Martes – II semana de adviento
Is 40, 1-11. Dios consuela a su pueblo
Sal 96. Aquí está nuestro Dios, que llega con fuerza
Mt 18, 12-14. Dios no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños
Uno de las grandes palabras que resuenan en el adviento es la de la consolación del Pueblo de Israel, los sufrimientos experimentados en el destierro de Babilonia que llegan a su fin según la profecía de Isaías son proyectados a lo largo de los siglos en los sufrimientos que los hombres de toda época sufren a causa del pecado y sus consecuencias, quien lleva una vida lejos de Dios y su amor, es como aquel que se encuentra como extranjero en tierra desconocida, es más, su dolor se asemeja al de aquellos que contra su voluntad fueron llevados a una nación que no era la propia. Los trabajos que supone nuestra existencia terrena cuando no son puestos en el horizonte más amplio al cual nos da acceso la luz de la fe, simplemente son fatiga sin sentido, pesadumbre, un verdadero valle de lágrimas como decimos en la oración de la Salve.
La luz de Cristo que nace en Belén para salvación de la humanidad entera, ilumina nuestro sendero y nos hace poner la mirada en la patria verdadera, la Jerusalén del cielo, la gloria de Dios que no termina y de la cual gozan los ángeles y santos, esa perspectiva de eternidad, es recuperada por la gracia que ha brotada del corazón herido por amor de nuestro Redentor. Jesús sale al encuentro de la humanidad caída como el Buen Pastor, que no escatima ningún esfuerzo por rescatar a la oveja que se le ha perdido, la agonía y sufrimiento de su muerte en cruz en obediencia a la voluntad del Padre, se transforman en alegría en cada hombre que por la fe entra en caminos de conversión, nuestra regreso a la casa del Padre es el gozo del Corazón de Jesús. En el evangelio de san Lucas el ejemplo de la oveja pérdida se inserta como sabemos en el marco de las parábolas de la misericordia, sin embargo en el evangelio de san Mateo se encuentra en medio del llamado discurso eclesiástico, de aquellas palabras que nuestro divino Maestro dirigió en vistas a la vida de la Iglesia, en este sentido adquiere un nuevo matiz, aquí concluye Jesús diciendo que “el padre celestial no quiere que se pierda un solo de estos pequeños” (Mt 18, 14) en este contexto por pequeños entendemos aquellos que experimentan alguna debilidad, alguna dificultad que les hace difícil avanzar, a aquellos que aún se encuentran como niños en la fe con quienes hay que tener paciencia y ayudarles a encaminarse hacia el recto sendero.
«Si queréis emular a Dios, puesto que habéis sido creados a su imagen, imitad su ejemplo. Vosotros, que sois cristianos, que con vuestro mismo nombre estáis proclamando la bondad, imitad la caridad de Cristo, (…) pastor de las cien ovejas, que, cuando una de ellas se aleja del rebaño y vaga errante, no se queda con las otras que se dejaban apacentar tranquilamente, sino que sale en su busca. (…) Pensemos en lo que se esconde tras el velo de esta imagen. Esta oveja no significa, en rigor, una oveja cualquiera, ni este pastor es un pastor como los demás, sino que significan algo más. En estos ejemplos se contienen realidades sobrenaturales. Nos dan a entender que jamás desesperemos de los hombres ni los demos por perdidos, que no los despreciemos cuando se hallan en peligro, ni seamos remisos en ayudarlos, sino que cuando se desvían de la rectitud y yerran, tratemos de hacerlos volver al camino, nos congratulemos de su regreso y los reunamos con la muchedumbre de los que siguen viviendo justa y piadosamente»
San Asterio de Amasea, Homiliae 13.
Este tiempo santo que vivimos debe ser ocasión para resolvernos a examinar nuestra vida con serenidad y buscar acercarnos cada vez más al Señor, a adquirir un nuevo modo de ver la vida a la luz de la Palabra de Dios, aprender a dar pasos en fe dando gloria al Señor con cada una de nuestras acciones por amor, de ese modo comenzaremos a experimentar del gozo de aquellos que entran en su voluntad.
IMG: «Buen Pastor» Bernhard Plockhorst