Creyendo con sencillez

Lunes – I semana de adviento

Is 2, 1-5. El Señor congrega a todas las naciones en la paz eterna del Reino de Dios
Sal 121. R/ Vamos alegres a la casa del Señor.
 †Mt 8, 5-11. Vendrán muchos de oriente y occidente al reino de los cielos

El libro de Isaías es particularmente citado por la Sagrada Liturgia durante el tiempo de adviento, éste es el libro del Antiguo Testamento más citado en el Nuevo después de los Salmos, se caracteriza por su extensión (66 capítulos) y por su claridad a la hora de anunciar en sus oráculos la llegada de Jesucristo como el Mesías y cómo se obraría la salvación,  san Agustín decía que «Este profeta, entre las reprensiones que hace, las instrucciones que da y las amenazas futuras que anuncia al pueblo pecador, profetizó sobre Cristo y sobre la Iglesia (…) muchas más cosas que los otros [profetas]. Tan es así, que algunos dicen que es más evangelista que profeta».

En el texto que nos presenta la Liturgia de la Palabra en este día encontramos dos ecos de esta enseñanza, en un primer momento el texto de hoy se entiende como un oráculo de esperanza para el Pueblo de Israel a la vuelta del exilio que habían sufrido a causa de las invasiones asirias, pero también se ha visto en éste la reconstrucción final de Israel con la llegada del Mesías, y la salvación que este proporcionará a los “supervivientes” que hayan quedado, reuniéndolos en el Monte Sión.

Subir al monte del Señor, es una imagen clásica de los escritos del Antiguo Testamento para describir la entrada al lugar de la presencia de Dios, ahí donde Él se encuentra, ciertamente la primera lectura nos recuerda las características de la llegada de los tiempos mesiánicos. En torno a la presencia de Dios los pueblos se reúnen para reconocerlo y alabarlo, en Él se congregan todas las naciones es el lugar de comunión. Dios comunica su Palabra, el Señor se revela y se manifiesta a su Pueblo. Él se comunica a sí mismo y hace entrar a su Pueblo en relación con Él. Dios se presenta como aquel que imparta justicia entre las naciones, aquel que otorga a cada quien lo que le corresponde fruto de la justicia es la paz por la cual ya no hay necesidad de armas de combate, reina la armonía pues el justo juez gobierna sobre la tierra.

Ciertamente todo esto es imagen de Cristo Jesús, el Hijo de Dios que ha venido en medio de las naciones encarnándose en el seno de María santísima, y que al final de los tiempos volverá para llevar a su plenitud la obra que ha comenzado, Cristo congrega en su Cuerpo Místico, la Iglesia a todas las naciones, formando un solo pueblo, donde reina la comunión en el amor Él es la Palabra en que se nos ha revelado el Padre, es el Justo juez que ha venido a justificar a cuántos se acogen a su misericordia, el devuelve la paz a los corazones y los pueblos que acogen la Buena Nueva de la salvación.

Contemplar las promesas de los tiempos mesiánicos que han sido inaugurados por Jesús, enciende nuestra esperanza, puesto que no obstante las situaciones difíciles que podamos experimentar en el día a día, grandes o pequeñas, sabemos que Aquel que vino hace más de dos mil años en el portal de Belén habrá de venir nuevamente al final de los tiempos para la restauración del Universo entero según el plan de Dios, mientras tanto en todo acto de virtud, en toda obra de misericordia, en todo acto de justicia y paz, en todo acto de acogida del prójimo,  el Reino de Dios comienza a manifestarse y hacerse presente, en espera de su plena realización.

“Nuestra ciudad e la Iglesia santa, que en parte todavía peregrina en la tierra y en parte ya reina con el Señor en el cielo y reinará ya perfecta para siempre con Él al fin del mundo. Porque todos debemos entrar en esta ciudad y nadie se puede excusar de este camino de salvación. Es necesario que todos nos incirbamos en el censo debido al nacido rey, es decir, hemos de obedecer los mandamientos divinos ahora en la unión con la Iglesia presente y caminar infatibalemente por el camino de las buenas obras hasta entrar en la patria celestial”

Beda el Venerable, Homilías sobre los Evangelios, 1, 6

El milagro sobre el criado del centurión nos presenta la gran compasión de Jesús por las aflicciones de los hombres, el romano acostumbrado a seguir una cadena de obediencia dado su oficio militar es capaz de reconocer la autoridad y el poder del Divino Maestro, así como tiene el suficiente valor para abajarse y pedirle la gracia de la sanación de su criado, esto le mérita el reconocimiento de parte del Señor.

A la vez Jesús aprovecha no sólo de realizar un milagro, sino de anunciar la salvación para todos los pueblos. Si bien es cierto que el pueblo de Israel había sido elegido para que en el naciera el Mesías salvador, no hemos de olvidar que su vocación es congregar en sí todas las naciones, como nos los recordará el profeta de Isaías tantas veces en este tiempo en que nos preparamos para conmemorar la primera venida del Salvador y nos preparamos para la segunda, vocación que se realiza en el Nuevo Pueblo de Israel que es la Iglesia.

La Iglesia en su sabiduría nos hace pronunciar estas mismas palabras del centurión antes de acercarnos a recibir el Cuerpo del Señor en la Santa Misa, con ello nos mueve a hacer un acto de fe con el que se aviva nuestro amor por Jesucristo y nuestra confianza en Él, nuestro salvador y redentor.

«¿ Qué pensamos alabó en la fe de éste? La humildad. Señor, no soy digno de que entres… Esto alabó, y porque la alabó entró allá. La humildad del centurión fue la puerta por donde el Señor entró a posesionarse plenamente del que ya poseía»

San Agustín, Sermones, 6, 1

Adviento nos recuerda que la esperanza de la gloria futura, se alimenta de la fe pura y sencilla de aquellos que como el centurión reconocen en Cristo al Dios vivo y verdadero que todo lo puede, por eso cada vez que nos acercamos a Él en la oración, máxime la Santa Misa, nosotros decimos llenos de gozo “vamos con alegría a la casa del Señor”, vamos con alegría al encuentro del amor, vamos con alegría ante la presencia del amado, vamos como hermanos unidos en el amor del Señor.

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de un corazón manso y humilde como el suyo para poder acercarnos a recibirle con alegría y esperanza, reconociéndonos hermanos y miembros de este Pueblo que ha sido convocado de todos los extremos del orbe en su Iglesia.

IMG: «Jesús y el Centurión Romano» Codice Egberty (Siglo X)