Del Cielo a la tierra

Miércoles – III semana de adviento

• Is 45, 6c-8. 18. 21b-25. Cielos, destilad desde lo alto.
• Sal 84. Cielos, destilad desde lo alto al Justo, las nubes lo derramen.
• Lc 7, 19-23. Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído.

Isaías, a quien podemos llamar con singular aprecio “el profeta del adviento”, vuelve a anunciarnos la llegada del Señor en la historia. Ciertamente en un primer momento la esperanza infundida por esta palabra se refiere a la llegada de Ciro, rey de Persia, bajo cuyo dominio habría de volver el Pueblo de Israel del exilio en Babilonia para reconstruir el Templo y la ciudad santa. Sin embargo, sabemos que esta profecía pronunciada tiene un claro carácter mesiánico, es decir, abierta al futuro nos anuncia la llegada del Ungido del Señor para salvar a la humanidad.

Los cristianos habitamos en este mundo como peregrinos, es decir, como hombres que se encuentran en tierra extranjera rumbo a la tierra prometida por el Señor, ahí donde Él gobierna con un reinado de amor, de justicia y de paz. Con esa perspectiva, escuchamos las palabras de este día con profunda esperanza puesto que nuestro Señor y Salvador está por venir para llevarnos a aquella tierra que mana leche y miel, esa tierra de gozo eterno, todo el plan de Dios sobre su creación tiene como fin ser una manifestación de su gloria, ya lo decía el profeta, Dios no ha creado la tierra “para que quedara vacía , sino para que fuera habitada”, aunque por el pecado las relaciones entre sí, las relaciones con Dios, y las relaciones del hombre con la creación se han visto heridas, Jesucristo salvador, llega para reconciliar todas las cosas, por eso hoy resuenan en nuestros corazones aquellas palabras que decía “Vuélvanse a mí y serán salvados”

El versículo 8 de este capítulo, es el texto clásico del tiempo de adviento “Dejen, cielo caer su rocío y que las nubes lluevan al justo; que la tierra se abra y haga germinar al Salvador”, preciosas palabras en las que la Iglesia a lo largo de los siglos ha visto la llegada del Hijo de Dios que asume nuestra naturaleza humana para rescatarnos de las fuerzas del mal, como no escuchar las resonancias de este texto mesiánico en las palabras de nuestro Credo “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de santa María, virgen, y se hizo hombre”. Es el encuentro entre el amor misericordioso del Corazón de Jesús que se abaja a nuestra miseria, para transformarla y hacer de nosotros hombres nuevos, que vayan den frutos de vida eterna en los que se manifiesta la gloria de su Señor.

Es justo esto lo que vemos en el santo Evangelio, los enviados de Juan pregunta a Jesús, si Él es aquel al que esperan, y nuestro Señor con sus obras de misericordia les revela la respuesta, “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyent, los muertos, resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva” han llegado los tiempos del mesiánicos, los tiempos en los que el Ungido del Señor viene a rescatar la humanidad caída en el sufrimiento y el dolor.

«El hombre por sí mismo no puede ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede manifestarse
a los hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera. Dios, que todo lo puede, fue
visto en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el Hijo gracias a la
adopción filial y será visto en el reino de los cielos como Padre. En efecto, el Espíritu
prepara al hombre para recibir al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la
vida eterna le da la inmortalidad, que es la consecuencia de ver a Dios.
Pues, del mismo modo que quienes ven la luz están en la luz y perciben su esplendor,
así también los que ven a Dios están en Dios y perciben su esplendor. Ahora bien, la
claridad divina es vivificante. Por tanto, los que contemplan a Dios tienen parte en la vida
divina.»

San Irineo de Lyon, Oficio de lectura del Miércoles de la III semana de Adviento

Al contemplar la Palabra de Dios en este día, nuestro corazón se conmueve, y reconoce en el niño que ha de nacer en Belén al Salvador del Mundo, su Amor misericordioso se revela de muchas maneras en nuestra historia, ¡cuántos signos y prodigios hemos de ver de la bondad del Señor en nuestras vidas! ¡Cuántas ocasiones en las que Él ha manifestado su amor por todos y cada uno de nosotros! ¡Cuántas ocasiones de gracia y bendición! Al contemplar la gloria del Niño Dios nacido en Belén ¿cómo podríamos quedar indiferentes? ¿cómo no dejar que su Palabra, como la lluvia empapa la tierra para que esta produzca fruto, penetre nuestras vidas y transforme nuestro modo de pensar, de sentir y de obrar de modo que produzcamos frutos de vida eterna en obras de misericordia?

Si hoy escuchas su voz, no endurezcas el corazón.

IMG: Miniatura de un salterio que contiene las palabras «Rorate caeli de super…» que evocan el pasaje de Isaías.