Silencio en el corazón, silencio en el mar

9 de enero o miércoles después de Epifanía

1 Jn 4, 11-18. Si nos amamos los unos al os otros, Dios permanece en nosotros
Sal 71. Que te adoren, Señor, todos los pueblos
Mc 6, 45-52. Lo vieron caminar sobre el agua

Al contemplar las actitudes y comportamientos de Jesús luego de la asombrosa multiplicación de los panes, nuestro Señor manda inmediatamente a sus discípulos a que se adelanten en el camino mientras Él despedía a la multitud y se retiraba a hacer oración.

Quizás les ha querido prevenir de la tentación de vanagloria o quizás simplemente quería enseñarles como habiendo cumplido la misión en un lugar es necesario ponerse en camino para la siguiente fase sin tanto titubeo.

El Evangelio recopilará en numerosas ocasiones esta actitud orante de Jesús luego de este tipo de acontecimientos, se trata de un momento de intimidad a solas con el Padre, Alguien podría considerar quedar desconcertado al considerar como mientras Jesús se encuentra en ese diálogo, sus apóstoles están sufriendo en el mar. Sin embargo ésta actitud de Cristo debería de ser un aliciente para nosotros, a fin de que llevemos una vida de oración constante y silenciosa, sobre todo cuando hemos estado rodeados de tanta actividad, pues ahí imitaremos al Divino Maestro, que cuanto más orante estaba, más presente estaba en aquello por lo que oraba.

Está claro que este texto está lleno de simbolismos eclesiológicos: los apóstoles en el mar y contra el viento, y el Señor junto al Padre. Pero lo que es determinante es que en su oración, cuando está “junto al Padre”, no está ausente, sino que, muy al contrario, es orando que les ve. Cuando Jesús está junto al Padre, está presente a su Iglesia.

El problema de la venida final de Cristo aquí se profundiza y transforma de manera trinitaria: Jesús ve a la Iglesia en el Padre y, por el poder del Padre y por la fuerza de su diálogo con él, está presente, junto a ella.

Es, precisamente, este diálogo con el Padre cuando “está en la montaña” lo que le hace presente, y a la inversa. La Iglesia, por así decir, es objeto de la conversación entre el Padre y el Hijo, pues ella misma esta anclada en la vida trinitaria.

Joseph Ratzinger, El Dios de Jesucristo

En medio de acontecimientos grandes o incluso portentosos como los que obraba Jesús, volver al Padre en el silencio nos lleva a poner la mirada en Él que es el verdadero protagonista de toda la historia, pues es nuestro Padre celestial es la fuente de toda bien y de toda verdad, en Él todo nuestro ser y obrar encuentran su sentido, de Jesús aprendemos a ver todo en el Padre, con esos ojos que vieron con misericordia a la humanidad y se apiadaron de ella, en la contemplación del Padre aprendemos la humildad

“Non nobis Domine, sed nominem tuum da gloriam”

“No a nosotros Señor no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria”

Sal 115, 1

Posteriormente al amanecer, los discípulos contemplaran otro milagro de Cristo, Él les sale al encuentro caminando sobre las aguas, cuando están por llegar a la otra orilla del lago, se manifiesta así el Señor de todo lo creado,  pues había dominado el mar y el viento.

La Iglesia ha visto en este milagro un recordatorio para todo cristiano de que en medio de la oscuridad de los problemas, en medio de las tormentas de la vida, Cristo es el que pasa y continua a dar ánimo a su Pueblo, es Él el que vence en la adversidad pues todo es sometido a sus pies.

Él anuncia la aurora de un mañana mejor. Aquel que había hecho silencio en la montaña, ahora hace entrar en el silencio al mar. Desde el silencio del corazón, se puede silenciar el tumulto y el ruido de la tempestad, porque en la oración se está ante la presencia de Aquel al que obedece todo lo creado.

Dirá santo Tomás de Aquino: «Aquel viento es figura de las tentaciones y de la persecución que padecerá la Iglesia por falta de amor. Porque, como dice San Agustín, cuando se enfría el amor, aumentan las olas y la nave zozobra. Sin embargo el viento, la tempestad, las olas y las tinieblas no conseguirán que la nave se aparte de su rumbo y quede destrozada» (Super Evangelium Ioannis, ad loc.).

Que el Señor nos conceda la gracia de saber vislumbrar su luz en medio de las dificultades, para que reconozcamos su presencia activa que no nos deja, antes bien se nos adelante para llevarnos a buen puerto

IMG: «Jesús calma la tempestad» de Amédée Varint.