Sacerdocio, camino de libertad

*Retiro para seminaristas de etapa discipular

En nuestro itinerario de discipular uno de los aspecto más importantes que vamos aprendiendo de nuestro Divino Maestro es la educación o formación en el uso de la libertad. Y es que nuestra vocación comienza con un fundamental acto de libertad, nadie es más libre que a aquel que se compromete, y nuestra consagración al Señor es un compromiso para toda la vida.

¿Por qué afirmo que él que se compromete es verdaderamente libre? Porque alguien no libre no es dueño de sí mismo y por tanto no es capaz de empeñarse en algo por decisión propia. La libertad podríamos compararla analógicamente a un instrumento de trabajo, por ej. Un machete, si tengo un machete en casa puedo pintarlo, decorarlo, ponerlo en un trozo de madera y colgarlo en una pared, pero pregunto yo ¿ese machete está cumpliendo su función? ¿una machete que no se ocupa para cortar está siendo usado para el fin que se elaboró? Un discurso similar podría decirse de la voluntad del hombre libre, cuando ésta no se utiliza para el fin propio para el que fue creado el hombre ¿cuál es su propósito? La grandeza de la libertad no es conservarla como un objeto de museo que se busca preservar sin tocarla, la grandeza de la libertad está en su capacidad de ser utilizada en actos de voluntad que se ordenan al fin último del hombre.

De ahí que es maravilloso contemplar aquellas preciosas palabras con las que el candidato al sacramento del orden se presenta ante su obispo para realizar la suprema entrega de su vida al Señor, aquellas preguntas del escrutinio comienzan por un verbo que manifiesta un acto de voluntad, todas y cada una comienzan por el verbo latino volere, en español querer

Vultis munus sacerdotii in gradu presbyterorum ut probi Episcoporum Ordinis cooperatores, in pascendo grege dominico, duce Spiritu Sancto, indesinenter explere?
R/ Volo  
¿Quieren desempeñar siempre el ministerio sacerdotal en el grado de presbíteros, como fieles colaboradores del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor bajo la guía del Espíritu Santo?
R/ Sí, quiero
Vultis ministerium verbi, in praedicatióne Evangelii et expositione fidei cathólicae, digne et sapienter explere?
R/ Volo  
¿Quieren desempeñar con dedicación y sabiduría el ministerio de la palabra en la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica?
R/ Sí, quiero  
Vultis mysteria Christi ad laudem Dei et sanctificationem populi christiani, secúndum Ecclésiae traditionem, praesér-tim in Eucharistiae sacrificio et sacramento reconciliationis, pie et fideliter celebrare?
R/ Volo    
¿Quieren celebrar con piedad y fidelidad los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación, para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia?
R/ Sí, quiero.  
Vultis nobiscum misericordiam divinam pro populo vobiscommisso imploráre orandi mandato indesinenter instantes?
R/ Volo  
¿Quieren implorar, junto con nosotros, la misericordia divina a favor del pueblo que les sea confiado, cumpliendo así el mandato de orar continuamente?
R/ Sí, quiero.  
Vultis Christo summo Sacerdoti, qui seípsum pro nobis hostiam puram obtulit Patri, arctius in dies coniungi et cum eo vos ipsos, pro salute hominum, Deo consecrare?
R/ Volo, Deo auxiliante.
Quieren unirse cada día más estrechamente a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se entregó al Padre como víctima santa, y consagrarse a Dios junto con él para la salvación de los hombres?
R/ Sí, quiero, con la gracia de Dios.
Escrutio para la ordenación presbiteral

Y hay una de modo especial en la que se hace patente una de las más grades expresiones de la libertad de un hombre, pues el obispo pregunta “¿Prometes, respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?” (Promíttis mihi et successoribus meis reverentiam et oboedientiam?) A lo que el candidato responde un libérrimo “¡Prometo!” (Promitto) // Lo mismo puede decirse de la promesa de celibato hecha en la ordenación diaconal “¿Prometes ante Dios y ante la Iglesia como signo de tu consagración a Cristo, observar durante toda la vida el celibato por causa del reino de los cielos y para servicio de Dios y de los hombres?” “Prometo”//

Por tanto, si tal es el punto de partida del ministerio ordenado, esto significa que aquellos que se preparan a dar dicho paso han de ser formados en la educación de la voluntad o más aún en el ejercicio de la libertad. Nuestro seguimiento de Jesús, escuchando y meditando su Palabra, siendo testigos de su modo de obrar, nos debe llevar a contemplar como vive un hijo de Dios de modo que le imitemos. Podemos decir que en el Unigénito del Padre nos ha quedado una verdadera escuela de libertad.

Ahora bien, tanto hablar de libertad nos debe llevar a plantearnos la pregunta ¿qué es la libertad? En general, con ella, estamos haciendo alusión a la capacidad del hombre de autodeterminarse a una cosa u otra. Es un ser dueño de sí mismo y de sus propias acciones. De hecho, cuando comúnmente hablamos de libertad estamos refiriéndonos de modo especial a aquello que a lo largo de los siglos se ha llamado libre arbitrio o libre juicio. Santo Tomás de Aquino dice que en este concepto se expresa la participación de nuestro entendimiento en todo acto libre “puesto que por su facultad cognoscitiva, juzga sobre lo que debe evitar o buscar. Como quiera que este juicio no proviene del instinto natural ante un caso concreto, sino de un análisis racional, se concluye que obra por un juicio libre, pudiendo decidirse por distintas cosas” (Summa Theologiae, I, q. 83, a.1).

Sin embargo el libre albedrío aunque puede inclinarse entre el bien y el mal, en presencia de la gracia de Dios, se dispone a elegir el bien (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 83, a.2). Por ello san Bernardo de Claraval hará una distinción, de tres tipos de libertad en el hombre: la libertad de coacción (libertate a necessitate), la cual es una libertad natural de la voluntad por la cual de suyo no se encuentra obligada por ningún factor externo a ella, hacia nada bueno ni malo, es pura capacidad.

Al abrirse a la gracia de Dios el hombre da un paso hacia adelante, comienza a gozar de una libertad que le aparta del pecado (libertate a peccato) siguiendo Rm 6, 20.22 “Pues cuando erais esclavos del pecado, erais libres en lo que toca a la justicia. Ahora, en cambio, liberados del pecado y hechos esclavos de Dios, dais frutos para la santidad que conducen a la vida eterna.” El hombre ya no sólo rechaza elegir algo si es malo, puesto que esa no es libertad propiamente hablando, sino que ahora viviendo en amistad con Dios delibera entre los bienes posibles qué es lo conveniente, esto es propio del hombre que vive una vida virtuosa.

Yendo todavía más lejos, el Doctor Melifluo hablará de una libertad perfecta propia del hombre escatológico a la cual denominará libertad sobre la miseria (libertate a miseria) según las palabras del apóstol en Rm 8, 20-21 “la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por Aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” esta es propia de la gloria y cuyos efectos se expanden a toda la creación . (Cf. San Bernardo de Claraval, De gratia et libero arbitrio, III, 6)

Dirá san Bernardo:

«Llamemos, pues, a la primera libertad de la naturaleza, a la segunda de la gracia, y a la tercera de gloria. Primeramente fuimos creados con una voluntad libre o una libertad voluntaria, como nobles creaturas de Dios. Después somos reformados en la inocencia, como nuevas criaturas de Cristo. Y finalmente, somos exaltados a la gloria , como creaturas perfectas en el Espíritu. La primera libertad nos llena de honor, la segunda nos colma de virtud y la tercera nos inunda de gozo. La primera nos hace superiores a los animales, en la segunda sometemos a la carne y con la tercera dominamos la s ovejas y toros y hasta las bestias del campo. Por la segunda se someten a nuestro imperio las bestias espirituales del aire que habla la Escritura: “No entregues a los buitres la vida de tus fieles” (Sal 73, 19), porque las postra y tritura bajo nuestros pies. Y por la última nos hará triunfar de nosotros mismos, dándonos la victoria sobre la corrupción y la muerte. Lo cual sucederá cuando sea aniquilado el último enemigo, que es la muerte, y alcancemos la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (San Bernardo de Claraval, De gratia et libero arbitrio, III, 7)

Esta categorización del Doctor Melifluo nos es útil para comprender nuestro modo de obrar como discípulos de Cristo que caminan como peregrinos rumbo a la patria celeste en espera de la gloria de la resurrección futura, bien se dice que en toda operación dinámica, tal como es la vida espiritual, uno siempre debe tener presente el fin, la meta hacia la que nos dirigimos. Y es que la libertad para el hombre es su capacidad de responder a la gracia de Dios. Decía el Abad de Claraval:

«Tú me dices: ¿qué hace entonces el libre albedrío? Te respondo brevemente: Es salvado. Suprime el libre albedrío y no habrá nada que salvar, quita la gracia y no habrá con qué salvar. Esta obra necesita la colaboración de ambos, de quien la hace, y de aquella que la recibe y en la que se realiza…cuando la gracia realiza la salvación el libre albedrío coopera con su consentimiento, es decir, acepta la salvación. Consentir es salvado» (San Bernardo de Claraval, De libero gratia et libero arbitrio, I, 2)

Podríamos por tanto decir que durante nuestra formación como candidatos al sacerdocio requiere una constante educación en la libertad, Cristo ciertamente ha perdonado nuestro pecados por su pasión, muerte y resurrección, nos ha dotado de una nueva vida, sin embargo hace falta que aprendamos a vivirla, de modo que aquella gracia de la salvación se desarrolle en una vida de santidad. Libertad y voluntad se identifican, por tanto la educación en la libertad no es otra cosa sino una educación de nuestra voluntad, de modo que no viva merced de las seducción del pecado o de la propia sensibilidad, sino que actúe según su fin. La voluntad es la facultad del alma por la cual buscamos el bien conocido por el entendimiento, su acto propio es el amor, es decir lo propio del hombre libre es amar.

Formarnos en este campo implica también aprender a educar el modo en que conocemos, aprendiendo a descubrir siempre el bien verdadero y no dejándonos llevar por cosas que tienen apariencia de bien y no lo son. Toda nuestra formación en el seminario apunta a esto ¡que gran gimnasio para ejercitarse en la educación de la voluntad es el santo horario! sí, él nos ayuda a tener disciplina, a organizarnos, a obrar no conforme a nuestras sensibilidades particulares sino a un bien mayor, muchas veces te enseñará a negarte a ti mismo, hacer deporte cuando uno prefería dormir, ir a rezar cuando a veces parece que lo que hay que hacer es estudiar o cumplir otra actividad, participar de la convivencia con los demás en un receso cuando quiero aprovechar para sacar un poco más de tiempo para esa tarea que se me quedó pendiente, etc. Todo nos ayuda a descubrir que hay bienes que custodiar y aprender a distinguir el bien en esas ocasiones es ya educarse en la libertad.

Pero la formación de la etapa discipular buscar ir más allá, busca que aprendamos a perseguir el bien sobrenatural, es decir que vayamos tras nuestro fin último, ¿cuál es? Dar gloria a Dios. Sí, la santidad cristiana no es otra cosa sino la búsqueda de la Glorificación de la Santísima Trinidad. Con cada una de nuestra obras nosotros apuntamos a unirnos no a un bien particular sino al Bien fuente de todos los bienes. En libertad busco hacer oración y rezar la Liturgia de las Horas, busco obedecer a los superiores, busco participar de la vida comunitaria, porque en todo ello veo la voluntad de Dios, de un Padre bueno que me ama y que sólo quiere mi bien.

Qué importante es para la educación en la libertad que en esta etapa como discípulos de Cristo aprendamos a vivir a la escucha de la voz del Maestro interior, aprender a vivir en comunión con el Espíritu Santo, secundando sus mociones que nacen en toda alma que busca entrar constantemente en oración. Más aún, para el seminarista en etapa discipular se vuelve una cuestión imperativa creo yo decidirse, optar, elegir una vida de santidad. Hemos de buscar desterrar de nuestra vida y aborrecer el pecado mortal, luchar por abandonar el pecado venial deliberado e incluso trabajar en extirpar de nosotros las imperfecciones.

Luego de dos tres años en el seminario, no es posible que yo considere vivir en la mediocridad de un alma tibia, hemos de lanzarnos con gran decisión tras la santidad de vida. Sabiendo que la gracia de Dios actúa mejor en una materia mejor dispuesta. Al final de la etapa discipular no deberíamos estar tanto con dudas sobre si siento que Dios me llama o no, como quien anda probando a tientas, en este punto, más bien, se trata si quiero responder a la llamada y si estoy dispuesto a hacer lo que esto implica, esto es Configurarme con Cristo, el discípulo que escucha la voz del Señor experimenta en su interior el deseo de imitarlo, de adquirir su figura, de configurarse con Él, con mi libertad quiero acoger su gracia.

¿Quieres disponer tu corazón para acoger la gracia del Ministerio del Orden Sagrado? Déjate formar en la libertad por el Espíritu Santo a través de la Iglesia. El sí quiero o sí prometo del día de la ordenación se construye día a día durante la formación con cada pequeño sí en las diferentes actividades que nos sugiere el seminario; y un día se ratificará en cada sí a la voluntad de Dios a lo largo de toda la vida como sacerdote consagrado de Cristo en la celebración de la Sagrada Liturgia, en la predicación de la Palabra y en el apacentamiento de la grey del Señor.

Hoy podrías meditar luego de dos años o tres años de formación ¿cómo estoy respondiendo al llamado del Señor? ¿Estoy dando un sí generoso? ¿Que cosas me esclavizan o me impiden decidirme del todo por Jesús y vivir una vida de uno que se forma para ser sacerdote?

Al final de este año de formación ¿qué victorias ha tenido Cristo en mi vida? La vida de seminarista es más que un pasar exámenes, es un vivir cada día más cristianamente, más sacerdotalmente, más santamente.

«“Si el Hijo del hombre les da libertad, serán verdaderamente libres” (Jn 8, 36). Quería decirles que el libre albedrío necesita una libertad, pero no para que lo libre de la coacción, que la voluntad no siente en absoluto, sino del pecado, en el que ha caído libre y voluntariamente; y de la pena del pecado, en la que ha incurrido por su imprudencia y soporta con impaciencia. De ambos males sólo puede librarle aquel que es el único libre entre todos los hombre , el único libre de pecado entre todos los pecadores»  (San Bernardo de Claraval, De gratia et libero arbitrio, III, 7)