El Ungido

10 de enero o jueves después de Epifanía

1 Jn 4, 19-5,4. El que ama a Dios, que ame también a su hermano
Sal 71. Que te adoren, Señor, todos los pueblos.
Lc 4, 14-22. Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura

Continuamos nuestra meditación de la Sagrada Escritura en esta tiempo de navidad, tiempo de esperanza para tantos, pues con el año nuevo que recién ha comenzado se abre un abanico de posibilidades sobre las cosas buenas por venir, los nuevos retos por enfrentar.

La vida nueva que adquiere un matiz optimista, pero para nosotros los cristianos no es simplemente el aroma de lo nuevo aquello que motiva, sino el hecho de que en este período recordamos los misterios de la infancia de Cristo, de ese Divino Niño que nacido en Belén no ha venido para quedarse durmiendo en un pesebre, sino que ha venido por amor.

Es Dios que se ha encarnado y ha entrado en nuestra historia para manifestarnos su amor, con sus palabras y obras no hace otra cosa sino esto. Él no es indiferente a la vicisitudes del día a día de los hombres, el quiere redimir a la humanidad entrando en la historia de cada uno de nosotros.

La palabra que se nos ha dado en este día, nos transmite este mensaje, esta Buena Nueva de amor, pues Cristo es el hombre lleno del Espíritu Santo, escuchamos  que Él “iba enseñando” y que “todos lo alababan” y su fama se extendía, y todo ello lo realizaba “con la fuerza del Espíritu”.

En cuanto que es verdadero Dios, Cristo y el Espíritu Santo no tienen sino una sola voluntad, y en cuanto hombre Cristo nos enseña el verdadero camino por el que todo hombre ha de pasar, y es el de la plena docilidad del corazón, la entrega total de la voluntad, al Santo Espíritu que anima la vida de todo cristiano.

Él es el ungido, el elegido, el enviado por el Padre y el consagrado con el Espíritu Santo, que ha venido a consolar a los pobres con la buena nueva, a liberar a los cautivos y a sanar a los enfermos, a dar libertad a aquellos que sufren la opresión y sobre todo a anunciar el año de gracia, el tiempo de la misericordia que tiene su vértice en el sacrificio redentor en el Calvario.

Es el Espíritu Santo el que desciende sobre la santísima Virgen María y es por su obra que se produce la obra de la Encarnación, es el Espíritu Santo el que anima la vida del Niño Jesús, es el Espíritu Santo el que en el jordán desciende sobre Él, es el Espíritu Santo el que lo lleva al desierto para vencer al tentador, y será el mismo Espíritu Santo el que animará todo su ministerio público.

En el Credo recitamos que el Santo Espíritu ha hablado “por boca de los profetas” y ¿cuál fue la palabra anunciada?  ¿cuál fue la noticia que pregonaban?, ¿cuál fue su grito, sino que el Mesías de Dios, habría de nacer, y sería en Él que el mismo Dios salvaría a la humanidad del pecado y de la muerte?, y en Cristo no habla por boca del profeta, sino que en Él, la misma Palabra de Dios encarnada es la que se dirige a nosotros para llevarnos a la plena comunión con el Padre.

“Después, Jesús enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él.” (Lc 4,20)

Ahora, en nuestra asamblea sigue siendo posible fijar los ojos en el Salvador. Porque cuando tú pones la atención en lo más profundo de tu corazón para contemplar la Sabiduría, la Verdad y el Hijo único de Dios, tus ojos verán a Jesús.

Dichosa la asamblea en la que la Escritura nos da este testimonio: Todos tenían clavados sus ojos en él.

¡Cómo quisiera yo que nuestra asamblea mereciera semejante testimonio y que los ojos de todos, catecúmenos y fieles, mujeres y hombres y niños vieran a Jesús con los ojos, no del cuerpo, sino del espíritu!

Porque cuando lo hubieseis contemplado, vuestro rostro y vuestra mirada quedarían iluminados de su luz y podréis decir: “Haz, Señor, brillar sobre nosotros la luz de tu rostro!”

Orígenes, Homilía sobre San Lucas

Finaliza el texto evangélico “Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios” pues la mente y el corazón del hombre que entra en contacto con la Verdad fuente de toda verdad, y con el Bien fuente de todo bien, no pueden sino abrirse para acoger con docilidad el don de Dios.

Que esta Palabra que nos ha sido dada hoy, nos recuerde que todo bautizado esta llamado a vivir también en docilidad al Espíritu Santo, pues en su vida no hace otra cosa que caminar como discípulo de Jesucristo, que podamos hoy también, movidos por su amor, ir por todo el mundo anunciando la buena nueva, de tal manera que con nuestras palabras y obras, demos testimonio del amor de Dios por los hombres. Así sea.

IMG: «Espíritu Santo» del Bernini en la Basílica de san Pedro