Viernes – I Semana de Adviento
• Is 29, 17-24. Aquel día verán los ojos de los ciegos.
Sal 26. El Señor es mi luz y mi salvación.
• Mt 9, 27-31. Jesús cura a dos ciegos que creen en él.
Las promesas mesiánicas se nos presentan como el anuncio de un período en el que el reino de las tinieblas que ciegan la mirada del hombre será derrotado por Aquel que es “la Luz que ilumina a las naciones y la gloria de Israel” (Lc 2, 32). El Hijo de Dios, Palabra eterna del Padre, nos muestra la verdad acerca de nuestra vida, de nuestra historia, de nuestra existencia. Él da sentido a todo nuestro ser y obrar.
El pecado termina cegando la mirada del hombre y embotando su corazón, el hombre sumido en él vaga por caminos errados, que le conducen a la perdición y la miseria. Jesús da una nueva luz a nuestros ojos, la luz de la fe, la cual no sólo nos hace capaces de reconocer la grandeza que llevamos en nosotros al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, sino que nos lleva también a redescubrir como por su pasión, muerte y resurrección nos hemos convertido en hijos de un mismo Padre, y por tanto fluye en cada hebra de nuestro ser su misma vida divina.
Al contemplar así las maravillas que obra en nosotros, nos sentimos impulsados a llevar una vida conforme a esa realidad, no sólo somos iluminados por su luz, sino que nos convertimos en Él en verdaderos hijos de la luz, que hacen resplandecer la gloria de Dios en medio del mundo a través de su testimonio de vida.
«El Señor es nuestra luz, Él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica, extendida por doquier. A Él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino, todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, el Hijo, revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y cuando quiere»
San Juan de Nápoles, Sermones 7.
El niño que nacerá en Belén es la luz que nos llega de lo alto, Él disipará las tinieblas que aquejan nuestros corazones, toda tristeza, toda melancolía, toda aflicción, toda inseguridad y temor, toda tentación e incluso la misma muerte, será finalmente derrotada por Aquel que es el autor de la vida, por ello con el salmista podemos decir en este día “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién podre tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida; ¿quién podrá hacerme temblar…La bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía” Sal 26, 1.13-14
Roguemos al Señor nos conceda redescubrir en nuestra historia la esperanza que ha sembrado en nuestros corazones, para jubilosos le acojamos en esta Navidad.
IMG: Adoración de los pastores de Matias Stomer