*Retiro seminaristas de etapa Discipular
Ser discípulos de Jesús implica un constante meditar en los misterios de la vida del Señor, uno de los más grandes es aquel que vemos en el Getsemaní, cuando en el Corazón santísimo de nuestro Redentor, en ese bendito palpitar de amor, Dios atrajo al hombre hacia Sí en libertad para sanar su interior y redescubrir la voluntad divina como el refugio seguro y la vía dulce que conducen a romper las cadenas que buscan atar la voluntad del hombre.
Correspondencia al Amor de Dios.
Seguir a Jesús, el Divino Maestro, ciertamente implica una serie de decisiones que tienen repercusiones en toda nuestra historia personal, el buen ejercicio de la libertad nos dispone poco a poco a acoger con docilidad aquello que el Padre ha pensado desde la eternidad para nuestra salvación y santificación. Toda nuestra historia personal, donde vemos manifestarse la debilidad propia de nuestra naturaleza caída, los temores que sentimos ante la seducción de las tentaciones, la gran capacidad que tenemos de cambiar y de direccionarnos hacia aquello que es bueno, noble y justo; las alegrías que vivimos al descubrir las bendiciones de Dios en nuestro camino, la paz interior que experimentamos al hacer la voluntad de Dios, todo eso constituye nuestra historia de salvación.
Esa historia tiene un fin, sí, toda nuestra vida tiene un propósito, dar gloria a nuestro Dios, por ello san León Magno nos invita en un famoso Sermón: “Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios” (San León Magno, Sermón 21, 2 – 3).
En Jesucristo descubrimos cuál es el verdadero sentido de nuestra libertad, ella existe para acoger el don de Dios en nuestra vida, y el don de Dios, es un don de amor, y amor con amor se paga, por lo que el modo de corresponder a ese amor oblativo es como un amor semejante, por lo tanto nosotros también hemos de donarnos en amor a nuestro Dios, y es que amor saca a amor
«Por causa de este bien de amor, los santos no se dejan aplastar por la tribulación ni se desesperan en la perplejidad ni se dejan aniquilar cuando los abaten, al contrario, su leve y momentánea tribulación de ahora produce en ellos una inconmensurable riqueza eterna de gloria. En realidad, esta tribulación presente se dice momentánea y leve, no por todos, sino por Pablo y por los que son como él, porque poseen el perfecto amor de Cristo, derramado en sus corazones por el Espíritu Santo» (Orígenes, Comentario al Cantar de los cantares, Prólogo 2, 42)
El Don de Sí
El Don de sí, es un argumento presente en la espiritualidad cristiana de todos los tiempos, tiene su fundamento en la misma invitación que Cristo nos hace en el Evangelio: “si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.” (Mt 16, 24) o “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme” (Mc 10, 21). Darse totalmente al Señor por la causa del Reino significa imitar los sentimientos de su Corazón y su confianza absoluta en el Padre, animado por la caridad del Espíritu Santo, es una donación total en el amor de Aquel que nos amó primero hasta el punto de poder decir con Él “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)
Así el núcleo de esta donación total, que propone como base la espiritualidad del Sagrado Corazón, no es otra cosa que el conformar nuestra voluntad con la voluntad de Dios, imitando a Jesús que dijo “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42) Fray Antonio Royo Marín O.P. dirá que se trata de “una amorosa, entera y entrañable sumisión y concordia de nuestra voluntad con la de Dios en todo cuanto disponga o permita de nosotros” (A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, 627). En sus grados más imperfectos, se llama resignación cristiana, y en los más perfectos, santo abandono.
Ahora bien, el don de sí se presenta como una necesidad dado que Dios no fuerza la voluntad del hombre, ya que en el orden de su creación ha dispuesto que éste sea libre, es más “exalta el valor y el poder de las facultades que ha puesto en nuestra naturaleza” (Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, p.371)[1], y en esta oferta libre de la voluntad, no se pierde ni se desnaturaliza la misma pues, una vez ofrecida, por su carácter inalienable, siempre queda en el hombre para que haga uso de ella.
De modo que el acto de donarse es un acto de amor y confianza en Dios, sumamente necesario para que su gracia pueda obrar completamente en nosotros y seguir avanzando en el camino de encuentro y unión plena Él. Es un eco de la desnudez espiritual que describirá san Juan de la Cruz (Subida al Monte Carmelo, I, 13, 12) cuando habla del modo para no impedir al todo:
Cuando reparas en algo,
dejas de arrojarte al todo,
Porque para venir del todo al todo
Has de negarte del todo en todo
Y cuando lo vengas del todo a tener
Has de tenerlo si nada querer
Porque, si quieres tener algo en todo,
No tienes puro en Dios tu tesoro
Este don de nosotros mismos constituye el sacrificio más perfecto que podemos hacer ya que es un ofrecer en oblación nuestra la inteligencia y la voluntad, que son lo más excelente que tiene el hombre puesto que son las facultades de su alma que lo hacen imagen y semejanza de Dios. Así buscamos imitar la suprema oblación de Jesús.
«Toda la vida de Jesucristo está encerrada entre dos miradas sobre el libro de los decretos divinos que se relacionan con Él: entre la oblación silenciosa del comienzo, descubierta por la penetrante mirada del profeta, y la consumación final, relatada por el evangelista, no hay lugar más que para una ofrenda continua y un don total de sí mismo a la voluntad de Dios» (Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, p.375-376)
El don de sí tiene ciertos efectos en el alma: agudiza el entendimiento, puesto que el horizonte de su luz se vuelve más amplio por la fe, comienza a ver por sobre las cosas terrenas, se habilita a gracias más altas y se profundiza el amor de amistad entrando en una dulce intimidad con Dios, el alma camina con sencillez y libertad, por lo que su voluntad cada vez es más dócil a la divina, le hace constante y le concede serenidad en todas sus vicisitudes gozando de paz y alegría aún en medio de la tribulación.
«¡Oh hermanas mías, qué fuerza tiene este don! No puede menos, si va con la determinación que ha de ir, de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en sí y hacer una unión del Criador con la criatura. Mirad si quedaréis bien pagadas y si tenéis buen Maestro, que, como sabe por dónde ha de ganar la voluntad de su Padre, enséñanos a cómo y con qué le hemos de servir.
Y mientras más se va entendiendo por las obras que no son palabras de cumplimiento, más más nos llega el Señor a sí y la levanta de todas las cosas de acá y de sí misma para habilitarla a recibir grandes mercedes, que no acaba de pagar en esta vida este servicio. En tanto le tiene, que ya nosotros no sabemos qué nos pedir, y Su Majestad nunca se cansa de dar. Porque no contento con tener hecha esta alma una cosa consigo por haberla ya unido a sí mismo (10), comienza a regalarse con ella, a descubrirle secretos, a holgarse de que entienda lo que ha ganado y que conozca algo de lo que la tiene por dar…Y comienza a tratar de tanta amistad, que no sólo la torna a dejar su voluntad, mas dale la suya con ella; porque se huelga el Señor, ya que trata de tanta amistad, que manden a veces -como dicen- y cumplir El lo que ella le pide, como ella hace lo que El la manda, y mucho mejor, porque es poderoso y puede cuanto quiere y no deja de querer.» (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 32, 11-12)
Cualidades del don de sí
El Beato María Eugenio del Niño Jesús enumera una serie de cualidades de esta entrega total que no es sino la conformación de la voluntad humana a la voluntad divina, a saber: es absoluto, indeterminado y frecuentemente renovado.
Primero, comienza por afirmar que ha de ser absoluto, es decir hay que darse por entero, “es una completa desapropiación de sí en beneficio de Dios” (Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, p.377), la cual se percibirá más fuerte según sean las aficiones que tenga el alma. Quizás el primer acto que haya de cumplir será el más doloroso y significativo, será el inicio de un camino que habrá de conducirle a la oblación plena en Cristo. Toda desapropiación es una renuncia, que tiene como primer aspecto una entrega, un abandono confiado en Dios. Este camino lleva a la perfección en la propia vocación y a la plenitud de su gracia.
En el fondo este proceso, encuentra su fundamento teológico en la unión de la naturaleza humana y la naturaleza divina en Jesús, Verbo de Dios Encarnado, “puesto que en Cristo su voluntad humana se encontraba desapropiada completamente, pues toda su existencia y sus operaciones pertenecían perfectamente a la persona (divina) del Verbo” (Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, p.378), ya que carente de pecado y gozante de la visión beatifica, el alma humana se encuentra en perfecta armonía con el plan de Dios.
Ahora bien, en nosotros, esto se realiza no por connaturalidad con Dios sino en virtud de la gracia que nos ha merecido Cristo y por la cual somos hijos en el Hijo, gozando por participación de la naturaleza divina.
Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». (Gal 4, 4-6)
La oblación que hacemos implica una participación en el sacrificio de Cristo, para ello es necesario pasar por una inmolación, ¿en qué acto concreto se manifestará? No lo sabemos pues esto se va comunicando conforme se camina, por ello debemos estar dispuesto a darlo todo y en cualquier modo, así pasamos a la siguiente característica del don de sí
En segundo lugar, la donación de nosotros mismos habrá de ser indeterminada (Cf. Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, p.379). Esta indeterminación tiene una función protectora ante las limitaciones conscientes que pudiésemos querer poner. Es común que las personas no se resuelvan a las cosas de un modo definitivo. Generalmente no se parte de cero, alguna determinación previa hay, pero a través de la donación total se lleva a otro plano, y es que, naturalmente, el hombre por generoso que sea, tiende a establecer las cosas a su modo, siendo en un inicio esta disposición a donarse un tanto imperfecta, sin embargo Dios se abre paso elevando la mirada del hombre y llevándole comprender que el modo humano de ver la historia no siempre coincide con el divino como nos los recuerda por boca del profeta Isaías “Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–. Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes (Is 55, 8-9)
Se trata de dejarse llevar por Él porque la perfección está en hacer su voluntad, “en la parte que tenemos que realizar y en el puesto que debemos ocupar” (Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, p.380) en tal modo de vivir la santa indiferencia en cuanto las propias preferencias optando siempre por unirnos a lo que Dios pensado, así el alma se ve siempre en la libertad de realizar cualquier obra buena.
En tercer lugar, para garantizar el ejercicio de este don, ha de ser frecuentemente renovado, así se combate la precipitación, se evita el volver a la propia voluntad en modo tal de hacer de este acto uno cada vez más intenso que sepa responder y adecuarse a las nuevas exigencias que puedan ir surgiendo. Se crea así una disposición habitual que se hace efectiva por la voluntad no obstante las contrariedades.
«La ofrenda de sí ha de elevarse sin cesar del alma como la expresión más perfecta del amor y como una incitación continua a la misericordia divina; por esta ofrenda el alma respira y aspira este don completo con apresuramientos y afirmaciones de su propia voluntad ¿cómo reparar esta actitud si no es volviéndose a dar mediante una ofrenda que aspira a ser completa y que cada vez se hace más humilde y más desconfiada de sí misma» (Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, p.382)
Conclusión.
Para finalizar, conviene recordar que se nos ha dado un modelo también de esta entrega, nuestra Buena Madre, la Bienaventurada Virgen María. En el día de la anunciación, ella es modelo del don de sí, pues en su fiat se recoge todo lo que se espera, ella en virtud de su plenitud de gracia estaba bien dispuesta para acoger la misión que le sería dada por el ángel, tenía “todas sus energías sosegadamente dirigidas hacia la realización de la voluntad de Dios” (Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, p.385). No pone ningún obstáculo para la realización del plan de Dios, antes bien, lo único que pregunta en su sencillez era cómo habría de avenir su realización, no hay petición de un momento de reflexión o preparación, toda su vida estaba ya dispuesta en la docilidad completa a Dios.
«…Nada hay, pues, que no aguante el que ama perfectamente. Al contrario, si no aguantamos bastante más la causa cierta es que no tenemos el amor que todo lo aguanta. Y si no sufrimos pacientemente algunas cosas, es porque falta en nosotros el amor que todo los sufre. Y si en nuestra lucha contra el diablo fallamos frecuentemente, no cabe dudar que la causa es nuestra carencia de aquel amor que nunca falla» (Orígenes, Comentario al Cantar de los cantares, Prólogo 2, 45)
[1] B. M. E. del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, Espiritualidad, Madrid 2002, p. 371.