Hoy como cristianos miembros de la Iglesia que camina en El Salvador nos alegramos al celebrar la solemnidad de Santa María Reina de la Paz. Hoy volvemos a hacer memoria de como nuestra Buena Madre nos acompaña con su piadosa intercesión y si nos presenta también como modelo de vida en Cristo Jesús Señor nuestro. Ella es la primera discípula y misionera que sale al encuentro de todo hombre para auxiliarle como cuando socorrió a su prima Isabel mientras estaba encinta. Nuestra Buena Madre sale a nuestro encuentro para anunciarnos la llegada de Cristo Jesús, que no es otra cosa sino la Buena Nueva de la paz entre Dios y los hombres que se ha inaugurado con la encarnación del Hijo de Dios en su vientre.
Al profundizar en la antigua profecía del llamado libro del Emmanuel del profeta Isaías, ciertamente en un primer momento recordamos el gozo que pudo haber experimentado el Pueblo de Israel cuando se le anuncia la llegada de un rey que habrá de llevarles a la paz, luego de haber vivido una serie de situaciones adversas, esta profecía se cumplió en un primer momento en el rey Ezequías, sin embargo su reinado tuvo un punto de inicio y un punto final, pero más allá de eso la palabra de Isaías se abre hacia el futuro para anunciar la llegada del un Rey que establecerá una paz definitiva, éste viene caracterizado por los títulos de “Consejero admirable” “Dios fuerte” “Padre Sempiterno” y “Príncipe de la paz”, san Bernardo se maravillaba al contemplar como esta palabra de Isaías se cumple en Jesucristo pues Él «Es Admirable en su nacimiento, Consejero en su predicación, Dios en sus obras, Fuerte en la Pasión, Padre perpetuo en la resurrección, y Príncipe de la paz en la bienaventuranza eterna» (Sermones de diversis 53,1).
Cuando contemplamos a María Reina de la Paz hacemos memoria de su cooperación a la obra de la salvación, a la reconciliación que Cristo Jesús obró entre Dios y los hombres y entre los hombres entre sí, contemplamos a la mujer que con su “Sí” al anuncio de san Gabriel es el signo de la acogida que la humanidad hace de la gracia que habría de venirnos por medio del Niño Jesús nacido en Belén; contemplamos a la mujer que con su presencia de pie junto a la Cruz en el Calvario es la presencia de la humanidad que con sus dolores y angustias busca se une al sacrificio de Cristo; contemplamos a la mujer que junto a los apóstoles en la espera de Pentecostés en el cenáculo es alumna de la paz en la oración en vista acoger el don del Espíritu Santo del cual procede la paz, la unidad , la caridad y el gozo.
La gracia de tener a María santísima bajo la advocación de Nuestra Señora de la Paz como patrona de nuestro país supone un participar en la escuela de Nazareth aprendiendo de ella las virtudes que adornan una vida de santidad particularmente la caridad con el hermano; supone también un continuo diálogo íntimo con ella para que a su vez ella nos enseña a entrar en diálogo con el Señor, ¿no es acaso eso lo que hacemos en el santo Rosario donde al ritmo de Ave Marías contemplamos los misterios de la vida de Jesús? Y supone también una confianza profunda en su intercesión sabiendo que no desoye las súplicas de los que a ella se acogen.
San Óscar Romero, en un editorial escrito en el periódico Chaparrastique recogía estas ideas con ocasión del nombramiento de Nuestra Señora de la Paz como patrona de nuestro país, escribía:
“Esa ejemplaridad de vida, esa participación de intimidad, esa confianza en la intercesión, que deben marcar nuestras relaciones con los Patronos, se deben elevar a proporciones mucho mayores cuando la Patrona que se asigna a una nación es nada menos que la misma Madre de Cristo, bajo un título que de por sí evoca santidad de vida, intimidad y confianza, como es el de Nuestra Señora de la Paz. Hagamos pues, honor al honor que la Santa Sede nos ha hecho al escoger para Patrona de El Salvador a la Reina de la Paz. Crezca en el alma de los católicos salvadoreños esa triple relación con la Santísima Virgen, ya que hoy esos lazos se estrechan más con la proclamación de este Patrono Nacional”.
San Óscar Romero, Chaparrastique 11 de noviembre de 1966
En este día, al meditar en el gran don que nos ha sido concedido en nuestra Buena Madre como patrona de nuestro país y de cada uno de los que en él habitamos, supliquemos al Príncipe de la paz, por su intercesión nos conceda cuatro gracias de paz:
- La primera, la gracia de tener paz interior, que viene del cultivar una amistad íntima con Dios para que con un corazón que se vea fortalecido cada vez más por la acción de la gracia podamos combatir en el buen combate de la fe.
- La segunda, la gracia de la paz en nuestras familias, sobre todo en los tiempos de crisis que nos encontramos, para que sepamos cultivar relaciones que tengan como fundamento el mandamiento del amor y la unidad
- La tercera, la gracia de la paz en nuestra sociedad, para que velando por el bien común, sepamos ser artífices de relaciones fraternas que nos ayuden a vivir en un verdadero ambiente de caridad social que tenga como fundamento la conciencia de ser hijos de un mismo Padre.
- La cuarta, la gracia de la paz de la bienaventuranza eterna, para que viviendo como hombres que tienen como horizonte de sus existencia la eternidad junto a Dios, podamos caminar con la esperanza de la plena realización en nosotros del triunfo de Cristo sobre las fuerza del pecado y de la muerte.
Acudamos a nuestra Buena Madre con alegría en este día haciendo nuestras las palabras de un himno hermoso compuesto en su honor:
Salve oh Reina de Oriente ensalzada, de tus hijos escucha el clamor;
nuestra dulce patrona aclamada, tuyo siempre será el Salvador.
Dulce Madre, a tus plantas llegamos con filial entusiasmo vivaz,
y permite tu frente ciñamos como Reina gentil de la paz
Con estrellas y lirios tejida te brindamos corona de amor;
las estrellas con luz de tu égida y los lirios tu mismo candor.
Eres pura y que el sol más hermosa, de esta tierra magnifico honor;
Fuiste tú entre tantos mortales elegida por el Creador.
Los rencores, el odio, la guerra, las envidias, el falso disfraz,
con tu amor y cariño destierra, y en nosotros que reine tu paz