21 de diciembre
Cant 2, 8-14. Aquí viene mi amado saltando por los montes
Sal 32. Demos gracias a Dios, al son del arpa
Lc 1, 39-45. ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?
Conforme nos acercamos al día de Navidad nuestro corazón junto con el de toda la Iglesia exulta de alegría. En el Niño que ha de nacer en Belén encontramos al Hijo de Dios que se hizo hombre por nosotros para un día morir en el madero de la Cruz y rescatarnos de las garras del pecado y de la muerte, nos ha abierto las puertas del cielo, y nos ha dada una nueva vida como hijos amados del Padre participando de la vida nueva que viene del encuentro con el Resucitado.
Así como la esposa se muestra alegre y ansiosa ante la llegada de su amado, así se encuentra el corazón del cristiano ante Cristo que llega, la esposa reconoce en la distancia la llegada del esposo, escucha su voz que le dice “Levántate…” preciosa palabra, este mismo verbo es el que utilizó Jesús para restituir la salud al paralítico, es más es el mismo verbo que utiliza la Sagrada Escritura para anunciar la resurrección del Señor, levantarse, estar en pie, es propio de aquel que tiene vida en plenitud, es propio de aquel que tiene buen ánimo y que goza de buena salud, “levántate, amada mía, esposa mía y ven. Mira que el invierno ya pasó; han terminado las lluvias y se han ido” (Ct 2, 8). Dulces palabras que se encuentra en la boca de aquel que viene con gracia y prontitud en pos de su amada, de ahí la imagen del ciervo que va por las montañas, hermoso y consolador mensaje que se anuncia con la llegada de Jesús en Belén, Dios ha visto con amor a la humanidad, como aquel esposo se asoma por la ventana para contemplar a la mujer que ama, sino que se une a ella, la transforma, la dignifica pues en Jesucristo, nuestra humanidad ha gozado de la amistad plena del amor divino.
La alegría de la navidad es similar a la de la primavera, el frío del invierno pasa, la soledad, sequedad y falta de calor propio de la ausencia de vida termina, todo se renueva. Esto sucede en el corazón de todo hombre que acogiendo el mensaje de la Buena Nueva de la salvación entra en la conversión del corazón y se vuelve al Señor, el frío del pecado, del orgullo, de la soberbia, de la indiferencia y del egoísmo, se va extinguiendo, la soledad, tristeza e insatisfacción del lujurioso, del glotón y del avaro llegan a su fin, la falta de calor que hay en el corazón resentido e indiferente concluye. La vida vuelve, el gozo embarga el corazón del hombre ante el encuentro del Niño que nacerá en el pesebre, el alma del hombre se estremece ante las palabras del Señor que viene y le dice “déjame ver tu rostro y hazme oír tu voz, porque tu voz es dulce y tu rostro encantador” (Ct 2, 14)
Esa alegría que marca la llegada de Cristo es la que embargaba a María, su madre, para salir al encuentro de santa Isabel, Aquella que no conoció pecado ¡con cuanta ternura y docilidad de corazón recibiría en su vientre al Redentor de la humanidad! ¡cuánta disposición interior acogió su mensaje y su amor misericordioso! La alegría de María santísima nos revela la actitud del cristiano que se sabe amado por Dios, se pone al servicio de aquel que le necesita, el cristiano busca transmitir su alegría donándose al otro en un acto de amor, tal y como nuestra Buena Madre se apresura a asistir a santa Isabel, a quien Juan Bautista y el Espíritu Santo mueven para elevar una alabanza, es más una bienaventuranza a la que escuchó la palabra, “Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor” Lc 1, 45.
Esa palabra se cumple en todo hombre, en toda comunidad, en toda sociedad que se abre al Señor, que se dispone a escuchar su voz, que cree en su palabra. El Niño Jesús nos anuncia a Buena Nueva de la salvación, Cristo sale a nuestro encuentro en la alegría de aquellos hombres y mujeres que nos transmitieron la fe y ahora busca que ustedes y yo como verdaderos discípulos misioneros vayamos y hagamos lo mismo, contagiemos la alegría de aquel que sabe que encontró el puerto seguro, el tesoro escondido, la perla preciosa, en el amor de su vida.
IMG: «Visitación» de Rafael Sanzio