Un mensajero particular

23 de diciembre – Feria mayor tiempo de adviento

Mal 1-4.23-24. Les enviaré al profeta Elías, antes de que llegue el día del Señor
Sal 24. Descúbrenos, Señor, al Salvador
+Lc 1, 57-66. Nacimiento de Juan el Bautista

Estamos en los últimos días del tiempo de adviento, estamos en los últimos días de este itinerario de preparación a la celebración de la gran Solemnidad de la Navidad, estamos llenos de profunda esperanza ante la inminencia del cumplimiento de la promesas acerca de la llegada del Mesías Salvador.

En este contexto nuestra madre, la Iglesia, nos invita meditar las últimas palabras del último libro del Antiguo Testamento, estamos contemplando el capítulo 3 de la profecía de Malaquías. Como todos los profetas, él busca llevar al Pueblo de Dios un mensaje de salvación que habría de ser correspondido con la conversión del corazón. En particular la palabra que escuchamos hoy en la primera lectura es la respuesta de Dios ante aquellos que en aquel entonces, al igual que muchos hoy, se plantean la pregunta ¿por qué a los injustos, a los que transgreden los mandatos del Señor, a los que se portan mal, parece que todo les sale bien en este mundo? ¿qué cuenta tiene entonces todos los esfuerzos que los hombres que buscan vivir en justicia? ¿es acaso Dios injusto?

La palabra que el Señor dirige, lleva al hombre encontrar la respuesta ante esta pregunta no en este mundo, sino que le hace contemplar un horizonte más amplio, le lleva a tener una visión sobrenatural de la historia y contemplarla con una mirada de fe, y es ahí donde da una respuesta: Él mismo en persona llegará y hará justicia. Sin embargo esta llegada se ve marcada por la aparición de un mensajero, de un heraldo del Señor, que habrá de preparar su camino, buscando la conversión del corazón y la salvación de aquellos que se encontraban por senderos desviados, la misericordia del Señor se manifestará en él, puesto que su labor es la de purificar los corazones. Este mensajero actuaría con el espíritu de Elías.

Según una antigua tradición judía, así como el profeta había sido arrebatado en un carro de fuego hacia el cielo, así un día habría de regresar. Su venida sería la señal de la llegada de los tiempos mesiánicos, el Ungido del Señor, el salvador del Pueblo de Israel, se vería precedido por su llegada. Sabemos que la Iglesia a la luz de las palabras de Jesús ha visto en este mensajero, que preparía los caminos y que actuaría con el espíritu de Elías, a san Juan Bautista.

De hecho el hijo de Zacarías será como la bisagra que une el Antiguo y el Nuevo Testamento, el será el último de los profetas y preparía los corazones para el encuentro con el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, como hizo con san Andrés y otro discípulo. Juan será el gran profeta que actuando con el poder de Elías, dispondrá todo para la llegada del Señor Jesús que viene para liberarnos de la escoria del pecado y hacer de nuestros corazones un preciado a tesoro, el cual será la ofrenda agradable que podemos presentarle en unión al santo sacrificio de la Misa.

«Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. (…) Es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. (…) Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre. (…) Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro»

San Agustín, Sermones 293,2-3

De todo esto se sigue, que la contemplación del nacimiento del Bautista que hemos escuchado en el evangelio sea una profunda ocasión de alegría y júbilo. De modo inmediato claro está se trata de un sentimiento natural que se puede expresar al ver como el un matrimonio que no había podido concebir un hijo finalmente, por gracia de Dios, puede contemplar el nacimiento del fruto de su amor que tanto habían anhelado, Dios irrumpe en la historia de esta familia y les lleva a gozar de este don particular.

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«Todo el evento del nacimiento de Juan Bautista está rodeado por un alegre sentido de asombro, de sorpresa, de gratitud. Asombro, sorpresa, gratitud. La gente fue invadida por un santo temor a Dios «y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas» (v. 65).

Hermanos y hermanas, el pueblo fiel intuye que ha sucedido algo grande, incluso si humilde y escondido y se pregunta «¿Qué será este niño?» (v. 66). El pueblo fiel de Dios es capaz de vivir la fe con alegría, con sentido de asombro, de sorpresa y de gratitud. Vemos a aquella gente que hablaba bien de esta cosa maravillosa, de este milagro del nacimiento de Juan, y lo hacía con alegría, estaba contenta, con sentido de asombro, de sorpresa y de gratitud. Y viendo esto preguntémonos: ¿cómo es mi fe? ¿Es una fe alegre o una fe siempre igual, una fe «plana»? ¿Tengo un sentido de asombro cuando veo las obras del Señor, cuando escucho hablar de cosas de la evangelización o de la vida de un santo, o cuando veo a tanta gente buena: ¿siento la gracia dentro, o nada se mueve en mi corazón? ¿Sé sentir las consolaciones del espíritu o estoy cerrado a ello? Preguntémonos cada uno de nosotros en un examen de conciencia: ¿cómo es mi fe? ¿es alegre? ¿está abierta a las sorpresas de Dios? Porque Dios es el Dios de las sorpresas: ¿he «probado» en el alma aquel sentido de estupor que hace la presencia de Dios, ese sentido de gratitud? Pensemos en estas palabras, que son estados de ánimo de la fe: alegría, sentido de asombro, sentido de sorpresa y gratitud.»

Papa Francisco, Angelus 24 de junio de 2018

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Podría decir incluso que la mirada va más allá de una alegría meramente natural, ya que esta ve sobrenaturalizada a la luz de la palabra que el Señor había anunciado a Zacarías. Esta santa alegría inundó el corazón de santa Isabel pues no solo fue librada de la esterilidad sino que también fue elegida como madre del que habría de preparar los caminos del Señor; esta santa alegría sería también la que haría que la lengua de Zacarías se soltará dando alabanzas al Señor pues no sólo contemplaba el nacimiento de su hijo sino que lo contemplaba como un niño que llegaría ser el hombre que habría de preparar la llegada inminente del Salvador de la humanidad; en última instancia la alegría de aquellos ancianos de Israel tendría su fuente en Cristo Jesús, pues todo lo que Juan realizó y todo lo que se vivió en torno a él, ha tenido como objetivo preparar el camino al Ungido del Señor, al Mesías, al Salvador, al Hijo de Dios vivo, nuestro Señor Jesucristo.

Hoy que nos preparamos para la celebración del nacimiento de Nuestro Señor pidamos a san Juan Bautista que interceda por nosotros para sepamos preparar nuestro corazón para acoger al Señor, asimismo aprovechemos su intercesión para rogar por aquellos que no creen o experimentan crisis en su fe, para que el Señor le conceda un oído atento para poder recibir su Palabra y corazón dócil para saberla corresponder.

IMG: «Nacimiento de Juan Bautista» del Pontormo