratar a todos con amabilidad, como decía santa Teresa de Calcuta “La Bondad ha convertido a más personas que el celo, la ciencia y la elocuencia. La santidad aumenta más rápido cuando hay bondad. El mundo se pierde por falta de dulzura y amabilidad”(El amor más grande),´podría redescubrir el aspecto misionero y de servicio que hay en la vocación al matrimonio y en la vida familiar sirviendo a mis hermanos, podría ser también que el Señor me esté llamando a algo más, quizás a consagrar toda mi vida como misionero en tierras lejanas, podría estar llamando incluso alguna joven a la vida religiosa o a algún varón al sacerdocio ¿por qué no? Qué provoca en mí escuchar aquellas palabras de san Pablo cuando decía:

Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?; y ¿cómo van a proclamar si no los envían? Lo dice la Escritura: «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!». (Rm 10, 14-15)

Que en este día nos conceda el Espíritu Santo la gracia de abrir nuestras mentes y corazones para acoger la Palabra que se nos da en nuestro aquí y ahora concretos, y podamos dar una respuesta a su voz que resuena en nuestro interior.

IMG: «San Francisco Javier predicando en Goa» de André Reinoso