Solemnidad Jesucristo Rey del Universo – Ciclo A
• Ez 34, 11-12. 15-17. A vosotros, mi rebaño, yo voy a juzgar entre oveja y oveja.
• Sal 22. El Señor es mi pastor, nada me falta.
• 1Co 15, 20-26. 28. Entregará el reino a Dios Padre, y así Dios será todo en todos.
• Mt 25, 31-46. Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.
Llegado el final del año litúrgico comenzamos la última semana del Tiempo Ordinario con la Solemnidad de Cristo Rey del Universo. Luego de haber contemplado y celebrado los misterios de nuestra fe a lo largo de un año, la Iglesia nos invita a hacer memoria el origen, el centro y el fin de todo nuestro itinerario de vida: Jesucristo. Proclamar a Cristo Rey nuestro, es proclamar su soberanía, su gobierno, su Señorío sobre nosotros. Señorío que se adquirió en el madero de la Cruz ya que Él nos ha rescatado ahí de las tinieblas del pecado y de muerte.
Jesús es rey, pero no a la manera de un gobernante despótico y mezquino, sino a la manera del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Nuestro Rey se nos revela en la hora de su Pasión, llevando por corona unas espinas, por cetro unos clavos, por túnica nuestra piel y por trono la cruz. Este rey nos enseña que el verdadero poder está en el servicio, con cuantas atenciones y cuidados describe el profeta Ezequiel la actitud del Señor que sale como Pastor solícito a buscar a cada una de sus ovejas, busca a la perdida, venda a la herida, cura a la enferma, congrega a la dispersas, cuida de las fuertes y las conduce al aprisco a donde podrán descansar y alimentarse de verdes pastos.
Él, viendo que éramos indigentes, que no teníamos nada, que andábamos errantes por el camino de la vida, que vivíamos sumidos en el pecado y sus consecuencias, ha salido a nuestro encuentro y nos ha rescatado, nos ha dado no sólo un nuevo modo de ver la vida desde la fe, sino que nos ha dado la gracia para poder combatir; y no obstante aún hoy experimentamos la debilidad propia de nuestra condición humana a pesar de los continuos propósitos de enmienda que realizamos, Él no desdeña salir nuevamente por nosotros hasta que le sigamos de modo definitivo a Aquel aprisco de paz eterna donde como un sólo rebaño descansaremos junto a Él.
Cuando niños todos anhelamos estar junto a mamá o junto papá que nos cuidan y nos aman, cuando somos más grandes anhelamos pasar largos ratos en compañía con nuestros amigos jugando, conversando, riendo, teniendo aventuras o simplemente estando juntos; cuando somos mayores buscamos pasar largos ratos junto a aquella persona amada a la que nos hemos querido entregar totalmente y con la cual decidimos tomar un día la decisión de formar una alianza para toda la vida y formar una familia, cuando somos ancianos buscamos gozar de la presencia de aquellos amados nuestros con los que convivimos por tanto tiempo y por los que desgastamos nuestras vidas, cuando finalmente llegue la última hora, el momento supremo de dejar este mundo, ¿acaso no se estremecerá nuestro corazón cuando nos encontremos definitivamente con el Amor de nuestras vidas para entrar definitivamente en la gloria de su Reino?
«De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el signo de la cruz hace reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como sacerdotes, a fin de que, puesto aparte el servicio particular de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y que usan de su razón se reconozcan miembros de esta raza de reyes y participantes de la función sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto, más regio para un alma que gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué hay más sacerdotal que consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer en el altar de su corazón las víctimas sin mancha de la piedad?» (San León Magno, serm. 4, 1).
Nuestro Rey, es un rey de amor, reina en nuestros corazones con la fuerza soberana de la Misericordia, Él que nos ha tratado con tanta solicitud y cuidado busca que su amor produzca frutos de vida eterna en nuestras vidas. Aquel que ama procura el bien a su amado, pero ¿qué bien podríamos dar nosotros al Autor de todo Bien? ¿que podríamos darle a Dios que Él no posea ya? Santa Catalina de Siena nos enseña que para poder corresponder a su amor Dios nos ha dado al prójimo, identificándose sobre todo con aquellos que son despreciados por la sociedad. De ahí que aquel que dice amar a Dios ha de amar al prójimo. De ahí la razón de ser de que en Juicio Final, en aquel supremo examen de la última hora donde todo lo oculto será revelado, nuestro Rey y soberano nos examinará en el amor, como decía san Juan de la Cruz.
“Vengan benditos de mi Padre, reciban el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Vengan, ustedes que han amado a los pobres y a los extranjeros. Vengan, ustedes que han permanecidos fieles a mi amor, porque yo soy el amor. Vengan, ustedes los pacíficos, porque yo soy la paz. Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes.
No han rendido homenaje a la riqueza, sino que han dado limosna a los pobres. Han sostenido a los huérfanos, ayudado a las viudas, han dado de beber al que tenía sed y de comer al que tenía hambre. Han acogido a los extranjeros, vestido al que estaba desnudo, han visitado al enfermo, consolado a los presos, acompañado a los ciegos. Han guardado intacto el sello de la fe y se han reunido con la comunidad en las iglesias. Han escuchado mis Escrituras deseando mi Palabra. Han observado mi ley día y noche y han participado en mis sufrimientos como soldados valientes para encontrar gracia ante mí, vuestro rey del cielo. Vengan, tomen en posesión el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. He aquí que mi reino está preparado y mi cielo está abierto. He aquí que mi inmortalidad se manifiesta en toda su belleza. Vengan todos, reciban en herencia el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”
San Hipólito de Roma (homilía atribuida), Tratado sobre el fin del mundo 41-43
IMG: «Cristo Rey» de Jan van Eyck