Congregando en Cristo a todos los pueblos

Martes – III semana de adviento

So 3, 1-2. 9-13. Daré a David un vástago legítimo
Sal 33. El afligido invocó al Señor, y Él lo escuchó
Mt 21, 28-32. Vino Juan y los pecadores le creyeron

Uno de los grandes signos de la llegada de los tiempos mesiánicos es la realización de la vocación de Israel de convertirse en el Pueblo que congregaría en sí a todos los pueblos. La palabra profética de Sofonías es pronunciada en este sentido. Israel tiene una vocación universal pues en él se reúnen todas las naciones para dar gloria al Hijo de Dios que como el Buen Pastor reúne a las ovejas, reunirá a la humanidad entera entera rescatándola del pecado y de la muerte.

La palabra que escuchamos hoy evoca en primer lugar una llamada de atención a Jerusalén a causa de su soberbia, sin embargo rápidamente vemos un cambio pues se habla de un proceso de purificación por el cual habrá de pasar para llevar a cabo el plan de Dios.  A lo largo de la historia de la salvación es posible observar como numerosas veces los hombres que habían pactado una alianza con Dios terminan cayendo en infidelidad, se distancian, sin embargo un resto siempre permanece fiel, es de en medio de ese resto que el Señor habrá de suscitar al Salvador del mundo, en ese resto resplandecerá la gloria y el poder de Dios.

Sabemos que las profecías se han cumplido en Jesucristo, de hecho las características con que se describe al resto de Israel “pobre y humilde” según la antigua biblia judía en griego (LXX) lo especifica como manso y humilde, que serán los mismo atributos con los que Jesús identificará su Corazón. Él es la respuesta de lo Alto frente al problema del pecado y de la muerte que oprimen al hombre, en Él todos aprendemos lo que significa ser hombre, lo que significa ser hijo amado del Padre, en nuestro amado Jesús encontramos una verdadera escuela de amor, Él es puente de comunión entre tantos y a la vez amor que ama personalmente a cada uno, Él es el vínculo de comunión entre Dios y los hombres y entre los hombres entre sí. Él es la respuesta de Dios al clamor sufriente de la humanidad.

En un primer momento en su sentido más literal, la parábola de los dos hijos es una llamada de atención a los Escribas y Fariseos, que escuchando la predicación de Juan Bautista y viendo sus efectos en la vida de tantos pecadores que se convertían no le creyeron, no se dispusieron a acoger el Reino que llegaba con Cristo Jesús, antes bien, la Buena Nueva del Señor fue acogida primero por aquellos que eran despreciados por la sociedad, recordemos que algunos capítulos atrás hemos visto la escena de la mujer pecadora que enjuga con sus lágrimas y cabellos los pies de Jesús, así como la llamada de Mateo, un publicano que dejaría todo para convertirse en un discípulo del Divino Maestro.

Jesús nos enseña como en medio de las dificultades que el hombre pueda experimentar siempre  le es posible volver a vivir según el espíritu del Reino de los Cielos entrando en la voluntad del Padre como buenos hijos, no importa si sus pecados son graves como la injusticia de un Publicano o la vida disoluta asociada a la prostitución, si el pecador se convierte gozará de la misericordia de Dios y de la vida, el único obstáculo que se puede poner es el de la propia soberbia del que no quiere aceptar el don del Señor.

Benedicto XVI en alguna ocasión[1] nos recuerda que en este pasaje del Evangelio no encontramos sólo dos hijos: “uno que dice sí pero al final no cumple” “uno que dice no pero al final sí cumple” sino que encontramos un tercero también, uno que dice: sí y cumple la voluntad del Padre, éste es Aquel que predica, éste es Jesús a quien al que san Pablo en la carta a los Filipenses nos presenta como modelo de obediencia por amor, una obediencia hasta la muerte, y muerte de Cruz

La obediencia es la virtud de los que aman al Padre celestial. Obedecer no es otra cosa que entrar la voluntad de otro. La obediencia de los hijos de Dios no es otra cosa sino el abandono en su voluntad amorosa que no busca sino nuestro bien, y nuestro Bien supremo que es vivir en comunión con Él. Por ello es que en todas nuestras acciones nosotros buscamos amarlo, conocerlo y servirlo. Hemos de aspirar a perfeccionar cada vez más nuestra obediencia al Padre de modo que sea siempre pronta (a la primera), alegre (sin refunfuñar, sin quejarse, sin malas caras) y sencilla (sin complicaciones que buscan manipular las cosas para salirme con mis egoísmos).

En pocas palabras, la obediencia de la fe que busca que conformemos nuestra voluntad con la de Dios:

«Y aunque es cierto que su Divina Majestad sólo tiene una simple y única voluntad, nosotros la llamamos con nombres diferentes, siguiendo la variedad de medios por los que la conocemos, según la cual estamos diversamente obligados a conformarnos a ella. La doctrina cristiana propone claramente las verdades que Dios quiere que creamos, los bienes que quiere que esperemos, las penas que quiere que temamos, los mandamientos que quiere que cumplamos y los que consejos que quiere que sigamos; a todo esto se llama voluntad divina significada, pues por ella Dios nos significa y señala cómo desea que todo sea creído, esperado, temido, amado y practicado» (San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, Libro VIII, 8, 3)

Roguemos al Señor nos conceda la gracia en este día de prepararnos al nacimiento de nuestro Señor Jesucristo disponiendo nuestro corazón a la voluntad del Padre, para que por la obediencia de la fe, también nosotros pasemos a gozar de las maravillas que ha preparado para los que hacen su voluntad.

IMG: Vitral que presenta a Jesé y el vástago que surge de él, en la iglesia de Todos Los Santos en Sussex, Inglaterra