6 de enero
1Jn 5, 5-13 El Espíritu, el agua y la sangre
Sal 148 Glorifica al Señor, Jerusalén
Lc 3, 23-28 Genealogía de Jesucristo, hijo de Adán, hijo de Dios
En nuestra meditación continuada sobre la primera carta de san Juan hoy nos encontramos con un pasaje hermoso que suscita el tema de la fe. Sabemos que por definición la fe es una disposición firme y estable por la cual creemos en Dios que se revela y en todo aquello que nos propone la Iglesia como tal en razón de la autoridad del que revela, es decir el fundamento último de nuestra fe es Dios mismo, Él que es la Verdad misma, no puede mentir, no se puede contradecir, no puede y no quiere engañarnos.
San Juan nos recuerda hoy que Dios Padre es el mismo que da testimonio de su Hijo, frente a ciertas corrientes heréticas que enseñaban que Jesús no era Hijo de Dios, que no era una persona divina, decían que el que murió en la cruz era simplemente un hombre. El testimonio que da en favor de Jesús como su Hijo y Redentor de la humanidad se da por tres testigos (recordemos que para la dar credibilidad a un testimonio la tradición judía exigía 2 o 3 testigos) estos son: el agua, la sangre y el Espíritu Santo.
Este simbolismo ha dado lugar diferentes interpretaciones que iluminan de diferentes maneras el mensaje. Hablando de los primeros dos, el agua y la sangre, hay algunos que ven en el agua una figura del bautismo de Jesús en el Jordán y en la Sangre, la muerte en Cruz, lugares donde se habría manifestado la divinidad y acción redentora del Señor; otros han visto un recuerdo del agua y la sangre que fluyeron del costado abierto de Cristo, siendo el agua un símbolo de su humanidad, y la sangre, como elemento de vida símbolo de la divinidad; otros han visto los sacramentos del bautismo y la eucaristía símbolo de su caridad, de su amor misericordioso e infinito.
Acerca del testimonio del Espíritu Santo, éste se manifiesta de diferentes maneras, en Pentecostés, por ejemplo es Él quien infunde el valor a los apóstoles para dar testimonio de Cristo resucitado, los confirma en la fe y les instruye para que vayan por el mundo el Evangelio; dio testimonio en el bautismo del Señor cuando se apareció en forma de Paloma y en el continuo devenir histórico da la Iglesia diferentes carismas para continuar la misión de santificación de la humanidad.
La finalidad de la presentación de estos tres testigos es que por su testimonio los hombres lleguen a creer, lleguen a la fe, a la interiorización del Evangelio, de modo que por la acción de la gracia reciban la vida divina, y lo propio del que vive es moverse según los antiguos, por lo que la fe habrá de traducirse en obras concretas dando a conocer la victoria de Cristo sobre las fuerzas del mal.
“La victoria que nace de la fe es la del amor. Cuántos cristianos han sido y son un testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano, un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás. En la era de la globalización, sed testigos de la esperanza cristiana en el mundo entero: son muchos los que desean recibir esta esperanza. Ante la tumba del amigo Lázaro, muerto desde hacía cuatro días, Jesús, antes de volver a llamarlo a la vida, le dice a su hermana Marta: «Si crees, verás la gloria de Dios» (Jn 11, 40). También vosotros, si creéis, si sabéis vivir y dar cada día testimonio de vuestra fe, seréis un instrumento que ayudará a otros jóvenes como vosotros a encontrar el sentido y la alegría de la vida, que nace del encuentro con Cristo.” Benedicto XVI, Mensaje para la JMJ 2011
La genealogía que se nos presenta de nuestro Señor en el Evangelio de san Lucas es importante en el camino de transmisión de la fe, sabemos que en los Evangelios otro que realiza un esfuerzo similar es san Mateo, ambos concluyen vinculando Jesús a José aunque siempre queda claro que no es el padre según la carne, sino su padre legal, es importante ver como se incorpora Jesús en la historia de la salvación, aunque hay diferencias entre ambos evangelistas, no por ello hemos de anular a uno al otro sino llegar a la profundidad del sentido, Mateo resalta la vinculación a David y Abraham dándole un tono mesiánico al linaje del Señor, mientras que Lucas vinculando hasta Adán se dice que destaca el carácter sacerdotal de la redención y la universalidad de la misma
Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, lo hace notar: «San Lucas, no desde el principio, sino después del Bautismo de Cristo, narra la genealogía en orden ascendente, como señalando al Sacerdote que expía los pecados en el momento en que Juan Bautista dio testimonio de Él diciendo: He aquí el que quita los pecados del mundo. Y, ascendiendo por Abrahán llega hasta Dios, con quien nos reconciliamos, una vez limpios y purificados» (Summa theologiae 3,31,3 ad 3).
Al ofrecer su vida por la salvación de la humanidad entera, Jesús se convierte en el nuevo Adán en quien da inicio un nuevo linaje, al cual nos incorporamos por la fe, hemos renacido por las aguas del Bautismo a la vida divina, incorporándonos a la gran familia de Dios. Sin negar nuestra historia personal, social o cultural, abriéndonos a la trascendencia de la fe, nos enmarcamos dentro de la historia de la salvación.
En este tiempo de Navidad en contemplamos al niño Jesús nacido en Belén, en que recordamos el inicio de su misión salvífica roguemos al Padre eterno nos conceda y aumente siempre en nosotros el don de la fe en su Hijo que vino al mundo para que pudiésemos ser semejantes a Él. Así sea.
IMG: Árbol de Jesé en el Salterio Flamenco del Colegio Irlandés en París